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Tomás Calvillo Unna

26/10/2016 - 12:00 am

¿La sociedad política atrapada en las elecciones?

Se requiere ese despertar que estremezca a la nación toda y a la clase política en particular, de otra manera vamos en caída libre y el golpe nos dejara en ruinas.

Las elecciones han sido incapaces de resolver mínimamente estos desafíos que golpean el ánimo de todos y hacen dudar de nuestras capacidades como sociedad; en muchos lugares del país las elecciones han consolidado los circuitos del crimen con el beneplácito y protección de los partidos. Foto: Cuartoscuro
Las elecciones han sido incapaces de resolver mínimamente estos desafíos que golpean el ánimo de todos y hacen dudar de nuestras capacidades como sociedad. Foto: Cuartoscuro

Sorprende la fe cuasi religiosa en las elecciones del país. No se niega que pueden ayudar a modificar condiciones de la política que afectan a los ciudadanos, pero aun así, en ese escenario, la representación adquirida queda atrapada en una red delincuencial que se ha mimetizado en las estructuras del poder económico y político del país. Aunado a ello la expansión acelerada de la realidad virtual y sus derivados convierten los procesos democráticos en experiencias ajenas a la voluntad de los ciudadanos; estos quedan alienados a la lógica tecnológica y su conocimiento que dosifican los ritmos de cambio, represión y negociación.

La manipulación de toda índole es el carácter de la lucha política, la verdad es la eficiencia entendida como victoria que permite ejerce el poder, una parcela del mismo, por una corta temporada hasta que los nombres cambien así como las siglas y colores que identifican.

El mismo desdibujamiento  de las diferencias es producto de ello, son las marcas tecnológicas más que los partidos los que hacen la diferencia.

El discurso ya no interesa, es el anuncio que captura la emoción colectiva en turno, su velocidad de expansión, su capacidad para filtrarse y captar y dar forma a la ambigüedad del momento, encarnar el estado de ánimo y si es necesario modificarlo.

Justos contra injustos, al final la dinámica los vuelve intercambiables según las circunstancias. No existe horizonte, ni fondo, no hay hondura, es la superficie, y sus reflejos que son asumidos como lo inmediato; y en esas circunstancias nada se resuelve, solo las apariencias. Más allá ninguno está dispuesto a pagar el costo, porque se requiere tiempo, y ya nadie lo tiene.

Por eso, la violencia gana terreno y los partidos políticos, en el mejor de los casos, buscan administrarla, pero tarde o temprano a ellos también los alcanza.

El tema es de fondo, el tema de las fosas de Tetelcingo y de las de Veracruz, Coahuila y demás lugares, el tema de los desaparecidos de Ayotzinapa, de los otros desaparecidos ¿cuántos?, ¿cientos?, ¿miles? La sola pregunta debería ser una vergüenza nacional que nos cuestiona, radicalmente, en nuestra normalidad resquebrajada, en nuestra conciencia intoxicada y enajenada, en nuestros análisis políticos empantanados.

Las elecciones han sido incapaces de resolver mínimamente estos desafíos que golpean el ánimo de todos y hacen dudar de nuestras capacidades como sociedad; en muchos lugares del país las elecciones han consolidado los circuitos del crimen con el beneplácito y protección de los partidos.

Las elecciones de 2018 no van resolver nada si antes los ciudadanos no se deciden, no nos decidimos a sacudir  las incólumes elecciones y sus partidos incluyendo a los independientes,  y al INE atascado entre las cuotas de grupos y carente de imaginación que despierte el ánimo ciudadano.

Se requiere ese despertar que estremezca a la nación toda y a la clase política en particular, de otra manera vamos en caída libre y el golpe nos dejara en ruinas.

Construir confianza  con templanza, sin sectarismo, reconociendo la diversidad y riqueza de la misma, es una tarea mayúscula pero posible e indispensable. La agenda ciudadana en ciernes, expresada por distintas voces y grupos está ahí, aún fragmentada y dispersa a lo largo y ancho del país; lograr articularla es la tarea por venir en el 2017.

 

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