
Hace unos días, el filósofo surcoreano Byung -Chul Han recibió el Premio Princesa de Asturias, sin duda una presea prestigiosa.
La obra de Han es diversa pero en ella destaca un tema permanente: la necesidad de detenernos en el camino y aprender a contemplar con calma el mundo que nos rodea. No todo es trabajo, esfuerzo y progreso. De hecho, altas dosis de esto pueden llevarnos a lo que él llama Burnout.
Una situación de cansancio hipertrófico que ya está afligiendo a una buena parte de las sociedades modernas. Incluso hay ciertas enfermedades que se deben sólo a nuestro incansable ir y venir sin sosiego.
Esto recuerda una anécdota: un grupo de una tribu africana es contratada por unos exploradores europeos. Después de un largo camino entre la jungla, los miembros de la tribu se detienen súbitamente. Al ser inquiridos por los europeos por la causa de su pausa, uno de ellos contesta: "es que estamos esperando a que nuestras almas nos alcancen".
Todo esto viene al caso por el debate sobre la reducción de la jornada laboral. Hay una corriente de opinión que critica la propuesta a partir de dos prejuicios. Primero señalan que el imperativo de aumentar la productividad se debe imponer sobre cualquier otro. En segundo lugar, arguyen que quienes respaldan la medida promueven la pereza y la indolencia. Ninguno de los dos argumentos se sostiene.
A esto habrá que responder lo siguiente. Nunca como ahora los grandes desarrollos tecnológicos - destacando la inteligencia artificial - prometen liberarnos de cargas de trabajo rutinarias sin que esto implique necesariamente la disminución de la productividad. Antes al contrario: es muy posible un gran crecimiento económico en cuanto la cuarta revolución industrial se despliegue en su totalidad. Desde luego que todo va a depender del uso sensato que le demos al valiente mundo nuevo de las recientes innovaciones científicas y tecnológicas. Una cosa es clara: debemos hacerlas trabajar para nosotros y no nosotros para ellas.
En segundo lugar, estos adelantos podrán librar a millones de personas de estar dedicadas a labores francamente brutalizadoras para darles la oportunidad de consagrar parte de su tiempo al cultivo de sí mismos y a la convivencia creativa con los demás. Esto, de hecho, no debe verse como un costo a pagar sino como un objetivo en sí mismo.
Lo que necesitamos es abrir un gran debate no sólo sobre la creación de valor en el mundo laboral sino acerca del mejor uso del tiempo dedicado a nosotros mismos. La vida, lo sabemos bien, no es sólo negocio, también es ocio. Lo sabía quién dijo que no sólo de pan vive el hombre.
Incluir una gran discusión acerca de la administración de nuestro tiempo libre en la agenda gubernamental es cada vez más un imperativo. Y hay una razón fundamental: tenemos que esperar a nuestras almas.





