La Muralla Kafkiana (segunda parte)

Guillermo Samperio

06/09/2013 - 12:00 am

El texto La Muralla China de Franz Kafka, inacabado, muestra cómo a través de la construcción de la muralla se erigió un poder perdurable que, para serlo, tuvo que incorporar a cada uno de los niveles de la sociedad, desde los jerarcas de la cúspide política hasta el más humilde albañil. El pretexto inicial para construir la muralla no es de mayor importancia: proteger a China de una invasión. Hubo lugares recónditos donde nunca se vio a ningún invasor cerca de la muralla o antes de que fuera erigida.

En el espíritu de cada chino había un trozo de muralla o, por decirlo a la inversa, el espíritu de cada chino era un trozo de muralla. Por ello, no se trataba sólo de una especie de nacionalismo anticuado, de mantener un tipo de gobierno, sino de salvaguardar la unidad china a través de las eras, “la China infinita”, como señala Kafka en el texto.

Las cuadrillas de constructores consideraban un honor haber sido designadas para tan alta labor. A su paso, dice Kafka, “... escuchaban los himnos de los fieles en los santuarios, rogando por la feliz culminación de la empresa”. Tal vez la obra del autor de El castillo quisiera hacer una metáfora del confucionismo que unificó a la gran mayoría de los chinos, pero el asunto de la muralla va más allá de un tipo de espiritualidad religiosa.

A la inversa de la Torre de Babel que quería conquistar el cielo, la muralla se erigió como la Casa del Fundamento de la Tierra, un asunto de los hombres, sin perturbar a los dioses. Y aquí, aunque me contradiga, hay un giro de grave importancia: sin atentar contra las deidades, los chinos lograron crear un poder con tendencia hacia el infinito, independiente del tipo de gobierno en turno. “Cada compatriota era un hermano para el que levantaba una muralla protectora”, dice el texto.

De esta manera, sin pretender derrocar a los dioses, cada chino era/es un fragmento de una “deidad terrestre”, fragmento que se va heredando de generación en generación, como el Golem de los judíos. No en vano el duro trabajo de desplazarse kilómetros y kilómetros, de cada cuadrilla, para construir arduamente medio kilómetro de muralla representaba un honor para cada habitante de la China milenaria. En viaje, “... por todos los caminos había grupos, arcos de triunfo, banderas; no habían visto jamás qué grande, rica, amable y hermosa era su patria”.

Es decir, en la construcción de la Muralla China confluyeron todo los órdenes propios de la vida en la tierra y en la etérea y espiritual. Este fragmento de muralla que cada chino lleva en el corazón y que hereda a los hijos de los hijos es lo que pudo impulsar la iniciativa de Mao-Tse-Tung de la Gran Marcha por la Revolución Cultural y de fundir en un solo impulso la hermandad de cada chino, aunque la marcha estuviera aconteciendo a miles de kilómetros de su localidad.

Este mismo impulso es el que lleva a la actual China a la construcción de la represa más grande del mundo, interviniendo el río Yang-Tse. Cuando la represa, de dos gargantas, comience a operar, serán hundidas centenares de poblaciones y se perderán construcciones milenarias de un valor artístico y espiritual incalculables; antes de ello, tendrán que movilizar a cerca de un millón de pobladores donde el agua va a pegar. Esta represa, sin lugar a dudas, es la moderna Muralla China y sólo es posible conseguir el consenso de la población atendiendo a ese fragmento de muralla que desde la antigüedad lleva cada chino en el pecho.

No es extraño, pues, que el comercio chino se esté expandiendo a cualquier rincón del mundo. Su poderío militar es el más importante del orbe. Pueden invadir y derrotar a Japón en veinticuatro horas. La Muralla China empieza a cruzar por todos los continentes que, mustios, buscan todavía construir una Torre de Babel.

Guillermo Samperio

Lo dice el reportero