Imagina que vives en un edificio de varias plantas, con varios vecinos desde hace mucho tiempo. Algunos son encantadores, habéis compartido espacios de vida, las idas y venidas del amor y el desamor, habéis visto crecer a los hijos juntos, habéis estado codo a codo en todos los vaivenes de la vida, que no son pocos.
Otros son indiferentes, apenas, en esa categoría que alguien hizo de los grados de amistad, son los simplemente “saludables”. A quienes dices hola y adiós en el ascensor o en la escalera. Otros has aprendido que ni siquiera devuelven el saludo. Con esos, ya sabes que es mejor saludar, aunque hagan como que no te ven, porque gastas mucha menos energía siendo amable que dejándote contaminar con las malas maneras y la mala vibra de esa gente.
Luego están los que quieren hacerte la vida imposible, desde siempre, a ti y a los demás vecinos, como en una maldición eterna, o porque se acaban de mudar al condominio y no respetan nada. Ahí la cosa se complica.
En el mundo europeo hay una gran discusión sobre qué hacer con el que siempre ha sido, ya no el vecino, sino el casero malvado de todo el edificio, esto es, hablamos de los EU. Algunos ponen el ejemplo de los Acuerdos de Munich de 30 de septiembre de 1938, donde el Primer Ministro británico, Neville Chamberlein, junto con el francés Édouard Daladier y el italiano Benito Mussolini, firmaron con Hitler la llamada “política de apaciguamiento”.
Es lo que se llama “paz por territorios”. Autorizaban a Alemania a ocupar los sudetes, una zona de Checoslovaquia con la excusa de que allí había una minoría de germanoparlantes. La realidad era otra. La doctrina del Lebesraum, del espacio vital, acuñada por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel a finales del siglo XIX, fue interiorizada por Hitler, que terminó anexionándose Austria, ocupando Checoslovaquía, Polonia, Croacia, Rumania, Suecia, etcétera., todo en nombre de la idea de “Ein Volk, ein Reich, ein Führer”, esto es, “Un pueblo, un imperio, un líder”. El movimiento de Trump es “Hagamos a América Grande de Nuevo”. Recuerda demasiado al lema hitleriano. Y ya no tienen a los sioux ni a los comanches ni a los apaches para matarlos y conquistarles.
A la vuelta a Gran Bretaña de Munich, Chamberlein dijo: "Creo que es la paz para nuestro tiempo". Menos de un año después, en septiembre de 1939, comenzaba la guerra mundial con la invasión alemana de Polonia. Si no paras a los monstruos a tiempo, luego todo es peor.
La IX Cumbre de la Celac, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, que se desarrolla esta semana en Tegucigalpe, en Honduras, es la respuesta más inteligente al vecino que ya no solamente es molesto, sino que hace la vida imposible a los demás inquilinos con su grosería, su irrespeto y sus maneras violentas.
La unidad de Latinoamérica no es algo nuevo. Fue una propuesta histórica desde, al menos, el Congreso Anfictionico de Panama en 1826, impulsado por Bolívar. Gobernaba en México, que mandó representación, Guadalupe Victoria, el primer Presidente del México independiente. Aquel Congreso fracasó porque los EU llevan desde esos mismos tiempos intentando malograr el sueño de Simón Bolívar. Y siempre han tenido más cañones.
La Celac fue fundada un 3 de diciembre de 2011 en Caracas, Venezuela, en una cumbre histórica que reunió a 33 países de América Latina y el Caribe (los mismos que han estado presentes en Tegucigalpa), aunque su creación venía de antes con la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe celebrada en México en 2010. La unidad territorial siempre es una historia de pasito a pasito.
La Celac nació como una respuesta a la hegemonía de Estados Unidos en toda la región. Su objetivo principal sigue siendo construir un bloque regional sin la participación de EU ni de Canadá, es decir, una integración radicalmente diferente a la OEA, la Organización de Estados Americanos dominada por Washington. La OEA nació en Bogotá 1948 como una institución propia de la guerra fría. Recordemos que en 1962, la OEA expulsó a Cuba de la organización -por orden de los EU-, pero mucho antes ya se había involucrado en golpes de Estado de derecha impulsados por los EU, por ejemplo, el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, hasta recientemente el apoyo a los ataques contra Venezuela o Bolivia, además de los persistentes contra Cuba. “El Ministerio de colonias yanki” lo llamó Manuel Ugarte, un destacado intelectual y político argentino, y así continuaron llamándola Raúl Roa, el Canciller de la dignidad cubano y primer Embajador ante la OEA, y luego Fidel Castro y el Che Guevara. “Ministerio de colonias yanqui”.
Déjenme mostrarles la diferencia entre el trato uno a uno que busca los EU con los países de América Latina, y lo que significa la Celac.
Si agarro un fósforo, un cerillo y lo quiero quebrar, es muy sencillo. Se rompe.
Igual ocurre si agarro dos. Se rompen.
O tres. Se rompen.
Pero si agarro, no hace falta toda la caja, sino un buen manojo, ya no se dejan tronchar.
No es igual que un vecino vaya a hablar con el matón del piso de arriba a que vayan todos los vecinos a golpear su puerta y pedirle explicaciones.
La Celac busca la integración regional sin tutelaje externo. Sus principios tienen que ver con los derechos humanos. Y debiera dar lo mismo que en sus reuniones estuvieran gobernantes de derecha, como Milei o Noboa, que presidentes claramente ubicados en la izquierda, como Maduro, Lula, Petro, Orsi o Claudia Sheinbaum, cada cual con sus especificidades. Digo “debiera dar lo mismo”, porque en verdad no es lo que pasa.
Cuando el Presidente Noboa entró en la Embajada de México en Quito, en Ecuador, para secuestrar al ex Vicepresidente Jorge Glas, lo que generó la primera crisis en la Celac bajo la presidencia de Xiomara Castro, la Presidenta de Honduras, Noboa estaba actuando contra la Celac y, por supuesto, con la autorización de los EU que así generaba divisiones. No hay ninguna integración regional que no cueste sangre, sudor y lágrimas. Y buenos operadores.
Decía que los principios de la Celac están en lo más hermoso, generoso y solidario de nuestras constituciones. La Soberanía nacional y la no injerencia en los asuntos internos; la lucha contra la pobreza y la desigualdad; la defensa de la autodeterminación de los pueblos; la promoción de un nuevo orden mundial multipolar y justo; la defensa de la paz; el comercio y la cooperación intrarregional; la cooperación energética.
El mundo internacional lo dictaron las potencias occidentales, especialmente los EU. Ahí no están las soluciones. Y por eso, todos los países de América Latina debían subordinarse al Fondo Monetario Internacional. Sepan que en el FMI, cada país tiene un número de votos proporcional a su “cuota” de participación, es decir, a su aporte financiero al Fondo. Esto quiere decir que los países más ricos tienen más poder de decisión. Estados Unidos tiene aproximadamente el 16.5 por ciento del total de votos. Para que una decisión clave se apruebe, se necesita un 85 por cinto de los votos, por lo que EU, con más del 15 por ciento, tiene poder de veto. El FMI tiene 24 directores que representan a grupos de países. Pero algunos países grandes (EU, China, Japón, Alemania) tienen su director propio.
Uno de los objetivos de la Celac, tarde o temprano, será crear un Fondo Monetario del Sur. Si en vez del FMI, le prestara el dinero a Argentina la cooperación sur-sur latinoamericana, es evidente que el sufrimiento de ese pueblo sería hoy infinitamente menor.
Pero seamos conscientes de que países como El Salvador ahora mismo, con el Presidente Bukele, tienen una sumisión absoluta a los EU. Bukele ha llegado a un acuerdo con Donald Trump para cobrar 20 mil dólares por preso y año para que el Presidente norteamericano pueda deportar a cualquier inmigrante latinoamericano sin juicio, encerrándoles en un lugar en donde no rigen los derechos humanos. No parece pues muy factible hacer real la voluntad de la Celac de no ser un satélite de los EU o de fomentar la unidad y solidaridad entre los pueblos basada en la justicia social, la diversidad cultural y los derechos humanos,.
Y sin embargo, hay que intentarlo.
La Unión Europea nació compartiendo recursos esenciales que, apenas una década antes, había llevado al continente a la guerra, en ese caso, compartir el carbón y el acero. ¿Qué pasará en el continente latinoamericano si empiezan a compartir la electricidad o el agua o los alimentos? Chávez empezó a compartir con los países pobres de la región el petróleo. Y ayudó a integrar la zona, a reducir las divisiones ideológicas, a empezar a pensar estructuras permanentes de cooperación, como una moneda regional o instituciones comunes.
No vamos a saber todo lo que se hable en esa Cumbre, pero uno de los elementos esenciales va a tener que ver con la Inteligencia Artificial. Si América Latina sigue usando el Chat GPT o Interlink o la nube de Amazon o de Google o de Meta, la soberanía digital latinoamericana desaparece.
Pensamos que nos están regalando algo, como cuando usamos el GPS o cualquier localizador; pero les estamos regalando los datos de las rutas, a dónde va la gente, cómo nos desplazamos, cuándo. Le estamos regalando demasiada información a un país que, como estamos viendo ahora, va a usar toda esa información para intentar ponernos de rodillas, cobrarnos aranceles, presionarnos o invadirnos. Ya no digamos cuando navegamos, chateamos o usamos el correo electrónico.
Si América Latina no tiene una IA propia del continente, va a estar a merced de los países con pretensiones imperiales, del tipo que sea. Esa es una de las misiones de esta Celac, junto a los aranceles y los migrantes.
Frente a Bukele, que se ofrece a mercadear con seres humanos cuyo único delito es haber ido a EU a ofrecer el sudor de su frente, en México con Claudia Sheinbaum, en Colombia con Petro, en Honduras con Xiomara Castro, en Venezuela con Nicolás Maduro, han exigido a EU que trate a sus compatriotas con respeto. Que no aceptan que les devuelvan esposados en aviones militares tratados como escoria. Porque esos presidentes y presidentas saben que la gente que no vive en sus propios países está fuera por necesidad y también son ciudadanos. EU es un país más viejo que América Latina. Van a seguir llegando inmigrantes.
La Celac funciona por consenso. Es decir, todos los países deben apoyar las decisiones que se tomen. No es fácil. Es como si en nuestro edificio del que hablamos, el señor del tercero y la señora del quinto decidieran apoyar al vecino matón pensando que así van a sacar alguna ventaja. Ya hemos visto que ni Milei, el más autohumillado de los presidentes latinoamericanos, se ha librado del 10 por ciento de subida de aranceles. Quizá esté contento. Siempre ha habido esclavos agradecidos por recibir menos latigazos que sus compañeros. Esos esclavos complacientes no ayudaron nunca a la abolición de la esclavitud.
La regla del consenso implica que todos los países deben hablar mucho para poder llegar a acuerdos. Hay que pensar que los Estados necesitan legitimidad, que los gobernantes no pueden engañar a todos todo el tiempo. Es decir, que si las políticas golpean a la población durante más tiempo del que están dispuestos a aguantar, siempre terminan levantándose.
Argentina conoce el “que se vayan todos”, que obligó al Presidente De la Rúa a salir en helicóptero del Palacio de Gobierno, de la Casa Rosada, y en la propia historia de los EU ha habido protestas, levantamientos indígenas y afrodescendientes, huelgas generales, revueltas, motines raciales, luchas callejeras, rebeliones sindicales (con enorme presencia latinoamericana), movimientos de derechos, etc. Es verdad, que a menudo sofocados por el ejército. Dudo de que Donald Trump, con tantas contradicciones como está experimentando, incluso dentro de su propio Gabinete, pudiera reprimir un levantamiento popular como está haciendo Milei en Argentina.
Tenemos un mundo en el que se están rompiendo las reglas internacionales. Todo vale. Y América Latina, la bisagra entre el viejo mundo que no termina de marcharse y el nuevo mundo que no puede llegar, tiene la obligación de intentar hablar con una voz compartida. Que no es una única voz, sino que es una voz compartida. Ese es el fruto de la Celac, más allá de las discrepancias.
Es muy probable que pronto haya también una mujer presidenta legítima en Ecuador, junto a Claudia Sheimbaun y Xiomara Castro (digo legítima porque Dina Boluarte es una Presidenta ilegítima en Perú). Es bueno que haya más mujeres progresistas gobernando. En los lugares más duros del continente, al lado de las bandas criminales y su violencia, están las ollas populares, organizadas por mujeres. La cooperación, el diálogo, la generosidad son cualidades que ayudan a la unidad. Así que, con la primavera que empieza, podemos darle un poco más de espacio al optimismo.
En tu edificio, el matón que hace la vida imposible a los vecinos va a acabar, uno a uno, con los vecinos que individualmente le planten cara si no se juntan.
Uno a uno, crack, va quebrando los cerillos, los fósforos. Es la unidad lo que salva al pueblo.
Ese estar juntos, con todas sus dificultades. Nadie dijo que fuera fácil. Sí es enormemente eficaz contra los abusones y, cuando se convierte en norma, muy placentero en la vida. Ahora que Naciones Unidas está francamente en descrédito, es importante que la Celac brille con luz propia. La buena vecindad hace la vida más alegre. En un continente que sabe aquello de “somos alegría, somos mayoría”.





