Ego y olvido I

Guillermo Samperio

05/10/2013 - 12:01 am

“... (Hoy en día) se cree ser “científico” para todo, objetivo y universal en meras formas de conocer que los tiempos cósmicos pueden reducir a risa...”, nos dice Humberto Martínez en su ensayo “Objetivismo” de su libro Referencias (Verdehalago, 1996). Esto lo podemos ejemplificar tan sólo con que algún aerolito de enorme tamaño destruyera de súbito el planeta, uno mucho más grande del que pasó hace poco cerca de la Tierra el cual, de haber caído en el D.F., hubiera destruido seis de sus partes; sólo se desvió quince grados debido a la atracción terrestre y pasó de largo, uf. Pero supongamos que viene por ahí uno de tamaño big, ya que su trayectoria oval lo hizo pasar hace cien millones años luz, antes de que se formara el diminuto sistema solar; bueno, digamos que no diera contra la Tierra, sino contra el Sol. El resultado sería el mismo: tanto intento por conocer, por ser objetivos, se iría al carajo en menos de un psicosegundo.

Es decir el ser acabaría de un golpe con el saber. La probabilidad existe, pero la callan “los científicos”, en especial los de la Nasa y los dirigentes de los proyectos espaciales (por cierto, hace poco, la IP internacional lanzó un ridículo volátil que no salió de la atmósfera y recibió un magno aplauso del mundo, en lugar de ser censurado e invitar a los inversionistas a desarrollar programas de conservación de especies, de limpieza de ríos o para crear superestructura en países pobres). O quizás se acerca un hoyo negro, como el descrito por un físico paralítico que habla a través de una computadora y que escribió un libro que creo que se llama Historia del tiempo, y que ese hoyo negro se traga Plutón, Saturno y la Tierra, de una sola tarascada. El problema no es que perezcamos con todo y nuestros celulares, sino que el universo se vuelve a reacomodar rápido y el gran ser seguirá sin nosotros, sin preocupación alguna.

El asunto es sencillo, de cualquier manera: se trata de que el conocer, en lugar de conseguir una vida equilibrada, ha generado o degenerado al autonombrado hombre en homo non sapiens, es decir su propia sapiencia lo ha desapientizado, convirtiéndolo en “orgullo del saber” o, para simplificar, en ego. Muy en antaño se pensó que el Sol giraba en torno de la Tierra y aquí empezó a crecer el ego: el universo giraba en torno a la autodenominada raza humana (el ego se creó cuando las otras especies animales perdieron la guerra con el disque sapiente -no viene de sapo-). Gran golpe al ego del saber que era a la inversa: la Tierra giraba en torno al Sol, pero el buen ego fue acicateado y pensó que el universo giraba en torno a “nuestro” sistema solar (hay quien dice, incluso, “nuestra Vía Láctea”; ¿quién se la dio, a quién se la compró?, ¿cómo le hizo para que fuera suya?, ¿y el sistema solar?).

Pero vino un nuevo golpe: en torno al sistema solar había otros muchos sistemas estelares que se equilibraban entre sí, pero no muy distantes. Aquí ya el ego sufrió un golpe más que severo, pero siguió siendo ego, duro ego. El colmo vino cuando se supo que el universo era infinito y que el sistema solar era apenas un juego de matatena en un rincón invisible del cosmos. No, en verdad, ya era demasiado para el egocentrismo del non sapiens. Eso no se iba a quedar así, ya vería ese pinche firmamento quiénes éramos. Entonces, desde Da Vinci hasta hoy se ha intentado ir hasta el culo del universo, pero apenas se ha ido aquí, a traslomita. Si alguno, en verdad inteligente, nos viera desde la orilla del cosmos, sólo estaría muy divertido, mirando los armatostes que apenas llegan a un milímetro luz del rinconcito invisible. Esto sí es egotote, por no llamarle de otra forma. Si vemos así la cosa, sólo hay una conclusión posible: el ego, en sí, es ya una enfermedad. Es decir: “Por más que el ego camina, está sentado”, según Carlos Lucero Aja. O quien dijo: somos pensados por pensares que nos piensan y no vivimos libremente en la Tierra.

Guillermo Samperio

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