
I
El mito original del ángel caído;
la sabia metáfora de la soberbia;
y la pérdida de la esencial paz del ser
en sus nupcias con el espacio y el tiempo.
La presencia del infinito
en el sello de su humildad.
La llave única de eternidad
ante el brebaje de la locura
llamada ilusión;
la tajante esclavitud de los deseos;
su obsesión por convertirse en dioses.
II
La sofisticación de la bestia:
el triunfo aparente,
la llamada inteligencia artificial.
Una trampa de la historia
sus Apocalipsis y Diluvios
de la rotación del tiempo
en su último engranaje.
III
La tragedia a la vuelta de la esquina;
el soplo del adiós.
Incrustada fatalidad
en la normalidad diluida.
IV
La duda perdura en el siempre,
su pronunciación indistinta
tiene un tufo
de densa ambigüedad.
Todos lo sabemos,
el porvenir:
la incesante apuesta de la incertidumbre;
saber vivirla
en el ciclo biológico,
es aprendizaje que nos define.
Sus múltiples fantasías,
distractores soberanos
en un esfuerzo necesario
e inútil,
ante el helado silencio del mañana
que no llegará.
V
La eternidad
es un ejercicio de conciencia;
la disciplina primaria
que asume la muerte como rutina;
condiciona el tiempo;
la apertura de experiencia de la vida,
se rebela fugaz
en su presencia corporal,
que asume su consistencia
como una interrogante
sin respuesta,
en la invisibilidad que emerge
entre los poros
de las múltiples historias.
VI
El acertijo existencial
de las diversas respuestas,
más allá
de sus posibilidades de certeza;
es la condición misma:
raíz
de la enseñanza
en su definición.
VII
La revelación
su perenne asombro.
La tensión necesaria
de la confianza de la vida;
la verdad expresada
en su indiferencia;
la admiración continua de la normalidad.
La biología, su dimensión desafiante
de permanente cambio en su ritual:
desaparición y mutación
de un orden siempre propio y ajeno.
VIII
La innata experiencia
que advierte y descubre
la esencia de la criatura
que nos define
en el sagrado misterio
de su condición;
y deambulamos
en la orfandad
de su equivocado entendimiento
que pretende usurpar
la naturaleza primaria de su orden
hasta el grado de pretender
el poder mismo de la vida.
IX
Corrimos adelante de nosotros
antes de poder caminar.
Los murciélagos
dejaron sus huellas en las cejas,
mientras se posaban
en lo más alto de las estalactitas.
Rendija: Todo orden político debería ser un orden de servicio a las diversas expresiones de humanidad y sus culturas: la riqueza de la vida en sus múltiples rostros.
Como país no sabemos compartir, la primera pedagogía debería ser el reconocernos como prójimos, sin el agandalle del abuso de toda índole y en cada momento. La olimpiada del ego es permanente, y en sus juegos convertidos en tragedia nacional, erosionamos los legados de las generaciones y quedamos a la intemperie de una ignorancia cruel en la propia atmósfera mundial, que ya domina nuestros espacios vitales.
El agandalle es el deporte nacional y la crueldad su atmósfera; la sensibilidad son las lágrimas del cocodrilo que emerge del pantano de nuestros temores.





