Existimos personas que cuando alguien nos dice una afirmación la creemos, sin malicia, sin suponer que detrás de esas palabras hay un engaño. Somos los que solemos darnos frentazos después de cada conversación. Yo creo que esto nos sucede a quienes tenemos entre sesenta y más años, pues todavía en la década de los cincuenta se tomaban acuerdos y se hacían contratos de palabra, sin firmar ningún papel. En esos trueques se empeñaba la palabra, es decir la vida misma, la honorabilidad y la honestidad. Contra lo que sucede hoy en día, por extraño que parezca, aquellos acuerdos de palabra se cumplían. Y estoy hablando de transacciones como comprar un inmueble, un préstamo alto de dinero o un compromiso social. De ahí viene la expresión de cuando uno toma un acuerdo, su interlocutor duda y uno dice simplemente “Palabra”. Quería decir que no había duda, que la palabra y la vida iban de por medio. Esto no significa que no hubiera vivales que faltaran a su palabra, pero su descrédito corría pronto de boca en boca y de oído en oído.
Esta vieja costumbre de poner la palabra de por medio parece provenir más de la herencia indígena que de la española, pues para los indios no hay diferencia entre los hechos y la palabra. Por ello, en la actualidad resulta dificultoso que se pongan de acuerdo los mestizos y los indígenas; los primeros suelen modificar o cancelar su dicho a la menor provocación, mientras los indios creen en y sostienen la palabra. Por esta descomposición lingüística, los indígenas han tenido que agregar al vocablo “palabra” la preposición y el sustantivo “de verdad”, o sea “Palabra de verdad”, lo que indica que el dicho del mestizo puede resultar “Palabra de mentira”.
Los primeros síntomas de que el valor de la palabra fue perdiendo credibilidad, fueron los pagarés y las letras de cambio, firmadas por los que empeñaban su palabra; pero estos documentos circulaban de manera escasa y por lo regular se firmaban entre desconocidos. Hacer firmar un pagaré a un amigo podía desbarrancar la amistad. Sin embargo, aunque algunas amistades se vinieron abajo, poco a poco también se volvió costumbre firmar tales documentos entre amigos.
En cuanto esto se estableció, entre los años sesenta y setenta, inevitablemente emergió la desconfianza y, como reza el dicho, las leyes son para quebrantarse. Entonces cobrar un pagaré se fue convirtiendo en un viacrucis; el deudor se negaba, se cambiaba de casa o simplemente desaparecía. Solía pasar que el acreedor no sólo deseaba cobrar, sino inclusive romperle la crisma al que había faltado a su palabra. En esa época fue cuando el estudio de la abogacía se incrementó en el país y los licenciados fueron los garantes de que la palabra se cumpliera a través de documentos que paulatinamente se fueron complicando. Y en lugar de decir “Palabra”, se empezó a usar la frase “Eso lo arreglaremos con mi abogado”.
Para las últimas tres décadas del siglo XX las reglas de la primera mitad de la centuria se invirtieron. Y ya nadie decía “Palabra”, sino “Papelito habla”; es decir no era el dicho el que mediaba entre dos contratantes, sino el documento. La palabra dejó de ser la “palabra”, perdió su valor de honorabilidad, honestidad y vitalidad; hoy en día usamos las palabras para las menudencias, para lo sin importancia. De ahí que la palabra tenga ahora apenas un valor del treinta por ciento en el acto de la comunicación. Alguien puede estar diciendo que ama a la otra persona, pero el conjunto de su gestualidad y la entonación de la voz se llevan el setenta por ciento de desamor; por ello, el doble lenguaje del mexicano ha cobrado la mayor importancia. Hay que descifrar entre lo que dice y cómo lo dice. Esto implica que, con el tiempo, se ha impuesto la tradición española en el mestizo. No olvidemos que la matanza de indígenas que perpetraron los conquistadores en la Plaza de las Tres Culturas sobrevino después de un engaño, entre muchos que llevaron a cabo durante su soberanía.
En la actualidad, aunque se hayan firmado un montón de documentos más que comprometedores, existen muchos casos en que el deudor no cumple. Es más, hay abogados que trabajan para que dichos documentos se invaliden y defienden la falta de honorabilidad y honestidad. Por eso, los crédulos como yo solemos ser estafados.




