Desde niño he tenido la facilidad de ajustarme a lugares extraños y ambientes de todo tipo, soy una especie de ser todo terreno. Quiero decir, yo lo mismo puedo dormir en el suelo, en la tierra; lo he hecho, no nada más lo digo. Que en una cama king size, o en una recámara que tiene una cama que es de todo el tamaño de la recámara. Prefiero, por ejemplo en los viajes, los hoteles modestos, las posadas, los hostales, lo pequeño, y lo más familiar posible. Porque ahí, como camaleón, te confundes con los demás y te acercas más a la gente. En cambio, en un hotel gigantesco, con multi-servicios, simplemente eres parte de la decoración. Y en un mesón eres persona. A veces, frente a los administradores del hotel, o los botones, pues están mejor vestidos que tú. Y te da vergüenza estar ahí, al lado de ellos. Se ofenden porque les das tres dólares; y te los avientan en la cara. En cambio, en un mesón das tres dólares de propina, el señor del mesón se pone feliz, hace fiesta, trae a la esposa, te la presenta y… es día de fiesta. Luego das otros tres dólares, luego otros diez; entonces ya se arma ahí la fiesta, mandas traer botellas, salen los de los demás partos. Y se amanece uno ahí con toda la gente, se le olvida ir a los museos, a los ríos, subir a las catedrales y todo eso. No, no. En un mesón, en Florencia, se vive de maravilla.
He ido a la luna varias veces. Especialmente al lado oscuro. Porque el lado visible, cuando estoy allí, te deslumbra muy feo. Y, además, todo el mundo te está viendo, desde la Tierra. En cambio, en el lado oscuro, puedes pensar lo que quieras y nadie se da cuenta. El número de mujeres en mi vida está en el lado oscuro de la luna.
Creo que en buena parte de mis primeros era un tanto ultra-radical de izquierda, marxista, leninista, maoísta, malthuseiano, pues, obviamente, cuando empecé a escribir quería yo denunciar las barbaridades de la burguesía y sus súbditos: el ejército, y las policías secretas y todo eso. En realidad, cada vez que escribía un cuento de corte social y de denuncia, me salía un cuento fantástico. A la vez que… Me acuerdo que leí un libro muy grande, y tortuoso, de Lenin, que se llamaba Materialismo y empíreo-criticismo, ya nada más el nombre era como decir era un garicuéro, paragaricúero: Materialismo o paraguantinrimínico, era como de adivinanza… Como era tan mal polemista por escrito, Lenin, hacía unas citas enormes de idealistas, como el obispo Berkeley, de Lambert, etc. Entonces yo me olvidaba de las citas que hacía de Marx, y de Engels, porque eran más chiquitas. Me maravillaba yo con las citas de los idealistas: me parecía fantástico lo que decían, me maravillaba. Entonces por culpa de Lenin me hice idealista. Por eso admiro al Che Guevara; que creo que él era más berkelyano que marxista.




