“La joven democracia mexicana ha muerto”, dijo el expresidente del Fobaproa, Ernesto Zedillo. Paren las prensas, acaba de decirlo por sexta o séptima vez y nadie parece tomarlo en serio. Zedillo ha insistido en anunciar la próxima muerte de la democracia mexicana durante los últimos tres años: en noviembre de 2023, dos veces en enero de 2024, y una más en septiembre, luego, este año, tres veces, en Letras Libres y una entrevista en Nexos, en septiembre y octubre. En todas dio al mundo el aviso de que la democracia mexicana iba a morir. Que durante tres años se anuncie tal cosa es ya un poco ridículo, pero Zedillo lleva ya siete declaraciones funerarias. La última fue en una entrevista con Maite Rico del diario español El Mundo, en el marco de una reunión en Madrid que financia Iberdrola, Telefónica, y la consultora española en energía, Indra. Zedillo habló para ellos. En otros años han hablado ahí José Ángel Gurría, que nos quedó mal con su propuesta de Nación para Claudio X. González y el PRIAN, y Jorge Castañeda, el de Relaciones Exteriores de Vicente Fox. Otros ponentes para Iberdrola han sido el argentino Mauricio Macri y Mariano Rajoy que gobernó España entre 2011 y 2018 o Felipe González, que es socio de Indra. Así que el foro no es muy prestigiado.
A Zedillo lo entrevista una periodista llamada Maite Rico. Esa es una historia más apetecible. Rico fue corresponsal del diario español El País en México durante el Gobierno de Zedillo. Ella trató de exculparlo de la matanza de Acteal, ocurrida el 22 de diciembre de 1997. Rico dijo: “El primer perjudicado por la matanza de Acteal después de los indios muertos es el Gobierno de Zedillo. Un país como México que está negociando un tratado de derechos humanos con la Unión Europea tiene que ser muy pendejo para organizar una matanza en su territorio. Ahora mismo se está manejando el tópico en Europa de que la matanza de Acteal estuvo propiciada por los terratenientes de la zona, y en esa zona no hay terratenientes. La actitud irresponsable de Marcos ha contribuido a aumentar el clima de violencia. No decimos que haya organizado la matanza, sino que tiene una responsabilidad política. Por ejemplo, luego de los acuerdos de la Catedral de San Cristóbal que él firmó y luego se echó atrás. Hoy sólo se acuerdan de que el Gobierno firmó los acuerdos de San Andrés (febrero 1996) y se echó atrás.” En esta declaración que hizo Rico a Página 12 de Argentina el 28 de junio de 1998, destaca porque exculpa de responsabilidad política sobre la matanza de indígenas al gobierno de Zedillo y se la endilga a las víctimas, es decir, a los zapatistas. Hace lo mismo con el incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés por parte de Zedillo. Luego, Rico inventa que se acusaba a los terratenientes de Chenalhó, cuando lo que se estaba haciendo era señalar a los grupos paramilitares del PRI en Acteal. Rico ha mentido siempre por Zedillo. Dice Maite Rico: “Pero, ¿cómo creen que él mismo iba a ordenar una matanza? Sería un “pendejo”, según Rico. Pero el hecho es que lo fue, según la lógica de la española, porque Zedillo ordenó la detención por parte del Ejército del Subcomandante Marcos el 9 de febrero de 1995. Y fracasó. De eso no se acuerda Rico.
Pero yo sí recuerdo esto porque se vuelven a encontrar Rico, despedida del diario El País y ahora en El Mundo, con un expresidente Zedillo nostálgico de lo que él cree que hizo y una falta de memoria de sus enormes fiascos como Presidente: el Fobaproa que seguimos pagando, las matanzas de indígenas ---no sólo en Acteal sino en Aguas Blancas y El Charco---, la inflación del 53 por ciento, la pérdida de cientos de miles de empleos, y la negociación con Bill Clinton de que, a cambio de un préstamo de 20 mil millones de dólares, el PRI debía perder frente a Vicente Fox.
Pero no pretendo que sus fracasos y decepciones influyan en lo que dijo de la 4T, del Presidente López Obrador y de la Presidenta Claudia. Esta columna busca hurgar, no en el personaje de Ernesto Zedillo tan desacreditado por su propio sexenio, sino lo que le dijo a Maite Rico, anunciando por séptima vez la muerte de la democracia en México, desde España. Trataré, pues, de tomar en serio sus argumentos.
Empecemos por lo que dijo. “Han (se refiere a Andrés Manuel y a Claudia) suprimido la división de poderes y los contrapesos. Han desmantelado el Estado de Derecho y los organismos de control, como el encargado de la transparencia. Han terminado con la independencia judicial: escoger a los jueces por voto popular es una farsa propia de los regímenes autocráticos y además se hizo con una elección fraudulenta. Y para blindar todo eso, Sheinbaum ha suprimido a efectos prácticos a la Suprema Corte como tribunal constitucional. El Gobierno, que controla el Congreso y las legislaturas estatales, puede aprobar modificaciones constitucionales con carácter definitivo, sin que ningún tribunal que pueda objetarlas. Es un caso de autoritarismo único en el mundo”.
Lo que Zedillo está diciendo aquí es que él llama democracia a todos los mecanismos que la frenan, que evitan que la gente participe y decida. Vean su lista: el Instituto de la Transparencia, sí, el mismo que no permitió que los ciudadanos conociéramos las empresas, montos, y robos del Fobaproa; luego, los jueces que él mismo designó por dedazo nada más entró a gobernar cambiando toda la Suprema Corte a su gusto; y finalmente, que se le quita a la Suprema Corte la facultad de andar diciendo si una ley aprobada en el Congreso es o no constitucional cuando nadie le pide que la revisa. Esa idea de que, por sus pistolas, la Corte podía invalidar leyes aprobadas por los representantes desequilibró la división de poderes a tal grado que la Corte acabó siendo el poder que decidía por encima de los poderes electos por el pueblo. Zedillo se queja de que esa Suprema Corte que frenó cambios aprobados por los representantes del pueblo ya esté siendo acotada a lo que establece la Constitución: ser un poder más.
¿Por qué eso le parece a Zedillo que es anti-democrático? Porque él y sus aliados intelectuales llamaron “transición a la democracia” al establecimiento de controles a las decisiones democráticas. Llamaron “democracia” a que existieran institutos como el de la transparencia que no daban cuentas a nadie y que era designaciones de mafias. Llamaron democracia a unos jueces designados por el Presidente y que le cubrían las espaldas. Llamaron “democracia” a que los ministros anularan leyes que no le convenían a las élites nacionales y extranjeras. Pero no era una democracia. Era una oligarquía muy corrupta repartida entre el PRI y el PAN. Para él la democracia buena es la que evita la participación del pueblo, es decir, de los que no tienen ni un nacimiento en las familias ricas, ni un saber demostrable en un título de doctor en Yale pegado en la pared. En la política democrática no existe alguien que no pueda expresarse porque no sabe o no entiende. Y que ahora lo hagan le molesta a los elitistas como el Dr. Zedillo. Los que creen, como él, que no todos deberíamos de poder decidir, sienten que una buena democracia está llena de cargos para los expertos, y los políticos, mientras que una mala democracia es la que es en exceso democrática, es decir, participan y opinan todos, sobre todo, los plebeyos, ésos que ignoramos que la democracia ya estaba hecha por el PRI y el PAN, los dirigentes del IFE y el INE y la credencial con fotografía. A gente como Zedillo le molesta que la democracia sea impura, excesiva, y morena.
Pero sigue diciendo Zedillo cuando, servicial y acomedida, Rico no pregunta sino que afirma: “Digamos que López Obrador ha aplicado el manual del perfecto tirano”. A lo que Zedillo responde: “En efecto, todo forma parte de un objetivo: crear un régimen de partido hegemónico para asegurar continuidad e impunidad”. Hay que decir que es un expresidente priista el que está acusando al nuevo régimen de ser hegemónica e impune. Pero sigue diciendo el Dr. Zedillo: “Primer umbral: hacer que los procesos electorales siempre les favorezcan inclinando las condiciones masivamente a su favor. Si hay controversia, asegurarse de que siempre se resuelva a su favor. Y si todavía, como en Venezuela, la gente decide que está harta y vota por la oposición, tener el control no sólo de las autoridades electorales, sino también del Poder Judicial y la fuerza pública para pisotear la voluntad popular”. Aquí sí está hablando de quién sabe qué porque, hasta la última vez que chequé López Obrador duplicó sus votantes del 2012 para el 2018 y alcanzó 30 millones de votos, con las reglas que inventó Zedillo y el IFE. Y Claudia la añadió la nada desdeñable cifra de seis millones más que López Obrador. No hay controversia posible a una elección presidencial como la de 2018 y 2024. Entonces, ¿para qué la Presidenta necesitaría de “pisotear la voluntad popular”?
Pero le sirve otra ración la solícita entrevistadora cuando dice: “A pesar de que las elecciones de 2024 no fueron equitativas, Claudia Sheinbaum ganó con una diferencia considerable. ¿Los mexicanos recelan de la democracia?” Y antes de que nadie baje las cejas ante la idea de que las elecciones no fueron equitativas cuando los medios masivos dijeron que Xóchitl Gálvez era un milagro y la compararon que la Virgen de Guadalupe, Zedillo la atrapa al vuelo y responde: “No hay que pasar por alto tan rápido la frase que usted usó: condiciones inequitativas. López Obrador, desde el primer día de su Gobierno, dijo que la reforma electoral de 1996 era basura. Violó las leyes y montó un aparato de clientelismo y de propaganda política con cargo al erario y agravando la corrupción, mientras se sacrificaban aspectos esenciales como la educación y la sanidad, hoy en estado lamentable. El clientelismo cínico pagado con recursos ilegales ha sido clave para ganar elecciones”. Habla de clientelismo como si estuviéramos en sus tiempos con el PRI repartiendo ayuda, empleos, servicios públicos a cambio de votos y de una manera tan oculta que nadie sabía el grado de corrupción que eso engendró. Lo repetiremos hasta el cansancio: los derechos sociales que consagra la Constitución son para todos y obedecen al interés general de la Nación. Si Quadri puede cobrar su pensión de adulto mayor es porque no es discrecional ni clientelar sino su derecho a pesar de que diga mentiras contra el gobierno o ni siquiera lo necesite para vivir. Por eso son derechos. Zedillo habla de derechos como si fueran favores y para que un favor sea un favor es necesario que no lo tengan todos por igual.
Pero, finalmente, Maite Rico se da cuenta de que está oyendo algo que no coincide con la percepción de los ciudadanos mexicanos que aprueban lo hecho por Claudia en ocho de cada diez personas por lo que es la segunda dirigente más aprobada en el mundo. Entonces le dice a Zedillo: “Un país poderoso como México deriva hacia un régimen autoritario, pero no hay reacciones internacionales. De México no se habla, ni en la OEA, ni en la UE. ¿A qué se debe? Y responde el Dr. Zedillo sin miedo al engrudo: “Desgraciadamente, México ha perdido presencia y, hasta cierto punto, autoridad, en los foros internacionales. Sí llama la atención que todavía no se sepa lo que ocurre, que no se tenga una imagen completa y veraz de lo que está pasando: que la joven democracia mexicana ha muerto”. Me pregunto, yo que no soy doctor de Yale ni estoy hablando para Iberdrola y Telefónica, que no sería al revés: un país al que no se le respeta en foros internacionales no estaría más vulnerable a que se dijera que es una asquerosa dictadura, que no hay elecciones libres, que la gente no puede hablar sino en susurros, que hay detenidos en las cárceles por lo que piensan, que nadie puede manifestarse sin que le caiga el ejército, en fin, que es como cuando gobernó el PRI?
Pero Rico se siente comprometida y le vuelve a servir un elogio para tenderle la respuesta de bolea. Dice: “Usted impulsó una transición a la española. La reforma de 1994 garantizó la independencia judicial, y la reforma constitucional de 1996 garantizó la celebración de elecciones limpias, con órganos autónomos y acceso de los partidos a los medios y a la financiación. López Obrador ha hecho el recorrido inverso, a la venezolana: ha usado los resortes democráticos para revertir la transición”. Yo no sabía que la democracia era un colchón que tiene resortes, pero Zedillo responde: “Así es. Los nuevos autócratas no buscan el poder a través de un golpe de Estado o una asonada, sino que juegan con las reglas de la democracia para destruirla, una vez que han accedido al poder gracias a ella. Se presentan como demócratas, con un mensaje demagógico y mentiroso que por desgracia atrae a muchos ciudadanos”.
Tal parece que la democracia que se le aparece en sueños a Zedillo se autodestruye, se come su propia cola, y hay que salvarla. ¿Quién puede salvarla? Los autócratas del PRI, como él, que ganó una elección porque asesinaron a su antecesor y que pactó su salida con Estados Unidos a cambio de un préstamo. Para este autócrata del viejo régimen no existe la legitimidad del comienzo del gobierno de la 4T, esa irrupción de millones de plebeyos que seis años antes no habían votado, no existe el mandato popular que antecedió al derecho a mandar de López Obrador y Claudia Sheinbaum. No sabe lo que es eso porque en el viejo régimen todo era intriga y pactos oscuros, no política democrática, es decir, la que hacemos todos poniendo la contradicción entre nosotros y ustedes en la corrupción y el autoritarismo. Zedillo no puede creer que la democracia no sea la armonía entre los presidentes del IFE, el INE y Edmundo Jacobo y que, en cambio, sea ahora impura, plebeya, un feo pantano donde no se respeta el lugar que deberían tener los que por nacimiento, riqueza o títulos universitarios lo merecen. Es un escándalo esa democracia que se siente superior moralmente porque se funda precisamente en la ausencia de superioridad. No lo puede creer y ya hasta Aguilar Camín se enfadó por la superioridad moral de los obradoristas.
Y lo peor es que todo ha ido bien. Que la gente apoye y vote y discuta no encumbró a gente más inepta que el Dr. Zedillo, sus secretarios de Hacienda, con sus fórmulas econométricas. No, la democracia no elige a los peores porque no existen peores que los vendepatrias del pasado que vendieron bienes nacionales para congraciarse con las empresas que, luego del cargo público, los iban a contratar. Como es el caso de Zedillo o Calderón. A ellos les parece un escándalo que por principio el gobierno está separado del de las diferencias naturales y sociales, es decir, que sea un régimen donde hay política. Porque, como escribió Rancière, “la democracia es la ruptura de un régimen de filiación”, es decir, donde se rompen las continuidades de los que intrigan para alcanzar el poder y que llaman “democracia” al gobierno de los ricos. Lo que Andrés Manuel llamó la mafia del poder. Sigue escribiendo Rancière: “El poder de los ancianos sobre los jóvenes reina ciertamente en las familias y se puede imaginar un gobierno de la ciudad sobre su modelo. Se lo calificará exactamente llamándolo gerontocracia. El poder de los sabios sobre los ignorantes reina de una forma justa y legítima en las escuelas, y se puede instituir a su imagen; un poder que se llamará tecnocracia o epistemocracia. Se establecerá así una lista de los gobiernos fundados sobre un título para gobernar. Pero un sólo gobierno faltará en la lista, precisamente el gobierno político. La historia ha conocido dos grandes títulos para gobernar a los hombres: uno que sostiene la filiación humana o divina, esto es, la superioridad en el nacimiento; la otra que sostiene la organización de las actividades productivas y reproductivas de la sociedad, esto es, el poder de la riqueza. Las sociedades son habitualmente gobernadas por una combinación de estas dos potencias, a las cuales, en proporciones diversas, refuerzan la fuerza y la ciencia. Pero si los ancianos deben gobernar no sólo a los jóvenes, sino también a los sabios y a los ignorantes, si los sabios deben gobernar no sólo a los ignorantes, sino a los ricos y a los pobres, si deben hacerse obedecer por los detentores de la fuerza y comprender por los ignorantes, hace falta algo más, un título suplementario, común a los que poseen todos estos títulos pero también común a los que no los poseen: los que no tienen más título para gobernar que para ser gobernados”. Y eso es lo que le escandaliza ya por séptima vez al Dr. del que ya hablamos demasiado el día de hoy.





