Remedios para Semana Santa

José Luis Franco

29/03/2013 - 12:00 am

Como tengo la grata y envidiable “desdicha” de vivir en Mazatlán y que sé lo que significa una Semana Santa en esta tierra de venados, venaditas y apreciable público que nos acompaña desde diversas partes del país y del extranjero, tengo plena conciencia que proponer algo que no sea marca de trajes de baño, lentes para el sol, chanclas, gorras de los Yankees, los Dodgers, Rafa Nadal, o los Venados, bronceadores o bloqueadores de sol, camisas bien chilas, tipo hawaianas, bermudas de poca, remedios para la cruda, recetas de ceviches, tips de dónde comprar la cerveza bara y más helada, consejos básicos para enfrentar vampiros vestidos de chota o de tránsito, listos para chupar sangre, rutas libres de alcoholímetros, lugares de buen reven, es lo más ocioso, por no decirle inútil, que se puede hacer.

Desde mucho antes de los remotos tiempos de la amenaza de maremoto el Sábado de Gloria de 1964, con los Beatles en efervescencia y la minifalda bendiciendo nuestras debilidades de simples mortales, sobre este puerto pesa la bienaventurada loza de pueblo pecaminoso, por ello se da que un anacrónico y descontextualizado reyecito (tres veces electo y panista, para acabarla de joder) prohíba el reparto gratuito de condones en carnaval. Capaz que nos viene otra amenaza de maremoto, pensará el anacrónico.

Me autocensuraré sobre el tema porque luego agarro monte y corro el riesgo de salirme del asunto que hoy les quiero plantear: recomendaciones para que se porten bien, para que tomen estos días de recogimiento en el mejor sentido de la expresión, y no en la que están pensando. Que lean, por favor.

No haré uso de mi sobado discurso sobre los beneficios de la lectura porque creo que ya los tengo hartos. Es mejor cobijarme con la riodoceana sentencia de “cada quien lee lo que merece”. Y hasta me gustó como lo dije.

Usted merece leer lo mejor, se lo digo de frente y en plan de amigos. Un buen libro es campeón de esgrima ante el aburrimiento y como prueba le pongo un escenario: está en una cola de súper en quincena, veinte personas lo preceden con los carritos atascados y tiene la alternativa de contar los que se van, como si fueran pétalos de margaritas que lo quieren para amigo, para novio, para esposo o para pura vacilada, o meterse en un libro en el que descubre que un pintor llamado Juan Pablo Castel le va a contar la razón por la que mató a María Iribarne, la única mujer en el mundo que podía entenderlo. Anote el título, El Túnel, de Ernesto Sábato, una maravilla. Para la fila en los cajeros, que también se ponen hasta la madre en Mazatlán (digo, por los súpers, no por usted), unos cuentos breves de Tren de historias, de José de la Colina, o unas fábulas de La oveja negra, de Tito Monterroso, son manjares para la paciencia.

¿Tiene la sensación de que su esposa quisiera verlo salir a la calle como caballo de picador? ¿Que la muy ingrata, si acaso se pudiera, desearía desatornillarle el deste y guardarlo hasta su regreso cuando sale con sus amigotes a echarse una simple e inocente mano de dominó y unos tragos? ¿Teme que la perversa, en complicidad de esas amiguitas que no saben dar consejos amables, sobre todo las divorciadas, las feministas y las disque progresistas, le cercene de una buena vez el cetro que lo distingue como el primero de la especie? Pues la recomendación es que no se descuide, tome sus precauciones y porsia consígase Los Cachorros, de Mario Vargas Llosa. Verá que no le podrá ir peor que al Pichulita Cuéllar, al que el muy cabrón de Judas (encarnado en un gran danés) lo castra de una mordida, cuando aun ni llega a la edad de merecer. El dato curioso: la “hazaña” del Judas bíblico se rememora el Jueves Santo y justo este 28 de marzo, Jueves Santo, se celebra el cumpleaños número 77 del gran Mario Vargas Llosa. La coincidencia caerá como anillo al dedo para todas las izquierdas del mundo.

¿A poco es un burócrata jubilado y está aburrido, la vida perdió sentido y solo ve transcurrir los minutos, las horas, los días, sin un estímulo? Busque La Tregua, de Mario Benedetti. Martín Santomé andaba en las mismas y consigue una maravilla llamada María Iribarne, bastantes años menor que él, que yo, y por consabido que usted, todo un jubilado; hasta el asunto de su hijo homosexual se le olvidó.

¿Le fastidia amanecer con una cruda intensa, la lengua con sabor a centavos de cobre que ya ni existen? ¿Siente en esas mañanas ser el peor adefesio, el hombre más ruin porque le ha caído encima también la cruda en su abominable versión moral? ¿Se jura y perjura que nunca más volverá a hacerlo? No se agüite, hombre, que al cabo lo volverá a hacer, eso es inevitable, además que habla bien de sus convicciones, mejor pídase una corona y una campechana, cómprese La Metamorfosis de Kafka y descubra que hay personas a la que les va peor al despertar. Con esa receta se sentirá aliviado, se lo garantizo. Ya la probé.

En las cantinas mexicanas es normal ver a vendedores de uniformes infantiles de futbol. Sirven para aliviar conciencias y hasta eliminan el aroma del jabón Rosa Venus. Bien pedo, llega uno a casa, con la mujer sermoneando y pidiendo que no lo hagamos, por piedad, y despertamos al plebe que al rato irá a la escuela, para que vea su uniforme de los Pumas, el América o las Chivas, depende la filiación. Sería excelente que además llevaran libros, como La Peor Señora del Mundo, de Francisco Hinojosa, el Gabriel García Márquez de la literatura infantil, o El Libro Salvaje, de Juan Villoro, un maravilloso viaje por los recovecos de la imaginación, seguro se volverían aficionados irreductibles del Necaxa, uniforme que tiene nula demanda en la cantina.

Como nuestra idiosincrasia sinaloense lo obliga, esa cabrona esencia que nos lleva a presumir de sincerotes, de bien plantados, de amigos cabales hasta donde se puede y conocedores de los tiquismiquis de lo que el narco es a la economía de nuestro estado desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, de lo que el beis, el rock y sus figuras hicieron con nuestro destino, no queda más que buscar El amante de Janis Joplin, de Élmer Mendoza, una delicia de principio a fin. Y ya que en el campo del narco andamos, pues que nos sirvan las otras y vengan Los Morros del Narco y Levantones, de Javier Valdez.

Somos tan presumidos, que hasta fingimos demencia cuando alguien nos habla de la viagra, cialis, levitra y demás estimulantes para que la sangre esté erguida. Hace falta leer a Enrique Serna para despojarnos de prejuicios y ver que la vida transcurre como un río, en el que a veces corre la basura, pero es la vida al fin, La sangre erguida es un estupendo libro, y así debe serlo, también, su reciente libro de cuentos, La ternura caníbal, al que aún no tengo el gusto, pero Serna es siempre garantía de asombro.

No me quiero ir a la playa, con mi traje de baño nuevo, mi camisa hawaiana, mis crocks, la cachucha de los Venados, el bloqueador de sol, mi ocho súper helado, sin antes recomendarles que, aparte de los demás libros, incluyan en su biblioteca ¿Hay vida en la tierra?, de Juan Villoro, de editorial Almadía. Cien crónicas en que el humor campea en todas y cada una de sus páginas. Se asombrará toparse con un Villoro pasando por cura en un avión, o descubrir que su fuente de inspiración es en ocasiones la espuma que provoca un chorrito de Salvo a la hora de lavar los platos, por ejemplo.

Ah, y si quiere que Mazatlán se salve de desaparecer con un maremoto, como el fuego desapareció a las ciudades pecadoras de Sodoma y Gomorra, no deje de leer Mira esa gente sola. ¿De quién cree? Pos de quien esto firma.

Disfrute de la Semana Santa de la mejor manera posible: es decir, como se le pegue la gana. Y si quiere tomar en cuenta cualquiera de estas sugerencias o ninguna, gracias. De todos modos, cuando ya nadie quiera hacerlo, estará por siempre El último lector, de David Toscana.

José Luis Franco

Lo dice el reportero