
Pertenezco a una generación que creció bebiendo refresco y observando fumar a sus mayores. Alguna vez vi, en casa de un amigo, a su madre pidiéndole que encendiera su cigarro en la estufa a falta de cerillos. Nadie se escandalizaba por eso. Mi tío, por ejemplo, además de fumar, se bebía un litro de refresco al día. Así que fue bastante natural que yo acabara fumando y bebiendo refrescos. Aunque comencé tarde a fumar, tuve épocas en que los cigarros se acumulaban en una sucesión preocupante. Por fortuna ya lo dejé hace muchos años (aunque, para qué más que la verdad, sigo extrañándolo a diario). También me tomaba un par de latas de refresco que alternaba, por supuesto, con sendas tazas de café. Y así iba mi vida, estimulada.
Sin que sirva de consuelo, tengo varios amigos que estuvieron peor. Dos litros de refresco al día, por ejemplo, hasta que decidió dejarlo. Algunos más siguen fumando y para ellos está bien.
Desde que nació mi hijo mayor atestigüé, de primera mano, cambios radicales en la educación de los críos. Eso se veía tanto en la escuela como en las fiestas infantiles. En la primera, no había juguitos ni bebidas edulcoradas (como aquéllas con cuyos envases terminábamos jugando futbol). Hay garrafones de agua. En las segundas había padres muy estrictos: sus hijos no sólo tenían prohibidos los refrescos, sino también las aguas coloreadas, los jugos y las aguas frescas en enormes garrafones. Podían, pues, tomar agua. Había, empero, padres que no tenían empacho en que sus hijos tomaran lo que les viniera en gana. Nosotros estábamos a la mitad del espectro.
A veces también toca que uno sea el organizador de la fiesta, la reunión o la comida con los amigos de nuestros hijos. Ya no son niños, están en plena adolescencia. Se compra variado para que haya oferta, pues uno nunca sabe de las preferencias de los otros. Eso sí, no servimos refrescos a los pequeños, no vaya a ser que nos reclamen sus padres pues, nos guste admitirlo o no, lo cierto es que hacen daño.
Llama la atención cómo algunos toman jugos y aguas azucaradas. En otras fiestas, hemos visto a chicos de 10 años bebiéndose un litro de refresco en escasos minutos. Sin embargo, para aquéllos que fueron criados con cierta exigencia, después de la prueba del jugo, buscan agua para saciar la sed. Más, si vienen de correr desbocados o de jugar fut.
Supongo que, entonces, el asunto es aprendido. Más allá de los nuevos impuestos, lo que se requiere es agua potable al alcance de todos y acostumbrarnos a ello. No soy ingenuo, sé que muchas personas toman refresco para cubrir los requerimientos calóricos de su cuerpo, toda vez que son calorías baratas y fáciles de conseguir. Incluso en esos casos, es poco probable que el nuevo impuesto sea disuasor. De nuevo, se requieren leyes para reformular las bebidas, se requiere un inmenso esfuerzo para que el agua potable no cueste incluso más que un refresco y se requiere acostumbrarse. Así, quizá, llegue el momento en que consumamos refresco ya no como un sustituto del agua, sino como la posibilidad de acompañamiento para ciertas comidas; maridaje, pues.





