Fabrizio Mejía Madrid

El Cartel Inmobiliario desaloja a Fidel y al Che

"El espacio público manda señales unívocas hacia ti, a tus antepasados y a tus descendientes. No es como un libro o una vitrina de museo en donde se señala lo que debes aprender o lo que debes admirar. El espacio público para monumentos es uno para sentirse orgulloso del pasado compartido. Y, sin duda, es un orgullo ser mexicano, y haber contribuido a que Fidel y 'el Che' liberaran a los cubanos de una dictadura sostenida por los Estados Unidos."

Fabrizio Mejía Madrid

24/07/2025 - 12:04 am

Las estatuas y monumentos en una ciudad no tienen la misma función que el museo o los libros de texto de historia. En los museos se exhibe lo que se considera admirable y en los libros se da cuenta del relato del pasado. Las estatuas son muy distintas. Están ahí para señalar la pertenencia a un país y el orgullo de ese arraigo. Frente a una estatua en un espacio pública no se vale decir que está fea o que no te gusta porque no estamos en un museo. Y por eso también, cuando se las quita, tampoco desaparece el relato histórico, sino sólo la función de generar amor propio de manera colectiva. 

Empiezo la columna con esta diferencia porque lo que sucedió con el retiro ilegal de las esculturas de Fidel Castro y "el Che" Guevara de su banca en la colonia Tabacalera de la CdMx fue justo lo contrario: la gente del barrio las defendió. Lo que volvió a surgir fue un sentimiento vivo de solidaridad popular. Porque, hay que decirlo, la organización de la Revolución Cubana desde México fue un asunto plebeyo. En ese episodio que va de junio de 1955 a noviembre del 1956 hay luchadores enmascarados, impresores, doctores, guionistas del cine mexicano, boxeadores, y hasta un integrante de la División del Norte de Pancho Villa. Del lado cubano, no es necesario decirlo, los revolucionarios que hicieron caer al dictador Fulgencio Batista y, con él, a la ITT, la United Fruit Company, y a la mafia de los casinos y la prostitución en la isla.

La historia que señala la estatua no desaparece con la escultura misma sino que nos la volvemos a contar. Fidel Castro y Ernesto "El Che" Guevara se conocieron el 8 de julio de 1955 en la colonia Tabacalera, justo en el número 49 de la calle José Amparán, un departamento minúsculo rentado por la cubana María Antonia González, esposa del luchador enmascarado Dick Medrano, cuyo nombre real era Avelino Hernández Palomo. María Antonia tenía 44 años de edad, casi 15 años más que Fidel Castro y "el Che" que era dos años más joven que Fidel. Ella había llegado a México con su hermano Isidoro a inicios de la década, huyendo de la dictadura de Batista. Creó un centro de ayuda a puertoriqueños que luchaban por independizarse de Estados Unidos, para los que habían salido huyendo del golpe de la CIA contra Jacobo Arbenz en Guatemala, incluyendo al Che Guevara y a su novia Hilda, o los que se reunían para discutir cómo podrían acabar con la dictadura de Truijillo en Dominicana. Considerar a María Antonia González Rodríguez una simple “anfitriona” es invisiblizar su compromiso político que la llevó a los separos de inmigración en la calle Miguel Schultz, igual que a Fidel y al "Che". Ella es la que presenta a los luchadores de lucha libre con los luchadores sociales, es decir, a los de la lucha de clases con los de las clases de lucha. Desde ese momento los enmascarados de la lucha libre se convierten en entrenadores de los guerrilleros. El Hijo del Santo contó en el periódico El Gráfico en 2016: “Kid Vanegas, que se llamaba Arsacio Vanegas fue el encargado de la preparación física de los rebeldes en un gimnasio de la calle de Bucareli. Les enseño lucha, karate, jiu jitsu, a caer y diferentes tipos de patadas. Los hacía recorrer Avenida Insurgentes de lado a lado, caminar desde el cine Lindavista y subir el Cerro del Chiquihuite, se subían al cerro del Tepeyac, al Popocatépetl y remaban en el lago de Chapultepec. Mi padre ----dice El hijo del Santo--- entró a La Habana a finales de 1958 en medio de la Revolución y filmó sus primeras dos películas: Hombre Infernales y El Cerebro del Mal”. 

De los luchadores de la Arena México al lugar donde se imprimirían el Manifiesto 1 del Movimiento 26 de Julio sólo había un paso. El Kid Vanegas era nieto del impresor de las calaveras de José Guadalupe Posada. Prestó su imprenta para los volantes de la Revolución Cubana y los bonos de apoyo que Fidel Castro vendió entre los simpatizantes estadunidenses en Miami, Nueva York, y Nueva Orléans. Pero ese número de 27 de la Calle Penitenciaría, al lado del Palacio Negro de Lecumberri, además de imprenta sirvió para que el Che durmiera sobre las duelas. Debajo de ellas se almacenaron las armas para la Revolución sobre ellas estaban los libros que leía "el Che", además de Marx, Lenin y José Martí, Martín Luis Guzmán sobre la Revolución mexicana, sus revistas de alergología, su especialidad profesional y su experiencia de vida, dada su asma. Cuando el Kid Vanegas murió en 1987, Fidel Castro le mandó a su familia una nota luctuosa lamentando su muerte así: “Para el pueblo cubano él era un integrante de nuestra Revolución”. Aquí había fundado el Movimiento 26 de julio para distanciarse de su antiguo partido, el Ortodoxo, cuyo líder se había suicidado en 1951. Como se sabe, Fidel Castro no se reivindicaba comunista, como sí lo hacían "el Che" y Raúl Castro. El Partido Ortodoxo, del que se desligó en México, era anti-imperialista, nacionalista, y su lema era: “Prometemos no robar”, porque estaba contra la corrupción que campeaba en todo el sistema político y económico cubano. De hecho, el programa del Manifiesto que se imprimió en la prensa de Vanegas no tenía nada de comunista. Denunciaba el cierre de los periódicos La Calle y Pueblo, de programas de radio, por censura de la dictadura. Decía: “Después de esa experiencia de noviembre, después de un golpe de estado a ochenta días de las elecciones, el 10 de marzo, por la sola razón de que Batista no tenían la mejor oportunidad de triunfo, ¿puede alguien hacer creer a nuestro escéptico pueblo en unas elecciones honradas con Batista en el poder? La única solución cívica por tanto que nosotros aceptaríamos, la única honesta, lógica y justa es la de elecciones generales inmediatas sin Batista. Mientras, seguiremos sin descanso en nuestra línea revolucionaria”. Es decir, la vía armada para Fidel Castro era en reacción a la ilegalidad de Batista. Era una revolución para restablecer la constitucionalidad. También era una revolución para los más pobres. Escribe Fidel en el Manifiesto 1: “Si la constitución dice que cualquiera que haya ocupado el cargo no podrá ocuparlo hasta pasado ocho años, la permanencia de Batista en la presidencia es inconstitucional. Otro precepto establece que la soberanía radica en el pueblo, y de él dimanan todos los poderes; si esto es cierto, la constitución está vigente, ninguno de los que se autoeligieron en los comicios unilaterales y fraudulentos del 1 de noviembre tiene derecho a ocupar los cargos que ostentan, y deben por tanto renunciar todos inmediatamente. En el pueblo radica la soberanía y no en los cuarteles. Es Batista el principal enemigo de nuestra constitución, la que destrozó ignominiosamente el 10 de marzo; no caben los dos en la misma república. 

“A los que acusan a la revolución de perturbar la economía del país, les respondemos: para los guajiros que no tienen tierra no existe economía, para el millón de cubanos que están sin trabajo no existe economía, para los obreros ferrocarrileros, portuarios, azucareros, henequeneros, textileros, autobuseros y otros tantos sectores a quienes Batista ha rebajado sus salarios despiadadamente no existe economía, y solo existirá para todos ellos mediante una revolución justiciera que repartirá la tierra, movilizará las inmensas riquezas del país y nivelará las condiciones sociales poniendo coto al privilegio y la explotación”. Hasta ahí, antes del bloqueo de Estados Unidos, antes de la expulsión a la que se opuso México de la OEA, antes de todo eso, la Revolución Cubana fue nacionalista y de justicia social. 

"El Che", por su parte, había llegado primero a casa de un argentino, el guionista de más de 40 películas del cine mexicano, entre ellas, muchas de Tito Davison, pero también algunas de Alejandro Galindo y Roberto Gavaldón. "El Che" fantaseó con convertirse en extra del cine mexicano y fue varias veces a probar suerte a Estudios Churubusco, pero la medicina era su profesión y el doctor Mario Salazar Mallén, director del servicio de alergias del Hospital General de México y del de Inmunología del Instituto Nacional de Cardiología fue el que le dio su primer salario y un lugar para dormir en las instalaciones del hospital. Luego, rentó una pensión en la calle Tigres pero solía ir a lo de María Antonia a revelar fotos y a charlar con la concurrencia caribeña que ahí tomaba café, aunque "el Che" prefería el mate. "El Che", además usaba su cámara Zeiss de 35 milímetros para sacar fotos ambulantes en La Alameda y Chapultepec. Pero, sobre todo, fue fotoperiodista. "El Che" cubrió con su cámara los Segundos Juegos Panamericanos en la Ciudad de México en marzo de 1955 para la Agencia Latina de la todavía peronista argentina. Luego, la agencia desapareció por falta de fondos. Pero en México el Che tuvo una investigación de alergias importante. Asistió a un congreso de medicina en León, Guanajuato, donde presentó los resultados de su estudio de las alergias en piel provocadas por ciertos alimentos, en un texto llamado  “Investigaciones cutáneas con antígenos alimentarios semidigeridos”. En ese Congreso conoció al doctor Mario Salazar Mallén, hermano del escritor comunista, miembro de los Contemporáneos, Rubén Salazar Mallén. "El Che" tuvo la experiencia clínica de atender pacientes en el Hospital General. De hecho, cuando una de sus pacientes pobres murió de asfixia antes de poder salvarla, "el Che" le escribió un poema disculpándose por no poder ayudarla. Un verso del poema del "Che" dice: “Toma esta mano que parece de niño/entre las tuyas pulidas por el jabón amarillo,/restriega los callos duros y los nudillos puros/ en la suave vergüenza de mis manos de médico”. Ese, el médico y el fotoperiodista fue el "Che" en México. Aquí se casó con Hilda, en Tepotzotlán, en el Estado de México, y tuvo a su primera hija. Hilda trabajaba temporalmente en la Comisión Económica para Latinoamerica y el Caribe de la ONU, la CELAC. Fue un entusiasta de subir el volcán Popocatépetl tres veces. Fue un amante de las ruinas de Uxmal, Palenque, y Chichén-Itzá, a cuya descripción dedicó muchas páginas de sus diarios. Fue un admirador de México. Es falso lo que publicó la derecha mexicana en estos días del desalojo de sus estatuas por el Cartel Inmobiliario, que "el Che" decía que había puros indios mugrosos en la Ciudad de México. La frase correcta es la queja del Che por una inundación por lluvias en Chalco en la que se queja de que sólo son atendidas las zonas de los ricos cuando hay inundaciones.            

Por eso la estatua que retiró el Cartel Inmobiliario se llama “Encuentro” porque señala no solamente que fue en la colonia Tabacalera de la Ciudad de México, sino que la red de apoyo a la Revolución Cubana con los mexicanos y exiliados latinoamericanos. Los encuentros siguieron, para bien y para mal. El rancho del entrenamiento de tiro fue el San Miguel en Chalco, en el Estado de México. Erasmo Rivera era el dueño y había sido parte del grupo de élite militar de Pancho Villa, los Dorados. Antonio del Conde, “El Cuate”, fue quien les consiguió los rifles y el célebre yate usado, El Granma, para que zarparan de Tuxpan, del pueblo Santiago de la Peña, a la una y media de la mañana del 25 de noviembre de 1956. Ahí iría un muchacho de 19 años, mexicano por nacimiento, Alfonso Guillén Zelaya Alger, hijo de hondureños exiliados en Torreón, Coahuila. Era mago de profesión. También aquí fueron detenidos, María Antonia González incluida, "el Che" y Fidel por Fernando Gutiérrez Barrios de la temible policía política del régimen del PRI, y llevados a las estaciones migratorias de Santa María La Ribera. Fue el General Lázaro Cárdenas el que negoció su salida de la prisión, después de una huelga de hambre, una sentencia y un amparo, y que, al final "el Che" y Calixto García se quedaran en la cárcel casi dos meses. Hay más redes en Tamaulipas, Veracruz, Ixtapan de la Sal, y más, pero creo que con esto queda claro el objetivo de esta columna que es visibilizar el apoyo popular que tuvo ese puñado de 82 guerrilleros que zarparon para hacer la Revolución Cubana en noviembre de 1956 y que triunfarían en el año nuevo de 1959, inaugurando para América Latina, África y Asia, un movimiento de liberación nacional que fue planetario.     

Fueron los vecinos de la colonia Tabacalera los que pidieron que existiera una marca urbana que señalara el lugar del encuentro. Las estatuas de Oscar Ponzanelli, que se llaman así, Encuentro, se pusieron en 2017, se quitaron en 2020 por problemas burocráticos, y se reinstalaron ese mismo año con 6 votos a favor y dos abstenciones del Comité de Monumentos de la CDMX, según se lee en el acta del 3 de noviembre de 2020. 

El espacio público manda señales unívocas hacia ti, a tus antepasados y a tus descendientes. No es como un libro o una vitrina de museo en donde se señala lo que debes aprender o lo que debes admirar. El espacio público para monumentos es uno para sentirse orgulloso del pasado compartido. Y, sin duda, es un orgullo ser mexicano y haber contribuido a que Fidel y "el Che" liberaran a los cubanos de una dictadura sostenida por los Estados Unidos y desde la que irradió buena parte de la conciencia crítica de los años sesenta y setenta del siglo XX. Además de las estatuas que señalan su encuentro en la colonia Tabacalera, está la del "Che", Fidel y camilo Cienfuegos en Tuxpan, Veracruz, junto con un museo pequeño sobre el Granma. Quedan los museos y el relato de nuestro pasado compartido como latinoamericanos. Queda ahí la entrada de ese día del "Che" en México el 9 de julio de 1956: “Un acontecmineto fue haber conocido a Fidel castro, un revolucionario cubano. Muchacho joven, inteligente, muy seguro de sí mismo y de extraordinaria audacia. Creo que simpatizamos”.     

Fabrizio Mejía Madrid

Fabrizio Mejía Madrid

Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

Lo dice el reportero