Los tiempos que corren

Guillermo Samperio

07/12/2012 - 12:01 am

Mucho se ha cuestionado el dicho “tiempos pasados fueron mejores”; sin embargo, en algunas ocasiones es aplicable, en especial a México. Hace más de dos décadas que el país hizo franca la crisis económica y hoy se ha convertido ya en una realidad cotidiana. Los nuevos gobernantes han dicho que el país podrá enderezarse dentro de diez años, lo que implica que la crisis se extenderá. La capa social que más se ha adelgazado es la clase media, empobreciéndose y, de manera excepcional, ascendiendo hacia el grupo minoritario que detenta el poder económico. La paradoja ha sido que los pobres se han hecho más pobres y los ricos más ricos, aumentando los primeros y disminuyendo los segundos. Es sorprendente saber que México es considerado un país casi del cuarto mundo y que también varios personajes mexicanos (empresarios, políticos y narcotraficantes) aparezcan en las listas de los más adinerados del mundo.

Junto con este fenómeno, aparecen el de la violencia delincuente en distintas partes del país y, desde luego, el de la corrupción gubernamental, otra forma de delincuencia. Hace medio siglo se podía caminar, a cualquier hora, tranquilamente por la Ciudad de México, sin temores, sin precauciones. Cuando a alguien le robaban su cartera o su monedero, no se daba cuenta. El ratero era casi un artista, o una especie de mago. Otras formas eran los engaños dramatizados cerca de alguna sucursal bancaria, donde las personas eran timadas y les tomaban el pelo. Los delincuentes, pues, necesitaban realizar todo un alarde dramático para ser efectivos, sin violencia.

Actualmente, la gente suele decir que acepta que la asalten pero que no la agredan en lo físico. No pocos asaltos llevan a la víctima a los hospitales y, muchas veces, al cementerio, debido a una cantidad de dinero que no vale siquiera la pérdida de un ojo. Ya no mencionemos los raptos, los cuales están cotizados desde cincuenta mil pesos hasta millones. Si se encuentra al matón adecuado, se puede mandar matar a un vecino incómodo desde tres mil pesos.

En mi adolescencia los agentes de tránsito, apodados "tamarindos", ordenaban el tráfico subidos en un breve taburete; imponían respeto, pues estaban en su puesto lloviera o granizara. Por esto, a fin de año, los taburetes de los tamarindos estaban rodeados de regalos y canastas navideñas. Hoy en día a nadie se le ocurre ni darles las gracias, pues todos han sido extorsionados hacia arriba y hacia abajo. Además, la propina por un buen servicio se convirtió en la obligatoria mordida burocrática. Si uno va subiendo la escala de la burocracia, la corrupción es cada vez mayor. Incluso los corruptos se empiezan a acostumbrar a entrar y salir de la cárcel.

Así la crisis va acompañada por una violencia delincuente que se incrementa día con día y desborda los controles institucionales. Al pensar en esto, uno no puede evitar repetir el dicho “tiempos pasados fueron mejores”. Las promesas de eliminar la delincuencia ya no bastan. Aunque son improbables, necesitamos realidades. No es posible que el Gobierno del Distrito Federal no esté dando cuentas alegres a través de estadísticas. Si nos ponemos a pensar un poco, además de un combate frontal a la delincuencia, es necesaria una campaña de ética y moral, empezando por que los representantes del pueblo, electos o designados, pongan la primera piedra con el hacer.

Los corruptos del pasado siguen impunes; o fueron tan hábiles que no les descubrieron nada o, en verdad, no hay una voluntad política para desmantelar las corruptelas. Todo ciudadano sabe que en México opera más de una mafia. Lo vive en carne propia, lo padece día tras día, se comenta en cualquier casa o café; vemos que a la clase política le interesa mucho más mantener el puesto burocrático o la posición política de partido, que beneficiar a la ciudadanía. Por ello, se llega a pensar que estamos viviendo en la actualidad una pesadilla y que los tiempos idos fueron mejores. El país ha dado mucha cuerda a los gobernantes, pero las últimas elecciones fueron una apuesta para ver cómo jugaban las cartas los políticos. Vergüenza es que no hayan podido darle respuesta a los indígenas de México, que son los más pobres de los pobres.

Guillermo Samperio

Lo dice el reportero