“Todo lo humano me es ajeno”
“El único sentido que mantengo intacto es el pésame”
Boggie, el aceitoso
-"¿Usted por qué dibuja?", le preguntó un ingenuo a Roberto Fontanarrosa. Era una mesa redonda en la Feria del Libro de Guadalajara –me parece que del 2002, no me hagan mucho caso–. El autor de "Boggie, el aceitoso" compartía micrófonos con Quino y Rius. Auditorio repleto. Se ansiaba ver a esos tres monstruos de la caricatura latinoamericana juntos. Fontanarrosa, mientras estudiaba con su mirada profunda al hacedor de la pregunta, se mesaba la barba antes de soltar un rotundo y mordiente.
-"Por codicia".
Era la viva imagen de “Boggie, el aceitoso”, el auditorio en pleno, compañeros de mesa incluidos, nos prendimos en una carcajada. Esa respuesta era una perla sintetizadora de su humor. De ese pelo era el humor de este argentino nacido el 28 de noviembre de 1944, en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, y fallecido el 19 de julio de 2007, en ese mismo lugar de la Argentina.
El internacional “Boggie, el aceitoso” e “Inodoro Peryra, el renegau” –este último más pampero– fueron sus enormes creaciones. ¿Cómo olvidar aquella última página de la revista Proceso en la que “Boggie” nos enseñaba cómo ser unos perfectos hijos de la chingada? Y, además, con tanto humor.
Recuerdo que cuando no había lana, a escondidas del puestero, abríamos el Proceso en sus primeras páginas, para ver la opinión del maestro Naranjo, que detesta que le maestreen, y de ahí un brinco con el “Boggie”.
-"¿Sabes Boggie?", le dice un compañero mercenario en una tregua en la batalla, es un latino, sus facciones contrastan con las sajonas del personaje, "yo soy un macho calado".
Como era su característica, la colilla del cigarrillo flota ante sus labios, su expresión es fría, implacable. No sabe de qué le habla.
-"¿Qué es eso de macho calado, Pedro?".
-"Es algo que acostumbramos en nuestros pueblos, uno tiene que probar hombre para saber que no le gustan. Yo, como quiero a mi Lupita, lo he hecho".
-"Mmmmmmmmmmm", dio por respuesta.
-"Y sé que no me gustan porque lo he vuelto a hacer y otra vez, y otra, para quedar completamente seguro".
"Boggie", sin perturbarse, le dijo, simplemente: "Ten cuidado, Pedro, así se empieza".
Con asomarnos en esas dos caricaturas nos dábamos por bien servidos cuando no había lana para comprar Proceso y, la verdad, después de ver la reflexión de Naranjo, con una enorme profundidad política y luego ver al cabrón del "Boggie", nos íbamos satisfechos.
Era un privilegio encontrarse con ese punto de vista tan inhumano, tan sin concesiones, tan desprovisto de caridad. Así como algunos editores que mucho estimo, era un culero en toda la extensión, profundidad y sentido del término. Era todo lo que uno detesta en el yanqui, pero al mismo tiempo, con toda la repugnancia que provocaba su, llámese pensamiento, filosofía o como usted le quiera poner, era un tipo que se hacía querer. Cierto, todo lo hacía por codicia, pero muy por dentro –allá, muy adentro– tenía su corazoncito, por ejemplo, este comentario que le hace a una viejecita.
-"Usted me recuerda a mi madre".
-"Gracias, hijo ¿en qué?".
-"La misma cara de zarigüella apestosa".
O el que le da a una mujer de color, a su lado en la cama, como si momentos antes hubieran tenido relaciones.
-"Hay dos cosas en esta vida que detesto. Una, la gente que discrimina".
-"Gracias, "Boggie", eres un amor", le dice la otra, abrazándolo, "¿y la segunda?".
-"Los asquerosos negros como tú".
"Boggie" se atrevía a decir las cosas más impensadas o, a lo mejor, las cosas que uno guarda por convencionalismos. Prototipo del marine, del mercenario, del asesino a sueldo, del tipo sin la más mínima educación, sin elementales sentimientos, sin moral, al que sólo lo mueve el olor al dólar, nos movía el tapete con sus juicios. Cuando "Boggie" dejó de salir en Proceso fue, para nosotros sus múltiples seguidores, la primera muerte de Fontanarrosa. Sabíamos que estaba mal de esclerosis múltiple y que la mano derecha no le funcionaba como antes. Nos preocupaba cualquier noticia que teníamos de él.
Aquél jueves 19 de julio, al enterarme de su fallecimiento, hice un recuento de mi cercanía con el humor de Fontanarrosa, que hoy escribo.
La primera vez que lo conocí fue gracias a una revista argentina en la que venía una entrevista con el tenista Guillermo Vilas. Me la trajo un amigo que trabajaba en Mexicana y podía viajar por un 10 por ciento de la tarifa a cualquier lado del mundo, ese 1977 fue a Buenos Aires. Por medio de esa publicación conocí a “Inodoro Pereyra, el renegau”.
-"Pereyra por mi amá, Inodoro por mi tata, que era sanitario". Así se presentaba este gaucho macho y cabrio que tenía un perro sin pedigrí, pero con la asombrosa cualidad de hablar y filosofar, que por cierto se llamaba Mendieta.
Menos conocido en México, “Inodoro Pereyra, el renegau”, que tenía sus esencias en el venerable Martín Fierro, de José Hernández, pilar de la literatura argentina, era tan cáustico como su hermano nacido bajo la influencia del thriller norteamericano. El romanticismo de Pereyra queda debidamente documentado en esta conmovedora confesión de amor que le hace a su mujer, Eulogia, entrada en años y mucho más en carnes.
-"Endijpué de tantos años, si tengo que elegir otra vez, la elijo a la Eulogia con los ojos cerrados –dice tierno, el renegau–. Porque si los abro elijo a otra".
En estos tiempos en que la risa de los demás esta sentenciada a sólo aparecer mediante albures, mentadas de madre y gritos achilangados de nuestros “comediantes”, recordar a un humorista de la talla de Roberto Fontanarrosa, que se nos fue hace seis años, es casi una necesidad. El mundo cada vez se vulgariza más y los que pueden refinarlo se están yendo.
Hoy sólo nos queda rebuscar aquellos "Boggies", recordar aquellos "Inodoros Pereyra" y, con este texto, brindarle un modesto homenaje a ese querido amigo que despertó mi risa tantas veces. Quisiera decirle que este texto lo escribí por codicia, pero por una codicia que ya no tiene sentido, pues esa era la de chocar una cerveza con él, mientras escuchamos una de las hilarantes historias que escribió para Les Luthiers y me firma sus libros de cuentos.




