Agua: la escasez de lo sagrado

Guillermo Samperio

29/03/2013 - 12:00 am

El 28 de junio de 2002, los gobiernos de México y Estados Unidos alcanzaron un acuerdo respecto al manejo de las aguas internacionales de los ríos Colorado, Tijuana y Bravo. Este acuerdo se sustenta en la conciliación de las necesidades de abasto de las comunidades fronterizas y los productores agrícolas, así como en el cumplimiento de los compromisos establecidos entre ambos países en el Tratado Binacional de Aguas México-Estados Unidos de 1944, según el cual México está obligado a entregar los Estados Unidos 432 millones de metros cúbicos anuales de agua.

Conforme al documento redactado en el 2002, con el acuerdo se pretende resolver la problemática del agua en la frontera, así como iniciar los planes estructurales para el mediano y largo plazo, de tal manera que ambos gobiernos aseguren un uso más eficiente del agua, que permitiría garantizar el abasto para los usuarios mexicanos y cumplir con las obligaciones establecidas en el tratado. Con ello, según el documento, “una vez más, se ponía de manifiesto la calidad y franqueza del diálogo político que existía entre ambos gobiernos, así como la capacidad de atender, sobre las bases de la cooperación y el entendimiento, los distintos temas de la agenda bilateral”.

La grave sequía que ha afectado a la zona durante la última década estaba dificultando la entrega puntual del líquido, que, sin embargo, no ha dejado de suministrarse. Incluso, se ha denunciado que México entrega volúmenes extra de agua a los Estados Unidos, en detrimento de las zonas agrícolas fronterizas.

Yo me pregunto, si esta capacidad de atender los conflictos bilaterales es de cooperación y entendimiento, entonces, cómo es posible que, ya no digamos se resuelva, si no se agilice también el problema migratorio. Esto no hace más que reflejar con nitidez que a los Estados Unidos sólo le interesa negociar cuando sus intereses están de por medio, ya está bien visto que no le importa llegar a un acuerdo migratorio, ni a una conciliación; pero, en cambio, sí le importa apropiarse de los recursos naturales no renovables de otros países, como el petróleo en Irak. Es decir, Estados Unidos no conforme con habernos arrebatado la mitad del territorio, ahora nos “ayuda” para garantizar que no dejemos de entregarle nuestra agua.

Además de que estamos obligados a entregar nuestros recursos, México carece de una política sustentable del aprovechamiento del agua. El especialista Hernández Coricho asegura que: “La lucha entre las prácticas destructivas y contaminantes de los recursos naturales y la generación de una nueva cultura en el manejo y uso de ellos, como el agua, dependerá en gran parte de que éstos se aprovechen como factores de desarrollo y calidad de vida para las actuales y futuras generaciones”. El buen aprovechamiento del agua debe darse, asegura, desde tres frentes estrechamente relacionados: una gestión adecuada de los recursos y medios financieros, la preservación ecológica para asegurar la supervivencia del recurso a largo plazo y la adecuada distribución del recurso tanto entre los grupos de la población actual como entre la generación presente y futura. Como se ve, nos queda muchísimo por hacer.

Y es que el agua, más allá de su vital utilidad diaria, es una diosa caprichosa. Mientras el fuego se anuncia fuerte, majestuoso, firme en su paso arrasador; el agua es transitoria, su muerte es callada, lenta, cotidiana; a su paso leve, pero constante puede derribar montañas; y así como se presenta plácida, amigable, puede volverse furiosa y devastadora. Cuánta falta nos hace devolverle al agua su carácter sagrado.

Guillermo Samperio

Lo dice el reportero