A Manuel Gómez Rubio y Ernesto Hernández Norzagaray
En la película El Padrino, después que Michael se despacha a Sollozo y al corrupto capitán McCluskey en aquel acogedor restaurante italiano llamado Louis’s, especialista en cordero, viajamos con el prófugo hasta el pueblo de Corleone, del que Don Vito tomó el apellido de manera circunstancial. Caminando por esas calles sicilianas, al lado del menor de la familia, con sus carabineros custodiándolo, vamos descubriendo placas en las paredes, todas referentes a asesinatos, a resultados de vendettas, palabra de cuño italiano. Las casas en las que se ubicaban esas placas eran como pizarrones urbanos que decían “para que no se olvide”, y ese grito desgarrador se leía en las paredes de todo el pueblo.
En el Centro Histórico de Mazatlán, Sinaloa, sucede algo similar. En diversas fachadas del área encontramos placas dedicadas a muertos, que también llevan implícita la consigna siciliana, aunque con otros valores.
Se empezaron a colocar en 2001 por un puñado de personas afines en su interés por la historia y pasión por Mazatlán, que se integraron en un ente llamado Sociedad Histórica Mazatleca.
La primera fue para Amado Nervo, quien hizo sus pininos en el mundo de las letras en El Corrreo de la Tarde, de 1892 a 1894. A muchos cayó por sorpresa esa estancia en nuestras tierras del que después sería un icono de la poesía universal. En la placa en su honor, ubicada en la esquina de Carnaval y Constitución, se lee: "porque en estas calles nuestras encontraste tu inmenso amor por la palabra, sirva este detalle como eterno agradecimiento a tu presencia". Con esa placa, la SHM puso en relieve que Nervo fue, en su momento, uno de los nuestros, que caminó por estas calles y se asombró al descubrir el Rayo Verde en un atardecer en Olas Altas.
Por la calle Venustiano Carranza, frente al museo de Arte, se localiza una en honor del Gran Pablo Neruda. Un fragmento de un poema de Canto General, en el que hace alusión a Mazatlán, la ilustra: "Mazatlán estrellado; puerto de noche, escucho las olas que golpean tu pobreza y tus constelaciones, el latido de tus apasionados orfeones. Tu corazón sonámbulo que canta bajo las redes de la luna".
Justo por la calle Sixto Osuna, en ese tiempo llamada Del Oro, en la esquina con Olas Altas, otra placa nos recuerda a otro poeta, Enrique González Ramírez, que en ese sitio descubrió el mar, definiéndolo como la gran lágrima azul, era el mar de Mazatlán, su mar de iniciación, como lo refiere en El hombre del búho: "Pero el mar, cuando lo evoco, es el mar de Mazatlán, el de las olas bravas, el de las rompientes rumorosas, el de los escollos empenachados de espumas, el mar en libertad, sin trabas, presidido por la alta verdura de los cerros y la luz piadosa de sus faros; el mar de iniciación, el primer mar".
También en Olas Altas, en la entrada al emblemático Hotel Belmar, se encuentra una placa dedicada a la estancia de Edward Weston y Tina Modotti en Mazatlán, en 1923, debidamente consignada en Tinísima, de Poniatowska. Modotti, italiana, 27 años, era fotógrafa y bella; Weston, gabacho, 37 años, un virtuoso de la lente, su maestro, amante y fotógrafo. De esa época es La gran nube blanca de Mazatlán, fotografía con la que Weston descubre nuevos rumbos a la actividad.
Siguiendo el recorrido, en el acceso al Hotel La Siesta, Jack Kerouac, autor de On the road, nos define, con el cerebro en erupción por la mezcla de alcohol, marihuana y anfetaminas, el tipo de personas que le gustan: "… porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un '¡Ahhh!'".
Y ahí nomás, a la vueltecita, en el tramo de calle que conduce al Hospital Militar, nos encontramos la placa para Andrew Jackson Grayson, en la casa que habitó desde 1859, año en que se enamoró de Mazatlán, hasta 1869, cuando lo sorprende la muerte en estas playas. Artista y ornitólogo, estuvo becado por Maximiliano durante un año, hasta que el Cerro de las campanas tocó a duelo.
De regreso de Olas, por la calle Constitución, casi esquina con Niños Héroes, encontramos una placa colectiva para Kerouac, Ginsber, Ferlinghetti, Kesey, Corso, Creeley, Carr y Borroughs, todos ellos de la generación Beat, que si coincidieron aquí en Mazatlán debió darse un auge en las farmacias, la cervecería y las licorerías. El capítulo se llamaría El festín de los dealers.
Adelantito de la de ellos está la de Herman Melville, el creador de Moby Dick, quien estuvo por acá en los meses de marzo y abril de 1844, con 25 años encima y libros en lista de espera en su cabeza. El sitio, según mi romántica óptica, debería ser de culto para el ejército de balleneros locales; lo malo es que no tienen la menor idea de Moby Dick.
Poco más adelante, entre una cantina y una librería, muy a tono, está una que recuerda la visita de Anais Nin con una de sus recetas infalibles: "La sexualidad no es nada sin el combustible que la enciende: lo intelectual, lo imaginativo, lo romántico, lo emotivo".
Siguiendo el recorrido por la Constitución, doblamos a mano izquierda para tomar la Heriberto Frías. En la casa del pintor abstracto Roberto Pito Pérez Rubio se encuentra la del poeta Beat Allen Ginsberg, que lleva la entrada de su célebre poema "Aullido": "He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura".
Cierra el circuito una más sobre esa misma calle, frente a esa misma casa: es la entrada de la antigua sede del Club Muralla, donde en 1933 José Raúl Capablanca, el legendario cubano, campeón mundial de ajedrez de 1921 a 1927, disputó unas simultáneas de exhibición, última de las placas colocadas por la Sociedad Histórica Mazatleca, el pasado sábado 18 de mayo, a 80 años de aquella visita, que fue rememorada con una charla de Luis Navarro, promotor en Sinaloa del deporte ciencia.
La diferencia entre las placas del pueblo de Corleone y las de Mazatlán, es que las primeras las dictaba el odio y el rencor, las segundas, el amor y el orgullo. Lo que las une es la intención: “para que no se olvide”.




