Amado Nervo en Mazatlán

José Luis Franco

26/04/2013 - 12:00 am

Yo he visto el rayo verde que trae ventura. Lo vimos en una playa mazatleca mi hermano y yo, una tarde de julio…
Amado Nervo

Los periódicos han sido desde sus orígenes un refugio ideal para quienes buscan abrirse camino en el mundo de las letras.  Mencionar apenas el uno por ciento de los grandes literatos que iniciaron su carrera saboreando la efímera gloria de la edición del día (que 24 horas más tarde servirá, en el mejor de los casos, para envolver pescado) sería menester titánico y no exagero en decir que ocuparíamos, más que un pequeño espacio, la totalidad de las páginas de un hipotético directorio telefónico de la Torre de Babel.

El curioso fenómeno del periodismo hermanado con la literatura, tras más de 160 años de andar cabalgando por el mundo, con “El Camelo del Globo”, de Allan Poe como uno de sus grandes exponentes, instaló sus reales en estos rumbos del país en 1885, materializado en El Correo de la Tarde que era, según consta en el libro Sinaloa Ilustrado (libro que nuestro estado manda a la Feria Mundial de París, en 1889, cuando se inaugura la que se pensaba efímera Torre Eiffel),  “un periódico bien escrito, interesante, ameno, digno de figurar en la prensa imparcial y respetable de cualquier ciudad”.

Al modo de sus hermanos mayores esparcidos por todo el mundo, El Correo… albergó en su seno las inquietudes de los más destacados malabaristas de la palabra de la época. Médicos, abogados, ingenieros, lo más granado de la sociedad culta de aquellos años en que el analfabetismo era una epidemia que no mortificaba a las autoridades, vaciaron sus inquietudes literarias en sus páginas. Algunos se ganaron el privilegio de ser leídos en voz alta en una reunión familiar en torno de un quinqué, otros sirvieron de cobija para un buen mero, pescado de apariencia horrorosa que tiene la virtud de hacer un delicioso caldo.

Aunque visto a la distancia suena audaz la afirmación, el periódico mazatleco atrajo el interés de un joven nayarita que buscaba mejores perspectivas para su vida. Una tarde llegó de su natal Tepic y, con un currículum que incluía estudios de bachiller del Seminario de Zamora, Michoacán y dos años de la carrera de derecho, tocó a las puertas de El Correo de la Tarde para presentarse como Amado Nervo, aspirante a redactor. 22 años.

Con semejantes cartas, más la muestra de talento, fue de inmediato admitido.

¿Qué tanto no influirían en Nervo sus dos años en Mazatlán (1892-1894), sus dos años en El Correo de la Tarde, que prácticamente no hay biografía suya que no consigne estos datos? Todo indica que su paso por Mazatlán se convirtió en un tesoro en su memoria y, con plena objetividad, él mismo lo pregona en uno de sus dos textos autobiográficos publicados en Madrid: “…buscando mejor destino marché a Mazatlán, donde escribí en El Correo de la Tarde mis primeros artículos…”. Y su poemario, Perlas Negras, que sacó en su maleta y publicaría años más tarde, ya radicado en México, D.F., abriéndose paso con con su talento.

Ese muchacho de frente amplia que presagiaba calvicie y ojos que transmitían una bondad propia del soldado de Dios que siempre quiso ser, alcanzaría alturas que sus lectores mazatlecos no pudieron vislumbrar. Cualquiera de ellos se hubiera hecho rico apostando a que sería gloria nacional. O millonario, si le hubiera ido a gloria mundial.

Elogiado por el poeta nicaraguense Félix Rubén García Sarmiento, mejor conocido como Rubén Darío, su nombre de batalla, con quién vivió un tórrido  romance a la fecha polémico; admirado por Miguel de Unamuno, el filósofo de la fe por la fe misma; luz que ilumina el camino de Antonio y Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez y Martínez Sierra, entonces jóvenes poetas españoles y hoy leyendas de las letras hispanoamericanas (incluso uno de ellos –Jiménez– Premio Nobel); amigo de Paul Verlaine, el gran poeta francés del simbolismo; de Leopoldo Lugones, defensa central de la selección literaria argentina de todos los tiempos; de Óscar Wilde, poeta, cuentista, ensayista, novelista y todo en grande, hasta el escándalo, Amado Nervo gozó la dicha reservada para aquellos que se intercambian al despertar  los buenos días con las musas: escuchar sus poemas en la estremecedora voz de un coro multitudinario. Pero también sufrió el infierno que aquellas mismas (las musas) confieren en sus ratos de malhumor, el leer la triste noticia en un periódico que “Juan X” se suicidó por mal de amores dejando abierto su poemario en cierta página.

Suena sabroso decir que de aquí salió para ser bendecido por la gloria. Aunque suena mucho más sabroso decir que desde que llegó a Mazatlán la gloria lo escogió como uno de sus favoritos. Suena todavía mejor decir que, aunque en Madrid una placa conmemorativa señala la que fue su casa y que una importante calle lleva su nombre; que aunque en Tepic tengan un museo con algunos de sus manuscritos y unas cuantas de sus pertenencias, aquí en Mazatlán quedaron los ecos de sus pasos que celebraban la aparición de sus primeros textos, con El Correo de la Tarde bajo la axila, al modo de todos los que han sido o han pretendido ser, los grandes escritores de su tiempo.

– "¿Ya me leiste?", imaginamos que le preguntaría Amado Nervo a sus conocencias mazatlecas, mostrándoles la edición del día.

No sabemos a ciencia cierta qué ocurrió con su primer trabajo, cuando llegó jovencito a Mazatlán a pedir una oportunidad en El Correo de la Tarde,  recién desempacado de Nayarit, pero, románticos como somos, quisiéramos pensar que fue leído en voz alta, al amparo de la luz de  quinqués, en algunas casas porteñas, mientras el poeta veinteañero, en su soledad, degustaba una exquisita sopa de mero y leia y releía y volvía a leer, eufórico,  entre manchones de humedad,  una tortilla en la mano y una vela en la mesa,  su primer texto publicado en una ciudad tan lejana a su natal Tepic.

Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz nació el 27 de agosto de 1870, en Tepic, que entonces pertenecía a Jalisco. Amado Nervo nace como tal en la esquina de las calles Constitución y Carnaval, donde estaba El Correo de la Tarde, de Mazatlán, de donde sale a conquistar al mundo.

José Luis Franco

Lo dice el reportero