Después de casi veinte años sin sentencia, Israel Vallarta salió de la cárcel. La oposición tomó la liberación como una ofensa. En sus redes, María Elena Morera, fundadora de México Unido Contra la Delincuencia y Causa en Común, y cuyo hijo Juan Pablo Galindo era el director de los asesores de Genaro García Luna arremete así: “Por eso liberaron a Vallarta hoy. Para mover la conversación. Para provocar debate. Para que no hablemos de la corrupción, la violencia, la impunidad del régimen. Pero no lo van a lograr. No nos van a callar”. La que, a nombre de la tan manoseada “sociedad civil” apoyó la candidatura de Xóchitl Gálvez a la Presidencia, de la mano de Claudio X. González, compartió con el resto de la oposición que la liberación de un preso después de 20 años sin sentencia era para no hablar de la impunidad y la corrupción. Pero justo, la imagen de Israel Vallarta absuelto y reclamándole a los medios de comunicación su complicidad con el podrido Poder Judicial demandaba hablar precisamente de la corrupción en el Gobierno de Felipe Calderón, entre ellas, la entrega de cuatro y medio millones de pesos de dinero público a su organización independiente, y otros dos millones de dólares entregados por la Embajada de EU en 2011 administrados por la Secretaría de Seguridad de García Luna a favor de México Unido contra la Delincuencia. El argumento de quien fuera compañera de Isabel Miranda de Wallace en sus campañas mediáticas a base de montajes, es que la liberación de Vallarta es ---cito--- “una cortina de humo”. A la defensora de la pomposamente llamada “estrategia” de seguridad de García Luna y Felipe Calderón, que un preso, exhibido por las televisoras como secuestrador antes de cualquier proceso penal, salga libre después de 20 años sin sentencia le parece que es un distractor de otros temas fundamentales que son los que a ella le interesan. Si los sucesos no son los que me interesan a mí, entonces cualquier evento noticioso sería una cortina de humo. Pero García Luna, Cárdenas Palomino y Carlos Loret de Mola son los que hicieron del caso Cassez-Vallarta un espectáculo. Fue Felipe Calderón el que hizo del tema de la seguridad un instrumento político. Fue Acción Nacional el que politizó y partidizó el tema de los delitos creyendo que su estrategia le iba a funcionar para legitimar un gobierno espurio devenido de un fraude electoral y sin recuento de todos los votos. Calderón pensó que hacer una guerra lo eximía de la crítica ---la cual compró con la extorsión de la publicidad oficial--- y que lo que podía legitimarlo era la política represiva. Ese es el espejo que pone delante Israel Vallarta: la de una estructura de complicidad para acusar a individuos de lo que es responsabilidad de toda la sociedad, que hayan llegado a su probable agotamiento, tanto la mediatización como la politización de la seguridad pública, es tan noticioso como el montaje que hicieron ese 9 de diciembre de 2005.
La oposición trató incluso de ponerse metafísica. Una abogada fiscal que se ostenta como colaboradora de Letras Libres de Krauze, escribió: “No es lo mismo declarar inocente a una persona que absolverlo”. Sic y resic. Hay que recordarle a la abogada fiscal que la inocencia no se prueba. Es la culpabilidad la que tiene que ser demostrada. Por eso, licenciada, existe algo que se llama “presunción de inocencia”, que es una característica de todos hasta que se demuestre lo contrario. Si no se demuestra la inocencia sigue ahí y se absuelve al preso de la responsabilidad de los actos de los que se le acusó. Así de simple. Pero, a lo mejor, la abogada cree que todos somos en esencia culpables desde que Adán le dio aquella mordida a la manzana y, entonces, sí, la inocencia se perdió para siempre y no hay absolución que sirva.
Pero la molestia siguió. El comentarista de Tv Azteca, Sergio Sarmiento escribió en Reforma: “El montaje de televisión nunca se presentó como prueba (y) seis víctimas de secuestro declararon contra Vallarta”. Lo que habría que explicarle al columnista es que el montaje televisado no es una prueba de nada más que de la intención de Genaro García Luna y Cárdenas Palomino de presentar algo en “flagrancia”, es decir, el instante de cometer el delito por lo que la detención no requiere orden judicial. El montaje de Loret de Mola presentó a dos personas, Florence Cassez e Israel Vallarta, como “secuestradores”, “líderes de la banda de los Zodiaco”, que tenían a tres personas secuestradas justo en el momento en que la televisión lo transmitió. Si la tele dice que eres secuestrador puedes pasar 20 años tratando de demostrar que no, es decir, tu inocencia. El efecto perverso del montaje televisivo es que se invierte quién tiene que proporcionar las pruebas de la culpabilidad, que es la Procuraduría y no someter al inculpado a demostrar su inocencia.
Pero hablemos de las seis víctimas de secuestro de las que habla el columnista de Reforma. A 20 años lo que se sabe es que eran víctimas de otras bandas y fueron presionadas para que reconocieran como autores criminales a los que Cárdenas Palomino les dijera. Esto es muy claro en el libro de Emmanuelle Steels, El teatro del engaño. De las tres victimas sembradas en el rancho Las Chinitas que Vallarta rentaba, la ama de llaves de Eduardo Margolis, Cristina Valladares, sostuvo en su primera declaración del 10 de febrero de 2006. Cito: “Manifiesto que no conozco la voz de ellos, ya que la voz de mis distintos cuidadores era más ronca y considero que siempre la fingían. También quiero señalar que nunca vi a ninguno de mis secuestradores, por lo que me sería dificil identificarlos físicamente y que estoy enterada por los agentes de la AFI que las personas que detuvieron son parte de mis secuestradores”. Cristina era ama de llaves de Eduardo Margolis, el supuesto agente del Mossad israelita que ayudaba en las negociaciones de los judíos cuando éstos eran secuestrados en el Gobierno de Felipe Calderón. Margolis aparece 22 veces en las actas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos acompañando a los torturadores de Israel Vallarta. Era socio del hermano de Florence Cassez, Sebastien y, además, socio de la compañía de ventas por televisión, CV Directo. Su ama de llaves, Cristina, y su hijo Christian, que son liberados en el montaje de Loret de Mola, gritan en la grabación cuando ven que les están pegando a Vallarta y Cassez: “Déjenlos, no les peguen. Ellos no hicieron nada”. El hijo, Christian, de once años de edad, dice que la voz de sus secuestradores se parecía a la de su primo. Sus primos eran José Antonio y Marco Antonio Rueda Cacho, dos líderes de una banda de secuestradores que jamás fue investigada y que todo indica que sus víctimas fueron las que se usaron para darle verosimilitud a la existencia de la banda de Los Zodiaco. El otro levantado en el montaje de Loret de Mola, Ezequiel Elizalde, sostuvo que Florence Cassez le anestesió un dedo para cortárselo, pero, como prueba de ello, enseñó una marca que tenía desde niño. David Orozco, otro de los testigos nunca fue secuestrado. Fue torturado por la policía para que hiciera una denuncia contra Vallarta que Orozco nunca quiso firmar. Murió en 2015 en la cárcel, producto de las torturas. Otra víctima, Valeria Cheja Tinajero lo reconoció en la calle por la barba. Israel Vallarta nunca ha tenido barba. Esas son las víctimas que tanto le preocupan al comentarista de TvAzteca. No dice una sola palabra sobre que fueron presionados, torturados, manipulados para que declararan como quería Cárdenas Palomino. Y Genaro García Luna. Nada tampoco dice de los otros secuestradores, la tía y los primos de los Valladares, los Rueda Cacho, que aparecen mencionados pero nunca investigados. Aquí lo que tenemos es a víctimas de ser acusados desde la televisión como secuestradores, a sus familias, pero también algo mucho más cruel y despiadado que es tomar víctimas reales de otros secuestros y utilizarlos para que denuncien a un inocente. Así de desalmada la supuesta estrategia de García Luna contra los secuestros. Lo cierto es que, como no estaban persiguiendo secuestradores, sino inventándolos, en el sexenio de Calderón se alcanzaron cifras récord de ese delito, 9 mil en seis años del espuriato. En los años en que García Luna y Cárdenas Palomino hacían sus montajes, aumentó 185 por ciento con respecto a los años de Vicente Fox. Pero no sólo eran los secuestros sino los que terminaban en asesinato. De mil 847 secuestros en 2010, 291 terminaron con las víctimas muertas. Se aumentaron las penas, se llenaron las cárceles, pero los delitos de alto impacto crecieron con Felipe Calderón. Fue un fracaso. Fue un engaño, toda vez que Genaro García Luna, su Secretario de Estado para la seguridad, era un narcotraficante él mismo y servía al Cártel del Chapo Guzmán.
Por su parte, los montajes televisivos eran una respuesta al que se percibió como un fracaso de Calderón en la lucha contra el crimen. Los montajes no iban dirigidos a influenciar al aparato de justicia porque el aparato de justicia estaba ya implicado: policías de investigación, ministerios públicos, jueces, todos aceptando declaraciones bajo tortura o identificaciones, como las de Vallarta y Cassez, en las que sólo había una opción para identificar. El aparato de justicia estaba entregado a la crueldad y a la injusticia. Los montajes iban dirigidos a la opinión pública para que viera, en vivo y en directo, cómo se procedía contra una banda de secuestradores. Mucha gente fue influenciada por ese relato y hasta el día de hoy, no obstante la declaratoria de absolución, me encuentro con comentarios del tipo: “No sé si será inocente, yo le veo cara de secuestrador”.
Me parece que ese el punto de la discusión actual. Seguimos en la idea de que debemos hacer sufrir a quien comete un mal. Que pague es inflingirle un daño físico y emocional, a él y a sus familias. Es una idea que se concentra en el pasado de la supuesta acción criminal: que se castigue lo que ha hecho o que la autoridad dice que ha hecho. Pero, al tener las cárceles repletas de gente, aunque fuera encontrada culpable, no nos hace una sociedad más segura. Parece que es todo lo contrario. Citaré lo que escribe el sociólogo francés, Didier Fassin. Dice: “Castigar, dicen los filósofos y los juristas, es corregir un mal, reparar un perjuicio, reformar a un culpable, proteger a la sociedad. La legitimidad última del castigo debería de ser, así, la restauración de un orden social justo que el hecho criminal había amenazado. Ahora bien, si el castigo no es lo que se dice que es, si no está justificado por las razones que uno cree, si favorece que se reiteren las infracciones, si castiga en exceso el acto cometido, si sanciona más en función de la condición o rango del culpable más que por la gravedad de la infracción, si persigue ante todo a categorías previamente definidas como condenables, y si contribuye a producir y reproducir disparidades, ¿no acaso se convierte ese castigo en lo que amenaza realmente al orden social?”
Esa es la pregunta que debería desatar un debate, no si la libertad de un preso sin sentencia durante 20 años es “cortina de humo”, negligencia con sus víctimas, o destrucción del Estado de derecho. No. Lo de fondo es discutir lo que quiere decir “abrazos, no balazos”. Por supuesto, no es la caricatura que piensan los opositores a la tiranía hereditaria de la 4T que es ir a abrazar criminales para que hagan lo que quieran. Los abrazos son el reconocimiento de la sociedad de su responsabilidad en la criminalidad. Una de las cosas que no podemos quitarnos de la percepción cultural es que el delito es cometido por un individuo en particular. En el caso de los llamados “cárteles” o bandas es un grupo, pero la idea es que aparecieron de la nada, delinquen porque son malos. “Los buenos somos más”, gritaban los dueños de 714 televisoras, cadenas de radio y periódicos que asistieron al pacto de autocensura el 24 de marzo del 2011. No reconocían su parte en la producción y reproducción de la violencia en el lavado de dinero, la protección de determinados grupos y clases sociales, publicitar que la criminalidad más grave para la sociedad era vender drogas y no evadir impuestos. Hay una parte de responsabilidad de todos cuáles son delitos que se persiguen porque los reprobamos y a quiénes se persigue con más saña. Al individualizar la responsabilidad sobre un delito lo que estamos imaginando es que la persona pudo haber hecho otra cosa, en vez de delinquir. Esa otra cosa son los abrazos. Esa opción son los programas para estudiar y trabajar, sembrar y pescar. No elimina la otra opción que es dedicarse a la criminalidad pero, al menos, abre la otra opción, cosa que la supuesta estrategia de balazos de Felipe Calderón nunca ni siquiera mencionó porque era el imperio del plomo. La dimensión social añade al complejo de la criminalidad un factor no para justificar un delito, sino para evaluarlo. No es lo mismo juzgar a un muchacho pobre en la sierra, sin alternativa alguna a la gavilla local que a un estudiante de clase media que viola a su novia en una fiesta. No debería ser lo mismo, pero los jueces evalúan, según ellos neutralmente, basados en la relación entre el acto y el autor, pero sin pensar si la responsabilidad es sólo individual. Tampoco se trata de decir que no existe la libertad y que todos nuestros actos están determinados por la economía, la sociedad y la cultura. No es así. No hay determinismo. De lo que tratan los abrazos es de hacerse de medios para juzgar una situación. Si hay condiciones económicas de escasez, falta de futuro profesional, junto a oportunidades delictivas y acceso a redes de ilegalidad, ahí tienes tu fórmula para el fracaso de cualquier política de seguridad. Ya frente al Juez, quizás lo que éste juzga no es tanto el acto como la persona y ahí viene el de si tiene cara o no de secuestrador, si vivía en Iztapalapa o en Badiraguato, si es moreno y si habla sin darse a entender. Luego viene la cárcel, que no es el final de la pena sino el comienzo de una serie de vejaciones, humillaciones y violencias que, como sociedad, ignoramos para no hacernos responsables. Que a Israel Vallarta le hayan soltado un perro de pelea para que lo mordiera en prisión es algo que no quieren saber ni Morena, ni Sarmiento ni Loret de Mola.
El espejo que nos pone delante la liberación de Vallarta es ese. Con este sistema que sólo castiga y hace sufrir para obtener una compensación, uno mira a Vallarta y dice lo mismo que dijo Barack Obama cuando como Presidente de los Estados Unidos visitó una cárcel. Dijo: “Podría haber sido yo”.





