Ernesto Hernández Norzagaray

Los nobel que rechazan los autoritarismos

"Machado, en cambio, representa un premio a la resistencia civil y democrática frente a un régimen autoritario lo cual reafirma el sentido original del Nobel como defensa de la libertad política y los derechos humanos".

Ernesto Hernández Norzagaray

18/10/2025 - 12:01 am

María Corina
Maria Corina Machado,  opositora de Nicolás Maduro, ganadora del Nobel de la Paz. Foto: X @MariaCorinaYA

Entre la decisión del Comité del Premio Nóbel -el Comité- de no entregar al Presidente estadounidense Donald Trump el Nobel de la Paz y entregárselo a la venezolana María Corina Machado mientras la Academia Sueca otorgó el de Literatura al húngaro László Krasznahorkai existe un hilo conductor ético en la defensa de los valores democráticos que están amenazados en varias partes del mundo. 

Es decir, los miembros del Comité que son quienes después de deliberar otorgan el Premio de la Paz -el resto lo entrega la Academia Sueca-, una vez más tomaron partido ante los procesos de regresión democrática y el avance sostenido de “las grandes tecnológicas y los líderes políticos de instintos autoritarios y nacional-populistas”, como atinadamente sostiene el politólogo italiano Giuliano de Empoli en su nuevo libro La hora de los depredadores y sólo, agregaría, se posiciona, también, ante gobernantes autócratas que llegando al poder por medios democráticos ya en el ejercicio de gobierno debilitan o destruyen contrapesos buscando eternizarse en el poder. 

El Premio, recordemos, no es sólo una pieza más del museo de los reconocimientos internacionales, es un galardón que da legitimación moral internacional sin distingos políticos o ideológicos y, por eso, lo han recibido, personajes tan contrastantes como Yasir Arafat, Henry Kissinger, Teresa de Calcuta o nuestro compatriota Alfonso García Robles. 

Todavía, mejor, entre 2015 y 2024, cuatro fueron entregados a instituciones y personajes comprometidos con la democracia de Túnez a Irán, de Rusia a Filipinas, de Colombia a Bielorrusia.

Para, muchos, este Nobel lo merecía Donald Trump por su activismo para poner fin a la guerra en Medio Oriente, sin embargo, esa opinión al parecer no pesó en la decisión final del Comité y, terminaron por entregárselo a Machado, a “la bruja demoniaca”, como la llamó Nicolás Maduro provocado a Machado y el rechazo estridente de la izquierda bolivariana. 

Un ejemplo de ese malestar fue la respuesta patética de la Presidenta Sheinbaum sobre el reconocimiento a Machado: Sin comentarios, dijo, cuestión de soberanía, para un minuto después congraciarse con el proceso legislativo peruano que echó del poder a la Presidenta Dina Doluarte.

Trump, aunque electo democráticamente ha sido asociado a la “erosión institucional, al desprecio de la prensa libre, al uso del poder para polarizar y violar derechos humanos” tan elementales como el de los migrantes que están siendo deportados y viven a salto de mata. 

Machado, en cambio, representa un premio a la resistencia civil y democrática frente a un régimen autoritario lo cual reafirma el sentido original del Nobel como defensa de la libertad política y los derechos humanos.

Claro, líderes y voceros de la izquierda bolivariana rápidamente cuestionaron sin cuidar las formas, incluso, el Presidente Gustavo Petro quien llegó a pensar que lo merecía por su proyecto de “paz total” mintió, cuando afirmó que María Corina Machado había pedido en 2018 la intervención militar de Israel y Argentina cuando en su carta pública les solicitó hacer valer su “fuerza e influencia” diplomática en 2018 para presionar a Maduro y que dejará el poder. 

Entonces, el Nobel de la Paz, funciona como un contrapeso moral global y se entrega sin responder a los equilibrios del poder sino a una idea deliberativa de la política. 

Ergo, la decisión, es un acto de rendición de cuentas moral cuanto ejerce una suerte de control ético sobre los líderes mundiales. 

También implica en el caso de Machado visibilidad y protección a la oposición democrática acallada en su propio país fortaleciendo la idea de que la legitimidad no se agota en las urnas y, menos, con un fraude que todos vimos en 2024 provocando represión y una diáspora de venezolanos por la falta de respeto al Estado de Derecho, la pluralidad y los derechos humanos. 

En última instancia, la acción de los miembros del Comité significa que sus decisiones corrigen los excesos del poder nacional cuando éste se desvía de las reglas del juego democrático para imponer en este caso una dictadura. 

Y es el caso, también, del Nobel a la obra literaria de László Krasznahorkai considerada “densa, apocalíptica, profundamente humanista” signo de la gran literatura en su “búsqueda de sentido frente al caos, una metáfora de la resistencia espiritual en tiempos de cinismo político”. 

Es un reconocimiento a la “introspección, la duda y la complejidad”, valores que se oponen al pensamiento binario, la retórica y la simplificación mediática que caracteriza a los nuevos populismos y autocracias del siglo XXI.

Hungría, recordemos, tiene como presidente a Víktor Orbán, un autócrata de derecha que desde que llegó al poder se ha dedicado a debilitar los contrapesos institucionales bajo el pretexto medieval de proteger la “identidad nacional” y la “soberanía cristiana”, y promueve una narrativa antiinmigrante, antifeminista y antieuropea combinando un fuerte nacionalismo que va de la mano de control mediático y censura cultural lo que significa un rebrote de intolerancia y persecución de las ideas en ese país del este de Europa.  

Así, la Academia sueca, al entregar este galardón reafirma que la democracia también se sostiene en la imaginación moral y la profundidad del lenguaje y, en esa lógica, el Premio puede leerse como una respuesta intelectual y moral al propio Orbán en cuánto significa el reconocimiento de un modo de pensar frontal frente al discurso totalizador del poder. 

La ética del desasosiego de Krasznahorkai empata con la esencia del Libro del Desasosiego del portugués Fernando Pessoa por su rechazo total al conformismo cuanto está referida a la densidad moral y a la resistencia del lenguaje frente a la manipulación ideológica que expone la fragilidad del alma humana bajo estructuras opresivas. 

Así, mientras Orbán, busca imponer un chauvinismo, Krasznahorkai ofrece duda metafísica; mientras el autócrata busca el pensamiento único, el escritor multiplica las voces interiores.

En definitiva, negarle el premio a Trump fue un acto de defensa de la verdad, la institucionalidad y la ética republicana; en tanto, premiar a Machado, un gesto de solidaridad con quienes defienden la democracia liberal en contextos de represión; en tanto, el premio de Krasznahorkai es una reivindicación a la complejidad humana frente al ruido político y mediático, donde no parece gustar la triada democracia, libertades y responsabilidad moral global porque “le hace el juego al imperialismo supranacional”.

Ernesto Hernández Norzagaray

Ernesto Hernández Norzagaray

Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Expresidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., exmiembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política. Colaborador de Latinoamérica 21, Más Poder Local, 15Diario de Monterrey, además, de otros medios impresos y digitales. Ha recibido premios de periodismo, y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político-electorales, históricos y culturales. Su último libro: Narcoterrorismo, populismo y democracia (Eliva).

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