Estuve en la marcha del domingo. Me pareció que la marcha destilaba un odio casi obsesivo a la trilogía Peña Nieto-PRI-Televisa. Lo que me pongo a pensar es que si la marcha y el movimiento presumen ser apartidistas, pero son tan marcadamente anti-Peña Nieto, esto tendrá que ser porque se le tiene miedo al viejo PRI y a este PRI que, aunque presume ser nuevo, es el mismo de antes. Vamos a asumir que Peña Nieto y su camarilla son unos pillos como esos de las películas que se juntan en un lugar oscuro, que caminan de puntitas y usan antifaces, o de los que usan trajes y en los despachos del gobierno se reparten el país como si fuera un pastel, y están dispuestos a quitar de en medio a cualquier que se oponga.

Si gana Peña Nieto y vuelve el viejo PRI o gane quien gane, ¿no se puede seguir marchando día tras día en una marcha vigilante? ¿No podemos seguirle cada paso al gobierno y fiscalizarlo para que esos temores y esas amenazas de la vuelta o perpetuación de los vicios no se vean cumplidos ante un pueblo derrotado y espectador? ¿Es ésta la revolución que el #YoSoy132 anuncia que habrá en caso de imposición?
Yo creo que el problema no es que vuelva el viejo PRI, el problema es que el viejo PRI vuelva al gobierno y se encuentre con el viejo México: el pasivo, abnegado y vencido.
SOBRE CÓMO INFILTRAR UNA MARCHA
Me habían dicho que en la marcha podían haber “infiltrados” o “polizones”. ¿Qué forma tendrían? ¿Con qué aspecto se presentarían?, me pregunté.
Mi propósito era asistir a la marcha como testigo y tomar algunas notas sobre lo que viera ahí. Terminé caminando todo Paseo de la Reforma junto a una niña de Bélgica; me olvidé del sol, las pancartas, los gritos y consignas. Mi consejo para Peña Nieto es que si quiere restar protestantes a la siguiente marcha, lo que debe de hacer es mandar traer montones de niñas de Bélgica como ésta de la que hablo e infiltrarlas en el colectivo. Me imagino que esto debe ser bastante caro, pero estoy seguro que él tiene presupuesto para esto y más. Yo pienso que cualquier hombre que se considere sensato abandonaría los gritos de “No vine por mi torta, vine por mis huevos”, y se ocuparía de escuchar y tratar de ser simpático con las niñas de Bélgica. Unos se irían sentando en una banca, bajo un árbol, perdiéndose por otras calles o tal vez terminarían pedaleando en un cisne de plástico sobre algún cuerpo de agua verdusco, y así la marcha comenzaría poco a poco a despoblarse.
Bueno, me olvidé un poco de ser testigo, pero me hice partícipe de la vida misma; de las sonrisas de Bélgica.






