Luego de cumplir a plenitud con los deseos dominicales de su mujer (que lejos de atarlo a la cama lo arrebataron de ella y no precisamente para buscar una nueva y exótica postura, sino para lanzarlo a conquistar albercas, toboganes y una suerte de golpes que lo traen molido) escucha, aturdido por el cansancio, el ceviche y las cervezas consumidas durante la jornada familiar, la desconcertante pregunta de su hijo consentido, el mayor, que a sus ocho años ya batea jonrones en la liga Mazatlán y está a punto de entrar a tercero de primaria.
- Papá, ¿por qué no tienes días libres en mis vacaciones para gozarla como hoy?
La pregunta le retumba en el cerebro. Le parece demasiado cruda y toma su tiempo para responderla o evadirla. La autora intelectual del terrible desastre en que ha quedado traducido ronca desde hace buen rato en la habitación contigua, compartiendo la comodidad del king size y el aire acondicionado con los dos hijos menores, enojada porque se le antojaron unas cervezas más. A gusto, como si mereciera una conciencia tranquila.
A la piltrafa que siente ser se le cierran los ojos por el cansancio. Son las diez de la noche de un día pesadísimo y lo enfrentan con esa pregunta. De tener fuerzas lo estrangula; se habían pasado el domingo entero en el Mazagua, bañado en todas las albercas y jugado la vida ante enormes y caprichosos toboganes. Él, porque los plebes parecen de hule y su mujer se había dedicado a lucir con sus amigotas el bikini nuevo y asolearse. Además, trae el cuerpo calcinado por el sol, moretes a diestra y siniestra, cortadas en las plantas de los pies, la cruda en estado latente ¿y encima quería días extras? Cualquier tortura, incluso el trabajo, era menor.
- ¿Y esa pregunta? –dijo enroscando las piernas para caber en la cama de la niña–.
- Es que durante los días de vacaciones no hay días nacionales buenos, todos son tan chafas que no están marcados con rojo en el calendario.
- Bueno –contestó– lo que pasa es que los héroes también tiene que descansar –y la cama de la niña le pareció más pequeña–.
- ¿De veras, apá?
- Si, mi’jo, sino imagínate al cura Hidalgo dando el grito en julio. Sería una locura, con el calor que hace se deshidrata, y aparte no tendríamos desfile porque en ese mes nadie tiene clases, y ahora si, a dormir porque mañana tengo que chambear.
La sabiduría paternal lejos de apaciguar la curiosidad del temible jonronero de la Liga Mazatlán la potencializa.
- ¿Entonces fue por eso que Cristóbal Colón llegó en octubre a América?
- Andele, mi’jo, por eso –aprueba con ganas de amordazarlo y apretuja la almohada bajo su cabeza, los pies le cuelgan en la pequeña cama–.
- Porque si llega en agosto nadie lo pela porque no hay clases, ¿verdá apá?
- Verdá. Súbele al ventilador y apaga la luz.
Obediente y sin asomo del cansancio que debería tener luego de horas y horas de subir laderas y escaleras para descender a gran velocidad por altísimas resbaladillas y zambullirse como bala en las albercas, el primogénito cumple como de rayo las órdenes y, luego de un perfecto clavado en la cama, continúa con su acoso.
- Como sabes cosas tu, apá. Entonces si los gringos hubieran llegado unas semanas antes no hubiera Niños Héroes, ¿verdá apá?
- Mjjmm.
- Los morros hubieran estado bien chilo en sus casas, con video juegos, ¡ah, no, entonces no había! Bueno, jugando beis con la raza o bañándose, a todo dar, en una alberca. Eso hubiera sido bueno, a mi no me gusta que los hayan matado siendo niños... ¿eran así como yo, apá?
- Mmmsimm.
- ¡Ejele, te caché! Son mentiras tuyas, mi maestra nos dijo que eran mayores, pero que de todos maneras les llamaban Niños Héroes.
- Tu maestra está loca, y ya deja dormir.
- Mi amá también dice que eran más grandes.
- Tu amá está más loca que la maestra. Buenas noches.
- Mi abuela…
- Esa está peor.
Como en memoria de un héroe, que bien puede ser la maestra loca o la amá todavía más loca, o la abuela, que está peor, el silencio se prolonga a lo largo de un minuto que suele ser, a veces, como en éste caso, un suspiro.
- Oye, apá...
- Mmm.
- Ya sé que estás cansado y que mañana tienes que ir a trabajar, pero ¿de veras, deveritas nuestros héroes no hicieron nada interesante durante junio, julio y agosto porque eran vacaciones?
- Mmmsimm.
- ¿Me lo juras, apá?
- Mmmsimm. Te lo juro por ésta.
- ¡No jures en vano, apá!
- ¡Te duermes o te duermes!
- Si, apá, no te enojes, hasta mañana.
El niño por fin cierra los ojos, pero no para dormir, sino para imaginarse propietario del Death Note, comandando un ejército de shiminagis con el que plantea acabar con todos los malos patrones del mundo que no dejan descansar a gente buena, como su apá ¿Cómo se llama su jefe para anotarlo? Sepa, y ni modo de despertarlo. La lucha es tremenda, son dos estrategias totalmente diferentes, pero el General del bando de los buenos (que es él, cual debe) sabe que habrá de ganarla para beneficio de los pobres apás trabajadores que podrán descansar, a partir de su triunfo, todos los lunes de las vacaciones, empezando con el de mañana. Homero Simpson, rebozando entusiasmo por semejante logro, levanta su tarro de cerveza Duff para celebrar; él es Bart.
Un rayo resquebraja la densa oscuridad del cielo y sirve de preámbulo para un redoble de truenos que anuncia una nueva tormenta nocturna. La brisa, con ese aroma dulzón a tierra mojada, se cuela por la ventana. Le hubiera gustado hacer una descripción menos formal del momento, pero en lo que buscaba la manera de corregirla a su estilo un señor trueno lanzó al jonronero a su lado, arrancándole un lamento a la cama de la pequeña, preocupada por el sobrepeso.
- ¡Quíubo, cabrón! –exclamó sobresaltado–.
- ¡Ay, apá, yo creo que a los héroes también les daban mucho miedo los truenos!




