El inicio del ser humano y de las herramientas es indistinguible. De hecho, solo podemos suponer que ya había humanidad en ciertos homínidos porque los acompañaban herramientas. Son inseparables de nosotros desde siempre, y su sentido ha sido auxiliarnos en las más variadas tareas; las más antiguas fueron las de piedra; hoy, a cientos de milenios de aquellos comienzos, contamos con millones de herramientas entre las que destacan la computadora y la inteligencia artificial (IA). Sin embargo todas, al margen de su sencillez o complejidad, se encuentran o inventan para cumplir con un propósito. Así, desde las hachas hasta la IA tienen el fin de facilitarnos o ahorrarnos una tarea. Que la herramienta lo haga todo e incluso que lo haga mejor que nosotros ha sido la gran meta de la tecnología.
Hoy parece que con la IA hemos alcanzado ese anhelo y, por ello, es el momento de preguntarnos nuevamente por nuestro sentido en el mundo, pues el mero sobrevivir que parecía nuestro sentido como especie ha perdido su preeminencia: literalmente ya no tenemos qué hacer. Realizar tareas fue, primero, facilitado por alguna herramienta, pero ahora prácticamente lo pueden hacer ellas sin nosotros. Así, una pala mecánica, con un solo operario, cava un hoyo inmenso en unos cuantos minutos volviendo innecesarias a docenas de personas que lo hacían en días. El tornillo de Arquímedes, girado por un motor, bombea miles de litros de agua que costaría un trabajo infernal si esa misma cantidad de agua nos propusiéramos sacarla usando nuestras manos como cuencos: las herramientas son sencillamente prodigiosas: más herramientas se traducen en menos necesidad de personas y, por eso hoy, que la IA puede hacer cualquier tarea incluso mejor que nosotros: diagnosticar una enfermedad, redactar una reflexión como esta, componer una sinfonía, hacer una película, elaborar una demanda, servirnos de chofer, inventar fármacos, armar una campaña publicitaria…, la pregunta por nuestro sentido en la Tierra se impone como urgente: ¿qué hacer ahora que las herramientas lo pueden hacer todo por nosotros, incluso tomar decisiones?
Responder "nada" significaría jubilarnos desde el nacimiento. Responder "emplear el tiempo en nosotros mismos" significa una falsedad práctica, pues hemos visto, en los hechos, que es utópico; son rarísimas las personas que cuando tienen tiempo lo dedican a cultivarse a sí mismas, más bien lo que se observa es que la mayoría se dedica a matar el tiempo para no aburrirse; a fugarse de la realidad estupidizándose con jueguitos o mudándose a vivir a un sueño virtual. El tiempo se vuelve una tortura cuando no se hace nada, por esto me pregunto en serio: ¿qué vamos a hacer cuando no tengamos nada que hacer?
Creo que debemos replantearnos el sentido del hacer, pues hasta ahora el hacer se ha entendido demasiado relacionado con el hacer tareas, es decir, con lograr mediante el hacer lo que necesitamos para vivir. Hacer y sobrevivir parecen referirse a círculos que se corresponden puntualmente. Sin embargo, no todo tiene ni ha tenido siempre ese único propósito: yo pienso y escribo y grabo esta reflexión y con ello gano dinero que uso para vivir, pero no lo hago solo por eso (si alguien lo duda, solo imagine las horas de lectura, escritura y esfuerzo que invierto y compárelo con mis honorarios, y me dará la razón sin regateos). No todo hacer es para sobrevivir, si lo fuera, yo le pediría a la IA que escribiera esta reflexión y me quitaría de trabajos. ¿Por qué la hago por mí mismo?, ¿qué gano además de mis honorarios? ¿Qué ganan quienes hacen lo que hacen no solo por dinero o para ganarse la vida?
Hay ciertos haceres que parece que se llevan a cabo no por sobrevivir, sino porque le dan sentido a la vida de quien los realiza. Esto es muy claro en el terreno artístico: un auténtico pintor no pinta por dinero, un poeta tampoco; hay muchas actividades donde ocurre lo mismo: un auténtico investigador no investiga por dinero, un actor auténtico tampoco lo hace por dinero… Y, en cambio, hay actividades que parece que solo se hacen por dinero: destapar cañerías, se me ocurre, no es un trabajo del que pueda decirse que sirve para realizarse, y otro tanto, recoger diariamente la basura. De entre todos los haceres que al menos a mí, me parece, no tienen más propósito que permitir ganar dinero es el de cajero de supermercado: tomar de la banda cada producto, pasarlo por la lectora del código de barras, decir el importe, recibir el efectivo o la tarjeta, y devolver el cambio o el recibo…
Esta división entre actividades que se hacen porque le dan sentido a la vida y las que solo se hacen porque dan dinero parece correcta; sin embargo, solo lo es en el plano lógico. Veamos por qué: muchas veces he visto en la puerta de mi edificio el carro de la basura y los empleados que brindan este servicio. Lógicamente deberían hacer su trabajo deprimidos, pues lo hacen solo por dinero. No es así, recogen los botes, los vacían alegremente, se cuelgan de una barra, se avientan a la cara cáscaras de plátano, hacen bromas, coquetean con las empleadas domésticas, se tumban encima del camión como si estuvieran en la playa y se van a la siguiente parada. Entre ellos han creado vínculos, relaciones de camaradería, tienen expectativas y sueños, no parece que lo hagan solo por dinero. Más bien ese hacer da la impresión de llenarles la vida, de darles un sentido.
Y otro tanto ocurre con actividades que lógicamente se hacen no solo por ganar dinero, sino por algo más: el pintor auténtico, el investigador auténtico. Veamos a uno de ellos de cerca, porque no es lo mismo un "investigador auténtico" que un investigador de carne y hueso, o sea, no es lo mismo un eidos platónico que una persona real que se dedica a la investigación. Un investigador real es aquel que investiga en una universidad; pero en las universidades, lo investigadores, para mantenerse o mejorar su salario, necesitan rendir frutos; por ejemplo, publicar artículos. El investigador "auténtico" investigaría de manera incansable, pero eso no garantizaría siempre un resultado publicable, entonces, publicaría solo de vez en cuando. Un investigador real, por su parte, necesita publicar regularmente, y al contar con la IA, le sería posible generar cuantos ensayos deseara.
En este contexto real quisiera hacerle a usted, apreciado lector una pregunta: ¿Qué haría usted si fuera un investigador real y sospechara que un colega, otro investigador de su Centro se vale de la IA para cumplir con las exigencias de la institución?, ¿qué haría si viera a ese colega ascender sin esfuerzo por el escalafón académico?, ¿qué haría si el sistema premiara sólo los resultados y no valorara la realización personal, la formación real, sencillamente porque son aspectos que no pueden medirse?, ¿se mantendría heroico como investigador auténtico o se comportaría como el investigador real que no hace nada por sí mismo y su trabajo lo hace con gran eficiencia la IA? El contexto real es perverso: es capaz de echar a perder hasta los eidos platónicos.
Resumo el planteamiento: siempre nos hemos apoyado en herramientas para facilitar nuestras tareas, siempre hemos actuado para sobrevivir, hoy parece que gracias a las herramientas con las que contamos podemos sobrevivir sin hacer nada… reitero la pregunta: ¿qué hacer cuando ya no tenemos que hacer, pero entendemos que hacer es indispensable no solo para sobrevivir, sino para seguir siendo seres humanos? O en otras palabras: ¿qué hacer hoy? La respuesta a esta última pregunta la debe encontrar cada quien preguntándose: ¿qué es lo que debo hacer por mí mismo?





