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Susan Crowley

27/01/2024 - 12:04 am

Foro Humboldt o devolver lo robado

La discusión sigue atrapada en las mismas lecturas, no importa cuanto se debata, la negociación siempre estará del lado de los vencedores y estos sin duda siempre serán los occidentales.

En el documental The Object’s Interlacing (2020), algo así como objetos entrelazados, en español, el artista Kader Attia conversa con varios expertos sobre la devolución de bienes culturales robados en la época colonial. A partir de entrevistas con filósofos, juristas, antropólogos, psicoanalistas, expertos en museos y hasta economistas, Attia va desmenusando los distintos temas sobre la importancia de la restitución como reparación. La idea es crear una metáfora: la pérdida de un miembro de nuestro cuerpo y el arte robado causan un dolor similar. Así como una pierna debe ser remplazada con una prótesis, aunque nunca será lo mismo, el desmantelamiento cultural a un pueblo deja un hueco irremplazable. Por eso debe atenderse.

A lo largo de su trayectoria, Attia ha establecido un compromiso con los necesitados, con las causas perdidas, con las injusticias. Su arte es una constante lectura del alma. La densidad y honestidad en su discurso, siempre asombra. Su propósito es encarar el lado oscuro de la existencia, que parece no tener fin y siempre encuentra la manera de cobrar nuevas víctimas. El artista francés argelino está del lado de esas víctimas siempre. Sin sensiblería y hasta con un posible gozo y luz, no solo de la belleza, también de los deseos que se vieron secuestrados por intereses ajenos a una cultura. Otra forma de entender los abismos del ser en todas sus circunstancias con amor y con ética.

Su participación como curador en la bienal de Berlín de 2023, puso el énfasis justo en la reparación necesaria a las naciones devastadas. Uno de los eventos más significativos del año pasado coincidió con la apertura de las fastuosas salas etnográficas del Foro Humboldt. ¿De qué trata este espacio?

Es el nuevo museo etnográfico, palabra favorita del arte de consciencia. Fue creado dentro de los lindes de la universidad en pleno centro neurálgico de Berlín; frente a la emblemática isla de los museos donde se encuentran tesoros como el museo de Pérgamo, con la puerta de Ishtar, o el Nuevo Museo con el famoso busto de la reina egipcia Nefertiti; por cierto, estas maravillas, fruto de la rapiña. Con una arquitectura colosal, que recuerda los monumentales edificios del arquitecto Speer de los años treinta, el Humboldt pretende una nueva visión museográfica: tres pisos dedicados al estudio de las naciones colonizadas, su riqueza cultural, natural, religiosa en una actualidad en la que es urgente responsabilizarse de los atroces hechos y crear consciencia de los daños infringidos por los imperios, en este caso, el alemán.

Irónicamente este espacio ha sido construido sobre los restos del Palacio Real, donde hace años se tomó la decisión de cómo se repartirían los cachitos de África entre los imperios europeos. Su nombre se debe a los hermanos Humboldt, el filósofo y el explorador, que contribuyeron a fortalecer una mirada menos depredadora y más exploradora de las colonias. Así lo indica su portal en internet: “el museo se ocupa de la cultura del mundo en toda su complejidad”.

En el segundo piso del monumental edificio, que hace pensar si era necesario invertir tanto dinero en la construcción, 664 millones de euros, se exhibe la historia de Camerún o Kamerun como lo llamaron los alemanes conquistadores al volverlo su colonia, una historia que suma desgracias. Territorio colonizado y esclavizado por el imperio portugués desde 1472, uno de los más crueles de los que se tenga memoria; de 1884 a 1919 fue dominado y explotado por Alemania hasta que esta perdió la primera Guerra Mundial. Desde entonces, Camerún ha vivido entre crisis políticas, luchas intestinas, reclamos a Occidente y pobreza.

En las elegantes vitrinas iluminadas para reforzar la belleza y la expresión escultórica, se exhiben amenazadoras serpientes, cabezas de reinas convertidas en diosas, placas de latón que adornaban los muros con escenas mitológicas. Pertenecen a ese pequeño territorio que se ubicaba entre Nigeria y Camerún, el reino de Benin. Durante la ocupación colonial se permitió que comerciantes de objetos las arrancaran del palacio sin ningún respeto al hecho de que aún fueran habitados por sus gobernantes.

Los bronces de Benin son piezas de un valor inestimable. No solo eso, representan la vida religiosa, la forma de pensar, los anhelos y los miedos de un pueblo. Por esta razón se han convertido en símbolo del debate: deben o no ser restituidas.  Para George Abungu, ex director de los museos nacionales de Kenia, “la cuestión de la restitución no va a devolverlo todo, sino los objetos robados que tienen significados simbólicos y rituales. Esos tienen que volver a casa”.

Por absurdo que parezca, una de las razones para no devolver las piezas es el argumento de que no estarían en un sitio seguro debido a las crisis políticas y sociales de la zona. Eso es cierto. Pero lo que no se dice, es la responsabilidad que les toca a las potencias respecto a la precaria situación en la que vive el continente africano. Los alemanes con todo y su consciencia no parecen muy abiertos a este tipo de reparación, se contentan con abrir museos de gran escala para ofrecer espacios de reflexión y admiración, pero sin resarcir los daños.

Así es como el arte occidental abre sus perspectivas a nuevas formas de comprender y atender al mundo. Si alguna vez la Academia restringió sus intereses a ciertas disciplinas, como la pintura y la escultura o a exaltar el cánon estético europeo como forma de conocimiento, hoy se ha vuelto imperativo el análisis y la crítica puntual a esa mirada unívoca.

Cien años de explotación y robo de parte de las naciones europeas dejaron devastadas a las colonias. Rapaces comerciantes vendieron a cualquier precio piezas de un valor incalculable. Muchas de ellas quedaron en manos de coleccionistas privados y son parte de “gabinetes de curiosidades” sin registro alguno. Lo que para un occidental puede ser un objeto exótico o tal vez una obra de arte que ambiciona poseer, en realidad es el alma de un pueblo. Es el sentido religioso de una comunidad a la que le fue arrancado un miembro, quizá el más vital, la fe.

Un dato interesante es que en 2017, una de las primeras acciones del presidente Macron fue el reconocimiento y la promesa de restitución del arte robado. La creación del museo Edo de arte de Africa en la ciudad de Benin, diseñado por el africano David Adjaye, parecía dar muestras favorables. A pesar de que el anuncio causó consternación, porque invitaba a los demás jefes de estado a pronunciarse al respecto, solo veintisiete obras fueron devueltas.

Y aquí es donde empieza el conflicto. Para cualquier europeo que conozca la historia, aún de manera superficial, es obvio que hay una responsabilidad no solo moral; económicamente las naciones sometidas quedaron destrozadas en su tejido social y sin posibilidades de generar una economía propia. ¿Quién va a cargar con la factura?

Hoy los centros de estudios etnográficos han puesto la discusión como tema fundante. Curiosamente, lo que la ha promovido es la afectación ecológica. En este tema todos parecemos estar de acuerdo. Ningún acto de otredad ha hecho sonar las alarmas como el daño causado por el hombre durante el Antropoceno. La explotación irracional de los recursos naturales que se ha cebado con el campo, bosques, ríos, costas y ciudades es un buen motivo para hacer consciencia de que no es el único daño. Lo que suceda en la selva Amazónica, en las corrientes submarinas que corren por el Pacífico o el sargazo que se origina en la costas de África termina por afectar a los habitantes de todo el planeta.

Las piezas de Benin en el escaparate del foro Humboldt sirven para conocer a una cultura ancestral y para asumir lo poco que se ha logrado concientizar sobre los vínculos entre medio ambiente, cultura o tejido social. La discusión sigue atrapada en las mismas lecturas, no importa cuanto se debata, la negociación siempre estará del lado de los vencedores y estos sin duda siempre serán los occidentales. El foro Humboldt es un enorme logro en esa dirección, exhibir la vasta cultura de los pueblos saqueados. Lástima que se encuentra en Berlín y no en las tierras que la produjeron. @suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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