DESPUÉS DE CASTILLO: EL TRISTE FIN DE LA REBELIÓN DE FEBRERO

16/03/2015 - 12:00 am

El Sandoval es un pueblo hundido en el polvo ardiente en el que viven unas 200 personas, entre ellos los lisiados, las viudas y los huérfanos de la guerra sostenida por los hombres que se levantaron contra el poder de Los Caballeros Templarios de Michoacán y su colusión con las autoridades locales.

Si se quiere pensar en la relación que existe entre violencia y ausencia de oportunidades educativas, El Sandoval es el lugar correcto para hacerlo: casi 15 de cada 100 personas adultas no saben leer ni escribir, proporción que triplica la media nacional. Este analfabetismo es la condición de varios de los hombres que, en 2014, se sublevaron contra el cártel que se había adueñado de cada limón, cada mujer, cada res, cada vida, cada muerte. De todo.

El año pasado, mientras Alfredo Castillo Cervantes –entonces Comisionado para el Desarrollo Integral de Michoacán– aseguraba ahí y en la Ciudad de México de los avances en su estrategia para la recuperación del estado, los campesinos habilitados como miembros de las Fuerzas Rurales (es decir, con reconocimiento del enviado del Presidente Enrique Peña Nieto) se batían a muerte con los Templarios.

Hoy, están en el abandono.

En eso terminó para la mayoría la rebelión de febrero de 2013, cuando varios pueblos michoacanos decidieron levantarse en armas para combatir a los criminales que se llevaban hasta a sus hijas menores de edad para devolverlas embarazadas. Cuando las devolvían con vida.

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El Sandoval está habitado por unas 250 familias. Las casas están hechas con troncos de madera, cobijas y hules. Foto: Dalia Martínez SinEmbargo.

Apatzingán, Michoacán, 16 de marzo (SinEmbargo).– El hombre de 31 años de edad se levanta la playera y deja al descubierto la colostomía practicada en la mañana del 1 de noviembre de 2014, cuando los cirujanos seccionaron porciones molidas de intestino por las esquirlas de la bala fragmentada que apenas le atravesó el cuero. Luego derivaron un cabo del colon hacia la pared abdominal.

–A mí me dieron un balazo aquí atrás –Rafael Magaña Rivera gira para mostrar la parte baja de la espalda y hace una mueca de dolor– y me explotó acá, en la panza. Me cosieron las tripas y me hicieron un bujero. Apenas me va sanando donde tenía la sonda… y la operación la tengo desde acá y hasta acá. Y aquí, por aquí, es por donde hago del baño. Me van a volver a operar de aquí. “¡Mire!: Todo el tripaje lo traigo rompido”.

Un zíper marrón surca la mitad del vientre de Rafael. El estoma [pequeño orificio], la boquilla de intestino que sobresale del cuerpo de Rafael, parece la ventosa de un pulpo morado: la entraña que está de fuera es extraña.

–A todos nos pegaron: tres muertos: tres primos y quedamos seis nomás –respira hondo. Debe estar tan débil que un hombre como él, aquí nacido y crecido, sufre el calor de la Tierra Caliente. –A otro le quebraron toda la pierna, anda con un fierrón grande acomodado al hueso. No se sabe si podrá mover ese pie o ya no.

En la tarde del 31 de octubre de 2014, los hombres habían pausado el patrullaje y salieron al campo para recoger ajonjolí y venderlo. Las ganancias que estimaban en 4 mil pesos se repartirían entre los nueve hombres.

El grupo viajaba acomodado en una camioneta sin rotular con el nombre de la Fuerza Rural. El fuego los alcanzó al lado de una vereda junto a Las Cruces. Dados a la emboscada, una gavilla de Templarios los sorprendió a las 10 de la noche del viernes 31 de octubre de 2014. En la víspera del Día de Muertos, fiesta mexicana que encuentra su mayor esplendor en Michoacán, murieron tres –entre estos dos hermanos Magaña Rivera– y otros seis cayeron heridos, todos emparentados de una u otra forma entre sí.

–Esa noche –sigue Rafael–, ya cuando nos tiraron los fierrazos, nos aventamos de la camioneta pa’ abajo y fue cuando me pegaron el balazo aquí atrás. Era una bala expansiva y me explotó adentro, por eso me rompió todas las tripas. Caí destripado y me atoré el brazo con el alambre de púas de una cerca.

–¿Y ustedes mataron a alguno de aquel lado o no?

–Pues la mera verdá no sé decirle, pero yo pienso que no. Y ellos sí nos atacaron feo porque, ya ve, nos mataron los tres primos y luego nos dejaron todos heridos.

Rafael sobrevivió o algo así: un tiro atravesó su abdomen, se fragmentó partiendo intestinos en varias direcciones y una de las esquirlas estuvo a centímetros de partir la columna vertebral.

La noche de la Tierra Caliente se cuarteó con los gemidos.

Rafael Magaña pasó los siguientes 28 días hospitalizado en la clínica Santa María, en Apatzingán. Regresó a casa el penúltimo día de noviembre. De la camioneta en que viajó la hora de camino de terracería, lo postraron a una cama colocada sobre la tierra desnuda y bajo un techo improvisado con cobijas sostenidas con tubos.

Meses después, la piel de Rafael se ve extrañamente pegada al hueso.

“Sí, fui de la Fuerza Rural en Sandoval. Apenas me habían dado mi credencial. Me sacaron la foto en Apatzingán, con el patrón, Papá Pitufo. Apenas traébamos el papelito, nos habían dicho que la enmicáramos y en eso andábamos. Nomás queríamos agarrar un dinerito pa’ ir y enmicarla pa’ que no se nos maltratara. Y ese día yo la traía ahí en mi morralito y ahí cuando pasó eso pues ahí se quedó todo en la camioneta porque nosotros salimos corriendo pa’ un lado”.

* * *

El 10 de  mayo del 2014 se anunció oficialmente la conformación de la llamada Fuerza Rural, creada por el ex comisionado federal, Alfredo Castillo Cervantes, para institucionalizar a los grupos de autodefensas que, un año atrás, se conformaron en la zona de Tierra Caliente, Michoacán,  para defenderse de los embates violentos de Los Caballeros Templarios.

Ese fue el primer paso, según dijo el ex Procurador del Estado de México, de un proyecto que incluía depurar la policía estatal y municipal infiltrada por el narcotráfico; crear un cuerpo policiaco limpio, capacitado y bien remunerado que llevaría por nombre Fuerza Rural y Fuerza Ciudadana, además de un cuerpo de elite enfocado en operaciones especiales y de inteligencia e investigación criminal.

En los municipios de Tepalcatepec y Apatzingán,  lugares emblemáticos donde surgió el movimiento civil armado, Castillo Cervantes uniformó ese 10 de mayo a 120 hombres, encabezados por el ex líder de las autodefensas Estanislao Beltrán, conocido como Papá Pitufo y les entregó más de 400 pistolas .9 milímetros y rifles R-15.

La Diputada presidenta de la Comisión de Justicia del Congreso local Selene Vázquez Alatorre, en abril de ese mismo año, se manifestó contra las formas de la creación de nuevos cuerpos policiacos que, a su parecer, trasgredían las normas.

La Fuerza Rural, dijo, “no encaja en ninguna normativa legal del estado y por tanto estarían operando al margen de la ley”, y lamentó la falta de información al Poder Legislativo y a los michoacanos sobre el tema.

Considero que la conformación de la Fuerza Rural ponía en riesgo a los miembros de los grupos de autodefensa, porque, al carecer de un marco normativo, sus acciones podrían ser impugnadas fácilmente por quien se sintiera o vieran agraviados con sus acciones.

“Hay un peligro latente para toda la ciudadanía”, señaló,  “los propios autodefensas habían denunciado que estaban infiltrados, que había Templarios dentro del movimiento, entonces ahora hay una posibilidad real de que los delincuentes sean policías avalados por las autoridades”.

El Congreso estatal nunca fue notificado de una iniciativa legal para la creación y reglamentación correspondiente de este grupo, que quedó bajo el mando de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), pero sin una estructura concreta de protocolos, de mando, ni normatividad ni presupuesto.

“No sabemos cómo decidieron quién sí tenía el perfil para integrar la Fuerza Rural Estatal, tampoco se sabe qué exámenes de confianza les hicieron, desconocemos si deben vidas o no, si tienen procesos penales abiertos o no”, se quejó la legisladora en tribuna.

Otro tema cuestionado y aparejado a la creación de la Fuerza Rural fue la constitución del  Mando Unificado Policial, en que nadie tiene claro el manejo de los recursos del Fondo IV municipal, que el ex comisionado Castillo Cervantes  pretendió  concentrar y distribuir bajo un criterio incierto. El Fondo IV se compone de recursos etiquetados de la Federación destinados a los municipios para  tres vertientes: seguridad, pago de servicios de la deuda y desarrollo social.

Nunca se supo a ciencia cierta cuántos policías rurales o elementos de la Fuerza Rural causaron alta.

Al principio se habló de más de 3 mil aspirantes y el ex  comisionado siempre evadió dar cifras concretas cuando se le cuestionó el tema.

Tampoco hubo nunca un reporte oficial del resultado de los exámenes de confianza que la Procuraduría General de Justicia en el Estado presuntamente aplicó al primer grupo conformado en Tierra Caliente.

En la Secretaría de Seguridad Pública nadie sabe de la nómina para pagar el sueldo de más de 4 mil personas que, se estima,  se presentaban como elementos de la Fuerza Rural en todo el estado portando armas y uniformes azul marino desteñidos, con logotipos borrosos del escudo de la dependencia.

Muchas veces, Hipólito Mora Chávez, preso y recién liberado por un conflicto entre grupos rivales de rurales, y Estanislao Beltrán, “Papá Pitufo”, que ostentaban cargos de “comandantes” de la Fuerza Rural y portaban acreditaciones oficiales selladas por la SSP, señalaron que ellos mismos desembolsaban hasta 3 mil pesos que daban irregularmente a algunos de sus encargados en  las barricadas o rancherías donde hasta hoy existen puestos de vigilancia con hombres civiles armados.

En diciembre del año pasado y tras los sucesos del 16 de diciembre en la comunidad de La Ruana, cuando chocaron los grupos Hipólito Mora Chávez y Luis Antonio Torres, “El Americano”, con un saldo de once muertos, Castillo Cervantes anunció, el 23 de diciembre, la desaparición de un plumazo de los cuerpos de la Fuerza Rural.

Días antes, hombres armados cercaron 11  municipios de la Tierra Caliente, quemaron uniformes y amenazaron con desbordar la violencia nuevamente en la entidad ante la falta de cumplimiento de promesas hechas por el ex comisionado con la Fuerza Rural.

Pero aquí y ahora se observan barricadas a las entradas de varios municipios azotados desde siempre por la pobreza y la violencia. Ellos se siguen presentando como autodefensas y listos para entrar en acción si se ven en peligro.

* * *

Un primo de Rafael, otro Rural sobreviviente de la emboscada del 31 de octubre, busca algún trabajo que no le imponga poner en riesgo la recuperación de su pierna derecha, rota en tantas partes como pudieron quebrarla una bala de cuerno de chivo, otra de cuerno de chivo y una más calibre .38.

Esperanza Magaña es una mujer a quien se le va la vida yendo y viniendo de la comunidad a la cabecera municipal de Apatzingán con la esperanza de que le den algún dinero por la muerte de sus hermanos, para el que sobrevivió y para sus primos.

–Mis hermanos eran rurales, pero ahora dice “Papá Pitufo” [Estanislao Beltrán, comandante de las Fuerzas Rurales en Michoacán y cercano de Alfredo Castillo] que no, quesque nomás eran cinco rurales bien registrados y los demás no lo eran –relata la mujer.

–Pero traen la camisa y la credencial –reviró Esperanza a “Papá Pitufo”.

–Pero aquí el gobierno no está para dar dinero –habría respondido el hombre, considerado por otros grupos de autodefensas como “traidor” por su lealtad a prueba de todo, como la detención del fundador de las autodefensas, José Manuel Mireles.

–Sí, pero pa’ los balazos sí eran empleados y pa’ lo demás no –interviene un parado hombre junto a Esperanza. – ¡Mira qué cabrones nos salieron! Ese es el pinche gobierno, pues.

–Y hemos pedido –retoma la palabra Esperanza– a ver si… a ver si pues, les dan a mis sobrinos y a mi hermano una, ¿cómo le dicen? ¿Amenestación? ¿Cómo se dice?

– ¿Indemnización? –se le propone la palabra.

–Una indemnización, sí. Algo así… pa’ las viudas y los que están enfermos pues, que están… pues mi hermano no trabaja. Son meses lo que tiene de estar con esa bolsa por un lado –la mujer simula un saco el costado al costado de Rafael en que recepta las excretas que salen sin control de un intestino que desemboca en la piel del abdomen.

* * * 

Rafael Magaña se inscribió como Fuerza Rural en mayo de 2014, en medio de los parabienes que para sí mismo hacía Alfredo Castillo cuando presumía que la integración institucional de los civiles armados en Michoacán resultaría en la pacificación del estado. La autoridad asumió un sueldo de 6 mil 500 pesos mensuales para quienes acudieran al centro de registro de la Fuerza Rural, pero pocos recibieron un centavo durante los meses de existencia formal de la corporación.

– ¿Y por qué usted decidió meterse a la Fuerza Rural? –se le pregunta.

–La verdad, se mete uno con el interés de ver, pues, si agarra uno algo de dinero, pues ya ve cómo está uno de pobre aquí en el rancho. Antes no era nada. Trabajaba en la parcela de mi papá o cortaba limón. Tengo familia… Ese niño morenito que anda por ahí es mi hijo. Tengo otro por allá, con otra señora, y dos más en el otro lado –refiere a Estados Unidos. –Aquí sólo se puede sembrar maíz y ajonjolí. No hay más. Vea lo pobre que es. La otra es irse a cortar limones. Pagan 60 pesos al día.

–O irse a Estados Unidos –habla la mujer.

–Sí, pero ya no se puede estar allá. A luego lo mandan a uno de regreso. Allá me hice este tatuaje –muestra una pantorrilla con el rostro de una mujer en actitud sensual. –Ahorita, porque tengo pelos, no se ve bien, pero está bien hechecito.

–¿Es alguien en especial?

–¡Claro! Es Ninel Conde… Y hay quien se va a la maña. Unos primos míos andan de Templarios.

–¡Imagínese usted! –lamenta la madre. ¡Los hijos de mi hermano!

–¿Y cómo mantendrá a sus hijos?

–Pues, es lo que pasa ahorita, no voy a pensar todavía… tengo que salir ahorita para poder… – Rafael no puede hablar más.

–Este grandecito –habla la madre de Rafael y acaricia un muchachito –, este grandecito que andaba aquí lo tenemos nosotros.

–El otro niño que tengo –Magaña trata de recuperar el orgullo que siente tan baleado como el estómago –ahí, cuando viene, le doy 200 pesos, 500 pesos. Cuando tengo dinero le doy. Poquito, pero le doy…

–Así como está, ¿usté cree que pueda trabajar pa’ dar? –nuevamente lo rescata su madre.

–¿Y quién pagó el hospital en que estuvo? ¿Cuánto fue la cuenta?

–Pues la cuenta el que la está pagando “Papá Pitufo”. Fueron 265 mil pesos. Creo que ya faltan nomás faltan 60 mil pesos de pagar.

–¿Y cómo afecta eso su vida?

–Puedo comer caldo de res o caldo de pollo y eso, pero no la vastedad. Como poquito. Me como una tortilla, máximo dos, pero no puedo comer mucho porque me inflo. Estoy tomando unas pastillas, pero ya nomás tengo una caja ya las otras ya se me terminaron.

–¿Qué hará cuando se recupere?

–Pues ‘ora sí que si sigue trabajando, la Fuerza Rural, pues con ellos. ¿De qué otra manera hubiera podido pagar todo esto? El gobierno iba a pagar, pero quién sabe…

Pero esa es sólo una esperanza de Rafael. Apatzingán está ahora militarizado y la Fuerza Rural no volverá a funcionar formalmente.

–¿Y qué pasó con el dinero del ajonjolí?

–Pues el dinero lo traiba uno de los muertos y ya no se supo nada…. Quién sabe qué pasaría con el dinero del ajonjolí.

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