
Desayuno con JQ. A la mitad del plato fuerte, se lanza a contarme una historia de la que se acaba de enterar, la del Silbo Gomero. Es una forma de comunicación que fue muy utilizada en La Gomera, la más pequeña de las Islas Canarias. No es difícil imaginar a los habitantes de la región, en medio de un paisaje montañoso, silbando por doquier para comunicarse con sus cercanos.
El asunto es que, a diferencia de esos chiflidos que hemos soltado por doquier, este sistema hace una sustitución clara de los fonemas por diferentes tipos de silbidos, variando el tono, la duración y la intensidad. Tras un periodo en que se utilizaba a partir del idioma guanche, se consiguió adaptar al español.
Recuerdo que, de niño, en lugar de tocar el timbre de la casa de mis amigos, me limitaba a chiflar cierta sucesión de notas. Así nos ahorrábamos tiempo. No era necesario que nos abrieran la puerta para preguntar por aquél a quien buscábamos. El chiflido no sólo iba dirigido a una persona en particular, sino que, gracias a ciertos matices, permitía identificar a quien silbaba.
Más tarde, un amigo tocaba el claxon de su coche cuando se acercaba a su casa para avisar que había llegado y, dependiendo de un par de posibilidades, incluso avisaba que iba a buscar estacionamiento o que se iba a dar una vuelta. Hoy en día, incluso silbo cuando llego a determinados lugares para avisar que estoy ahí.
Lo llamativo del Silbo gomero es que se complejizó lo suficiente como para no limitarse a un par de avisos diferentes. Al traducir a silbidos las letras, permite diálogos que parecen inverosímiles (hay videos donde se muestra, con claridad, el alcance de estas conversaciones).
La sustitución de un código por otro no es única en este peculiar lenguaje. El código morse es una sustitución de letras por impulsos eléctricos; los códigos de barras cambian a los números por líneas de diferente grosor, algo que sucede, incluso, con los códigos QR que nos rodean hoy en día. Es claro que para utilizar estas sustituciones lingüísticas hay que entrenarse. Yo, que incluso tuve problemas a la hora de hablar con F (algo que hacían los adultos cuando yo era niño para que no me enterara) y que tengo mal oído, veo como toda una proeza una comunicación de este tipo.
Lo triste es que los teléfonos celulares y los mensajes de texto hacen que sea menos necesario comunicarse en la sierra Gomera por medio de silbidos. Pero ¿qué no habría dado yo por contar con un código de este tipo en la infancia y la adolescencia, para hacerle saber a mis pares algo de lo que no quería que se enteraran los demás?
Contraigo los labios y lanzo un silbido. Es pobre y sin muchos matices. Una lástima. Me entero que, ahora, se dan clases en las Canarias para no permitir que se pierda este sistema. Ojalá lo consigan. Larga vida al Silbo gomero.





