Para 1968, cuando yo tenía 20 años, ya había leído a varios escritores latinoamericanos. La lectura de José Agustín me resultó reconfortante por su manera juguetona, a veces irrespetuosa, e inventiva, de manejar el lenguaje, a diferencia de los escritores de la generación anterior a él. Hubo otro escritor que, como Agustín, me impresionó por razones similares a éste: se trata del cubano Guillermo Cabrera Infante. Yo, como principiante de la escritura, encontré en ellos la confianza y la libertad para escribir como me viniera en gana y con los personajes que mejor me parecieran. No se trataba, y lo comprendí de inmediato, de escribir como ellos, sino de respirar el espíritu desde el que escribían y dejarme poseer por él.
Junto a ellos, encontré a otra pareja, también uno joven y el otro maduro: a Antonio Skármeta, que acababa de ganar el Premio Casa de las Américas, y Julio Cortázar; quizá el más experimental, aunque su influencia fuera notable en Skármeta. En Cortázar encontré dos cuentos sobre boxeadores, uno titulado “Torito” sobre un boxeador de barriada, manejando el narrador un lenguaje coloquial bonaerense; luego, estaba el cuento de una pelea de box, que abre el libro Último round, donde un cronista narra el match siempre desde el punto de vista de uno de lo boxeadores quien, al final, será el perdedor, pero nunca sabemos ni el nombre ni quién es el boxeador que gana; es una especie de sátira del cronista deportivo que cuenta la pelea con favoritismo. Quizá para no repetir el tema del boxeador, Skármeta tiene uno de un ciclista donde sucede casi un milagro, pues mientras él corre, uno de sus padres está a punto de morir, pero se salva cuando el ciclista llega primero a la meta.
A partir de estas lecturas, me di cuenta de que en la literatura mexicana existía un vacío literario y que no se habían escrito cuentos sobre deportistas y decidí escribir algunos. El primero sería el de un boxeador y fue el que le dio título a mi segundo libro de cuentos: Fuera del ring. Ya había yo terminado el libro, pero no tenía el cuento que le daría el título. De pronto, en un periódico vi una nota en la que se narraba la desavenencia entre un boxeador y su entrenador: encontré el motivo del cuento. Para entonces, "el Chango" Casanova, a quien yo admiraba, estaba ya prácticamente demente; de ahí tomé el tipo de personaje: un boxeador afectado por sus facultades mentales. Se pelea con su manager en una cantina, pero su locura lo mata; aunque tenía ventaja sobre el entrenador, éste le da un tiro.
Posteriormente, también en una nota deportiva, de mediados de los 70, leí que un grupo de futbolistas mexicanos querían crear un sindicato; era una nota pequeña, casi como para que no se notara. En ese momento me pareció, más que un tema realista, un tema fantástico; decidí que el narrador sería un portero (Antonio Mota) y que contaba su historia y la de sus amigos desde la cárcel. Los dueños de los equipos declaran en quiebra a sus empresas deportivas y desaparecen los equipos. Nunca me imaginé que el cuento, escrito cuando apenas empezaba el movimiento de los futbolistas, iba coincidir con la realidad. Por ejemplo, en ese entonces existía el equipo Oro, de Guadalajara; la empresa del Oro despareció y de ahí surgió el actual equipo de nombre Jalisco. El Oro era tan buen equipo, que llegó a ganarle al Santos de Brasil, con todo y Pelé. Ese cuento que escribí se tituló “Lenin en el futbol”, y le daría nombre a un libro grueso que publicó Grijalbo y que ganó también el Premio Casa de las Américas.
La primera antología de relatos de futbol que se publicó en México la preparó y editó el ecuatoriano Miguel Donoso Pareja en las ediciones de la extinta revista Cambio en los años 70. En América Latina, la publicaron en el Uruguay entre los 50’ y los 60’. No era para menos, pues Uruguay ya había sido campeón del mundo.




