Perros breves

Guillermo Samperio

08/02/2013 - 12:01 am

Finalmente llegó, a la casa de Philippe, mi perro enano de nombre Humphrey, en cuya placa, para simplificar, le puse Jonfry. Después de mi divorcio con María Elena y con su perro filósofo, estaría dos meses en casa de los Ollé-Laprune. Para tener una idea de mi perro, el más pequeño de los bulldogs, cuya raza se llama Pug, aquí reproduzco un poema que le escribí: Perro menudo/ De hocico romo y negro/ Chinesco aguarda. El color de pelo, muy pegado a su cuerpo es café claro.

En casa de Philippe y Marta vivía la perra Chiqui, una perrita un poco más alta que el Jonfry, de raza Shiba Inu, japonesa lobuna. Más que yo querer comprar un perro, fue Marta la que me insistió en que lo comprara y no me arrepiento; en realidad, Marta quería un compañero para la Chiqui y lo tuvo. Andaban por toda la casa, pero aunque la Chiqui era la más inquieta, Marta responsabilizaba al Jonfry, de menor edad que la perra.

En una ocasión, cuando estaban en el jardín y nosotros comíamos, vimos, a través de los cristales, que la Chiqui se colocaba sobre el pasto, levantando las patas traseras hacia un escalón que bajaba al césped; mientras tanto, el Jonfry, parado en el escalón, intentaba montar a la perra. Desde luego, Marta se levantó de inmediato y fue a evitar lo que ella llamó un intento de violación. Desde entonces, los perros salían por turnos al jardín para evitar la desgracia. Conseguí un departamento amplio en la colonia del Valle y ahí nos fuimos a vivir el Jonfry y yo. En mi soledad, fue mi mejor compañero. Así como sus antepasados podían estar dentro de las mangas de los mandarines, el Jonfry dormía bajo sábanas y cobijas, pegado a mis pies. Era, rigurosamente, un perro de compañía; podía estar yo cuatro horas frente a al computadora y el perro no se movía; por lo regular, ponía una nalguita sobre la orilla de uno mis zapatos. Si iba yo al baño, al salir allí estaba el Jonfry; si me preparaba un café en la cocina, allí estaba el Jonfry. Donde yo estuviera, allí estaba el Jonfry. Por ello, cuando me tenía que ausentar y regresaba ya noche, el Jonfry, abrazado a mi pecho, aullaba y decía no sé que tantas palabras, según yo.

Como yo fumo, pues el perro se acostumbró al humo de los cigarrillos. Una noche se me ocurrió acercarle el cigarro a uno de sus chatos orificios y, aspirando, el Jonfry hizo encender el carbón rojizo del cigarro. A partir de ese día, el perro iba cada cierto tiempo por su dotación de nicotina. Como a toda gente, las primeras veces notaba que se mareaba y se queda recostado un buen rato por ahí.

Desde luego, le encantaba salir a pasear por la calle Nicolás San Juan, donde había una buen cantidad de árboles. Yo, orgulloso, debía detenerme para que la gente lo mirara, pues es una raza extraña, me preguntaban que de qué raza era y su nombre. De la raza, Pug, se sorprendían; sí, chino, contestaba yo. Del nombre, si se lo veía bien, en rigor el Jonfry es muy feo, pero su tamañito, su manera de andar por la cadera dislocada, su nariz hiperchata y sus orejotas, pasaba por muñeco mecánico.

Un domingo en que yo me quedé dormido hasta mediodía y aunque el Jonfry me ladraba, me jalaba la cobija, para bajarlo a la calle a hacer del baño, yo no le hacía caso, hasta que, nada pendejo, llegó, se subió en mi pecho y con su hocico me puso en la cara una de mis pantuflas. No me quedó otra que levantarme y llevarlo a los árboles de Nicolás San Juan. Una nueva ley de condóminos en el edificio, prohibió tener perros en los departamentos. Así que, con gran dolor, les regalé el Jonfry a mis hijos. Actualmente es ya un viejito, pero cuando me ve, aúlla y me habla como cuando era niño, aunque lo veo pocas veces debido a su madrastra. Aparte de extrañarlo, sé que se morirá de un momento a otro y esto me da más tristeza.

PERROS (PRIMERA PARTE)

OTROS PERROS (SEGUNDA PARTE)

Guillermo Samperio

Lo dice el reportero