Benito, el gato dorado antiimperialista

José Luis Franco

21/07/2013 - 12:01 am

I

Benito se pasea como un rey por el edificio. Si tiene hambre, alguien se acomide a llenarle el plato, igual si tiene sed. Es tan altivo y orgulloso el enano petimetre, que si anda de tono saluda, si no, solo dirige una mirada displicente, y se aísla.

A veces creo que para él los papeles están invertidos: no es la mascota de nosotros, nosotros somos las suyas. Y cuando se le viene en gana baja de nivel y nos toma en cuenta.

Mientras más lo observo menos entiendo el motivo por el que se le llama gatos a la servidumbre, los empleados y subordinados.

II

La mirada es lo más profundo que hay, dice Inés Arredondo en su minicuento "Año nuevo". El Benito lo sabe, por eso me clava el verdor de sus ojos pestañeantes.

Al verlo así, tan contemplativo, escudriñador, me viene a la mente una curiosa observación de los chamanes sobre el peyote: tú no lo escoges, él te escoge a ti.

Debe pasar lo mismo con los gatos que te provocan alucinaciones.

III

Este viento alocado que nos amaneció, digamos que tiene un aire de travieso: esta mañana que fui al mercado levantó faldas, algunas que valían la pena; voló sombreros, uno de ellos fino, que cayó a mis pies y me dolió devolver, embarazó toldos y provocó que el Benito hiciera ejercicio persiguiendo una bolsa de plástico, de esas del súper, que a ratos volaba, planeaba, se arrastraba y agarraba vuelo de nuevo. Se creía mucho y el Benito meneaba la cabeza, pendiente de sus cabriolas, y se lanzaba sobre ella y la otra alzaba vuelo, como burlándose. Hasta que en un descuido fatal cayó en garras del dorado y acabó su divertido existir que le proporcionaba el viento. Acabó en garras que la hicieron garras.

Una gringa ruca, nueva cara en el edificio, con tipo de catequista en países subdesarrollados, y su marido, con pinta de no haber realizado el Servicio Militar por la dioptría de sus lentes, sus pies paquidérmicos y un aire de idiota que parece ciclón, aplaudieron las gracias del Benito.

Lo dejé con ellos. Bien merecido, por payaso.

IV

Por la mañana me asombró ver al Benito en un acto de sumisión: la gringa nueva en el edificio le ponía un listón azul en el cuello y el otro se dejaba, como si quisiera ser plenamente doméstico, olvidar su pasado callejero y dejar atrás su presente, también callejero.

El gringo de las dioptrías en el límite, los pies paquidérmicos y la cara de idiota, colaboraba sobornándolo, muy al estilo, con  whiskas en la palma de su mano.

Me decepcionó un poco el gran Benito, pero lucía bien y hasta pensé halagarlo con un dejo de sarcasmo, pero la gringa no dejaba de decirle cursilerías y mejor salí a la calle.

Más tarde encontré el listón azul hecho jirones desperdigados por el patio, entre las plantas, en las macetas, y del “doméstico”, ni sus luces. No se puede cambiar por decreto.

V

Carrilla fina para el Benito: la voz es de uno de los de mantenimiento del edificio, el Arturo, sin duda. No veo la escena:

—¡Quiúbole! ¿De dónde viene usted y tan trompudo?

Me imagino que el Benito le tiró un zarpazo por respuesta.

—No sea peleonero que no es mi culpa si le fue mal, mejor póngase a cantar esa de…

Y se puso a maullar la de “ya llegué de donde andaba, se me concedió volver”.

Aunque se la bailara, no creo que haya sido del gusto del gato presuntuoso.

VI

Nuevo intento imperialista por adecentar la imagen del Benito con un listón azul en el cuello, como si fuera republicano. No lo presencié, pero hasta la cocina, donde un par de huevos estrellados bailaban en aceite, llegó el zafarrancho gatuno con exclamaciones y mentadas a la mamá gatita en perfecto y desequilibrado inglés.

Bajé de prisa, pero el dorado ya se había dado a la fuga y la gringa, llena de arañazos, le reclamaba a su pareja, que tanteaba el piso buscando sus lentes de culo de botella, como si fuera culpable de su cursilería.

Los huevos se quemaron. Pinche Benito.

VII

Siempre he tenido la idea de que el Benito tiene algo que lo hace diferente a todos los gatos del mundo. Por la vía simplista podría decir que ese algo emana de nuestra amistad, pero no, el asunto tiene que ver con otras complicaciones e implicaciones que me presentó el despectivo saludo matinal que la gringa de los listones azules le brindó al dorado: “¡Hijo de perra!” (traducción), le dijo.

Si en verdad es hijo de perra debe ser un gato de excepción, de ahí mi admiración.

VIII

Je je je je. No tiene la culpa el gato sino el que lee cosas y las transforma. El Benito aparece entre los helechos y las palmas enanas para darme su miau de saludo, un ronroneo cariñoso y regresar a su refugio en el follaje. No vi esta vez al tigre de Bengala bonsái, sino a un Che Guevara bonsái reportándose desde su Sierra Maestra bonsái, firme en su enconada lucha contra el imperialismo azul. Casi lo vi con boina calada con estrella y arrastrando la carabina.

Debe servirle de estímulo que la mayoría de los que vivimos o trabajan en esta isla, que es el edificio, estamos a favor de su libertad y vagancia. Más aquellos que de manera desinteresada le brindan su apoyo.

No sé si harán lo mismo con los demás inquilinos, pero los gringos latosos me ven con desconfianza (bueno, ella, el otro no ve): saben que visito al guerrillero bonsái en su cuartel y eso no debe hacerles gracia.

VIX

Luna llena. En el patio se manifiesta lo que se llama clarilunio. Al parecer no soy el único que no consigue dormir: un grillo canta y brinca, el Benito lo observa, lo mide, lo persigue, curioso. Unos cuantos saltos y su canto acaba en la pata del dorado, que ve su garra destructora de la melodía del plenilunio y corre a su escondite entre los helechos, como huyendo de la pata que causó el desastre, como si lo invadiera un cargo de conciencia.

Por lo visto, el Che Guevara bonsái tiene su corazoncito.

XX

El rencor es una debilidad humana que al Benito le vale. Como suele hacerlo con todos cuando se le viene la gana y sobre todo cuando nos ve entrar con bolsas de comida,  hoy recibió a la gringa de los listones republicanos y al marido ciego, paquidérmico y domesticado con su más seductor y diplomático miau, que escuché como si fuera una canción de los Beatles.

Deseo —en su beneficio— que su maravilloso gesto no sea malinterpretado como una debilidad. Los humanos, aunque estamos llenos, repletos, colmados, de ellas, no las perdonamos cuando las vemos en los demás.

La canción de los Beatles debió ser "Eleanor Rigby".

José Luis Franco

Lo dice el reportero