Al sexto día, después de haber creado el mundo, Dios creó al hombre; pero en el sentir de Adán el Paraíso no era un lugar bello. Entonces Yahvé, en su infinita bondad, cuando el primer hombre estaba durmiendo, le arrancó una costilla y con ella creó un sueño viviente: la mujer. Al despertar, lo primero que vio Adán fue a Eva y comprendió que el Paraíso no es un lugar bello sino un lugar donde suceden cosas bellas. Con la caída, la más alta de las criaturas arrastró tras de sí a todo el universo y apareció la primera suegra.
Desde tiempos prehistóricos y en todas las culturas han existido objetos destinados a embellecer. Según el filósofo José Ortega y Gasset, “la actividad artística más antigua del hombre fue adornar, especialmente a sí mismo”. Al parecer, se trata de una necesidad innata del hombre, más allá de la pura vanidad. La importancia que siempre ha tenido el embellecimiento queda patente en el hecho de que el hombre se adornaba incluso antes de usar el vestido: se pintaba, tatuaba e, incluso, a menudo se ponía plumas y huesos de animales sobre la piel.
Hombres y mujeres pertenecientes a la tribu de los sakuddei, en Indonesia, ilustran perfectamente hasta qué punto pueden ser importantes las concepciones mágicas del embellecimiento; llevaban toda suerte de adornos: pulseras, aretes, collares, plumas, pintura, etc., para que sus almas se mantuvieran alegres y no se fueran con los antepasados. Y lo decían en serio, porque tenían la firme creencia de que si no se engalanaban morirían.
Embellecerse y embellecer su entorno es una necesidad consustancial al hombre; algunos antropólogos intuyen que en esa necesidad innata están las raíces del arte. El ser humano siempre se ha expresado a través de este lenguaje con un profundo significado. Puede decirse que la belleza es anterior al hombre: la Naturaleza se encarga de embellecer a muchos animales en la época de celo y la razón es la misma que en las personas. Los psicólogos dicen que tanto hombres como mujeres quieren subrayar mediante pulseras, anillos, collares, tatuajes y cosméticos su individualidad porque así refuerzan su autoconciencia y la seguridad en sí mismos. De esta manera no sólo se da información sobre el gusto del portador y el cómo se ve a sí mismo, sino también sobre su estado de ánimo, cultura y posición social.
Los objetos de ornato al parecer sólo alcanzan su plena efectividad en el momento que se llevan puestos: son otros cuando no los luce la persona y la persona tampoco es la misma cuando no los lleva: ¿las medias de seda y los artículos de lencería son los mismos cuando no los lleva puestos una mujer? El sentido más profundo del embellecimiento personal concierne por igual a hombres y mujeres. Desde las épocas más tempranas de la historia, los hombres se han embellecido, incluso para la guerra: antes de la batalla, los griegos se engalanaban con magníficas medias adornadas con pompones rojos e hilos de oro y plata artísticamente bordados; antaño, los guerreros de Nueva Guinea se colocaban collares confeccionados con colmillos de jabalí porque los consideraban idóneos para representar la belleza masculina; entre los maoríes de Nueva Zelanda, sólo los jefes podían adornar su rostro con artísticos dibujos y los pictos de La Britania se pintaban el cuerpo de colores. Así mismo, las garras de águila para los indios dakota de Norteamérica y los dientes de leopardo para los mau-mau del África Oriental constituyen los trofeos que demuestran el éxito de la lucha contra los animales. También servía para distinguir jerarquías sociales y castas: en las islas Fiji, sólo a los caciques les estaba permitido poseer dientes de cachalote y adornarse con ellos; en Europa, hasta muy entrado el siglo XVIII, estuvo reservado a los nobles el derecho a llevar piedras preciosas, incluso en el caso de que fueran falsas; en la India, tan sólo por la vestimenta, pintura y joyería, puede saberse la religión, casta, profesión y estado civil del portador.




