
Ha transcurrido el primer año de Gobierno de la Presidenta Claudia Sheinbaum y llega a este punto con un 70 por ciento de aprobación en los distintos estudios demoscópicos, sin embargo, estos mismos estudios, revelan un dato que a primera vista resulta contradictorio, pues la mayoría de los mexicanos reprueba principalmente el desempeño del Gobierno en materia de seguridad, salud, economía y transparencia.
Esto hace necesaria la pregunta: ¿cómo se explica que la Presidenta Sheinbaum pueda gozar de una popularidad sólida mientras su gestión pública genera descontento cuando por lógica elemental debería haber una simetría entre percepción del gobernante y el desempeño de su Gobierno?
La primera respuesta a esta interrogante de fondo, con las reservas en esta y las siguientes hipótesis, es que la Presidenta Sheinbaum es convincente y sus posicionamientos frente a los distintos temas nacionales e internacionales logran penetrar en la conciencia de la mayoría de los mexicanos que le brindan respaldo.
Una segunda respuesta es que existe un cada vez mayor control sobre los grandes medios de comunicación que generan un concierto de voces uniformes que transforman el descontento en esperanza.
Una tercera respuesta, podría ser la existencia de un extraordinario grupo de publicistas y propagandistas encargados de exaltar cotidianamente la imagen de la Presidenta y que estaría obteniendo resultados igualmente extraordinarios.
Una cuarta respuesta, más elaborada, es que Sheinbaum combina carisma, narrativa y polarización, ingredientes que hoy sostienen a algunos liderazgos latinoamericanos como son los casos de Nayib Bukele en El Salvador, Javier Milei en Argentina y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil y Gustavo Petro en Colombia.
Sheinbaum, desde el arranque de su Gobierno, ha heredado y refinado la narrativa de la 4T: la continuidad del “cambio histórico” iniciado por el Presidente López Obrador de que “con el pueblo todo, sin el pueblo nada” al que le subyace la señal de un pueblo contra las élites y privilegios; además, la honestidad frente a la corrupción.
Este relato moral, más emocional que real, ha sido clave para conservar la confianza de la mayoría de la gente, incluso, cuando las cifras objetivas contradicen el optimismo oficial.
El discurso de “vamos bien, a pesar de todo” resuena en decenas de millones que estarían viendo que, por primera vez, se les mira y nombra.
Esta narrativa es tan poderosa que convierte las carencias en pruebas de resistencia, no en fracasos y en todo caso, es un recurso, para señalar con el índice flamígero a los gobiernos neoliberales, y en particular, a Felipe Calderón, como los culpables de todos los males que existen en el país o, dicho de otra forma, los conservadores son los culpables no el proyecto de la 4T que se “consolida todos los días”.
Y por eso, aun cuando en materia de seguridad, el 70 por ciento de los ciudadanos se sienten inseguros, incluso en ciudades como Culiacán llega al 90 por ciento, y oficialmente los homicidios dolosos están bajando cómo lo indicó esta semana la Presidenta al señalar que hay una reducción del 32 por ciento entre septiembre y septiembre de 2024-25, aunque, en este relato, las cifras de desapariciones forzadas siguen en aumento y sin ser presentadas.
En materia de salud, el sistema IMSS-Bienestar sigue con los problemas serios de equipamiento y abastecimiento, y la mayoría de los derechohabientes se quejan de una mala atención causando pérdidas y mayores problemas a las familias.
La economía, por su parte, se mueve en la lógica macroeconómica de que la inflación se contiene con valores de un dígito, pero el poder adquisitivo sigue deteriorándose aún, con el incremento del salario mínimo y los apoyos de los programas sociales.
No obstante, para muchos mexicanos Sheinbaum conserva una imagen de honestidad, cercanía y serenidad, unos atributos que funcionan como blindaje emocional, además, reconocen un entorno nacional e internacional extraordinariamente difícil que empata con aquella idea muy mexicana de “estar siempre al lado de la víctima”.
Entonces, esto demuestra un liderazgo personalista que igualmente tiene sonidos lejanos con algunos de los presidentes de la época del PRI que enfrentaron momentos adversos, pero, que siempre tuvieron el “apoyo del pueblo mexicano” y eso, significa, que aceptan pese a cuestionamientos sobre resultados y pérdida de libertades.
Así, como alguien diría, la gente no evalúa políticas públicas, evalúa intenciones, es decir, sí la gente cree que la Presidenta tiene trabajo y buenas intenciones, los errores y carencias se perdonan, en cambio, si perciben al gobernante flojo y corrupto, ni los aciertos sirven.
Sin embargo, la Presidenta Sheinbaum no las tiene todas consigo, hay un sector de la población especialmente ubicado entre las clases medias y altas que perciben con mayor racionalidad el desempeño del Gobierno y consideran, que esto “va para peor”, porque no crece la economía, hay un aumento exponencial de la violencia criminal en varias regiones con la subsecuente soberanía interna y corrupción grave en la esfera de Gobierno.
Este sector está constantemente movilizado en las calles y en las redes sociales cuestionando todo, sin reconocer nada, esto ha derivado en una gran polarización que se inscribe en el dilema: estás con Claudia o estás contra Claudia, o más lapidariamente estás con Claudia o estás con el PRIAN.
Este dilema configura una suerte de lealtad simbólica donde apoyar a la Presidenta equivale a defender un proyecto histórico del tamaño de la Reforma, mientras criticarla se percibe como alinearse al viejo régimen.
Y eso, explicaría, que los grandes escándalos que han tenido los gobiernos de la 4T apenas mueven los estudios demoscópicos. El apoyo no se mide en confianza técnica, sino en afinidad moral.
En definitiva, México vive en una extraordinaria paradoja política: tenemos una Presidenta fuerte en emoción y débil en la gestión. La ciudadanía, cansada de la corrupción del pasado ha decidido creerle a quien promete honestidad, aunque, en hechos todavía no acompañen esa promesa.
Entonces, la pregunta, inevitable, es cuánto tiempo puede sostenerse un Gobierno en la cuerda floja, entre la fe y la eficacia.





