Cita Esteban Hernández desde España al Wall Street Journal para sostener que Trump está aplicando un “nuevo capitalismo de Estado con características norteamericanas”. Es evidente que, en el nombre, se parece mucho al “socialismo con características chinas de Xi JinPing”. Pero la verdad, nada que ver.
Dice el diario: “No se trata de socialismo, en el que el Estado es propietario de los medios de producción. Es más bien capitalismo de Estado, un híbrido entre socialismo y capitalismo en el que el Estado dirige las decisiones de empresas nominalmente privadas”.
¿Híbrido entre socialismo y capitalismo? No es verdad: es un Robin Hood al revés: roba a los pobres para entregárselo a los ricos: hedge funds, al private equity, que son fondos que buscan inversiones rápidas y muy rentables en empresas que no estén en la bolsa, y al capital privado
Sería la respuesta de Trump a la policrisis por la que atraviesa el país y para la que, parece, no tiene solución que satisfaga todas las promesas que hizo en la campaña electoral: la crisis económica, la geopolítica, la migratoria y la demográfica, con una sociedad norteamericana que envejece y que sólo los inmigrantes rejuvenecen. La crisis medioambiental queda fuera, no porque no exista sino porque la derecha la desprecia.
Ese capitalismo de Estado no tiene nada que ver con el “libre capitalismo” de la teoría libertaria. En verdad, el Estado siempre ha estado al servicio del capitalismo, lo que ocurre es que en algunos momentos de la historia, por la correlación de fuerzas, para que el capitalismo sobreviva tiene que repartir un porcentaje de las ganancias con los trabajadores. Ahora, con un ambiente escorado hacia la extrema derecha en muchos lugares del mundo, el Estado vuelve a ponerse al servicio de los intereses de las élites y queda abierto si finalmente caerán algunas migajas de la mesa de los ricos.
Ya hemos visto en qué consiste la reforma fiscal de Trump: la “big beautiful bill”, sigue con la rebaja de impuestos a grandes empresas y a personas de altos ingresos que ya impulsó en 2017, durante su primer mandato.
En la estela del negacionismo, elimina la mayoría de los incentivos a las energías renovables del anterior Gobierno, junto a nuevas exenciones fiscales que permitirán que las propinas de los ricos las paguen todos los ciudadanos. Por supuesto, mayores recursos al gasto militar y a la seguridad fronteriza para justificar la lucha contra los migrantes. Y como el dinero debe salir de algún lado, se reducen los fondos destinados a ayudas alimentarias, becas y servicios públicos de salud, al tiempo que se endeuda por 3.8 billones de dólares el Gobierno federal. Si ayudas a los ricos, alguien debe pagarlo.
¿Quién se beneficia? Las big tech, es decir, los sectores que están garantizando el mayor monopolio tecnológico de la historia de la humanidad desde que unos cuantos sapiens aprendieron a hacer fuego. Alphabet se ahorra 18 mil millones de dólares; Amazon 15 mil 670 millones; Microsoft 12 mil 450 millones, y 11 mil millones de dólares para Meta. Todos estos monopolios colaboran con Palantir, encargada de controlar todos los datos del planeta en nombre de la seguridad. Y cuidado: le disputan el poder a la banca y a la financiación porque gestionan las criptomonedas. Muy pocos se van a quedar con todo.
¿Esto implica que tiene un plan Donald Trump? Pues un plan para el país parece que no. Tiene plan para su entorno, pero eso no garantiza que un país funcione. Trump cada vez se parece más a Ludwig II, el rey “loco” de Baviera que cuando complicó el plan de Bismarck de unificar Alemania apareció ahogado en un charco sin profundidad después de que lo inhabilitaran. Trump tiene una piscina en Mar-a-lago.
Sus erráticas políticas, hoy sí, mañana no, ahora ya veremos, impiden saber si hay o no un rumbo. Y el capitalismo no funciona sin previsibilidad. Creen que el resto de los países del mundo les va a financiar el American Way of Life. Dicho de otra manera, que las clases medias y los pobres del mundo van a pagar lo que ya no van a pagar los ricos norteamericanos. Mucho optimismo. De ahí viene el aliento de guerra.
Más allá de la economía, una de sus últimas salidas de tono ha sido autorizar al ejército a que pueda intervenir en otros países, al tiempo que desplegaba a la Guardia Nacional en Washington para expulsar a los habitantes de calle. Y de doblar la recompensa por quien entregue datos para la captura de Nicolás Maduro, con quien hace un par de semanas negoció el regreso de los venezolanos secuestrados en el CECOT de El Salvador por diez espías norteamericanos, entre ellos un asesino buscado en España por triple asesinato, y una nueva licencia para que Chevron actúe en Venezuela.
La autorización al Ejército para que intervenga en México, en Colombia o en Venezuela con la excusa de la lucha contra los cárteles de la droga ¿es un rumbo de la derecha norteamericana?
No lejos de allí, en Colombia, moría un Senador al que habían disparado hace dos meses. Antes de su fallecimiento el Senador era un radical adversario del Gobierno de Petro en busca de su nominación como candidato presidencial de la derecha, lo que le hizo acreedor de enormes críticas de otros candidatos de la derecha que hoy lo ensalzan para intentar ganar réditos electorales.
A su sepelio acudió Christopher Landau, el subsecretario de Estado de EU, que en el pasado ya había insultado al Presidente Petro sugiriendo que podía estar detrás del atentado contra Uribe Turbay. Lo mismo que hizo el Secretario de Estado, Marco Rubio. Dudo de que si Petro hubiera insultado a Trump y fuera al sepelio de un líder afrodescendiente asesinado en el Bronx, le dejaran entrar en el país. Petro, más amable, dejó que Landau llegará a Colombia a enredar.
En los medios colombianos progresistas había preocupación por la autorización de Trump de intervencionismo militar. En Colombia, EU tiene al menos siete bases militares (o que fungen como tales). Y por eso Petro advirtió que si entre los planes de Trump está invadir Venezuela, el ejército colombiano saldrá a defender al Gobierno de Maduro.
Quizá por eso, igualmente llegó al sepelio en Bogotá un congresista norteamericano de origen colombiano, Bernie Moreno, que aprovechó para reunirse con la oposición colombiana y desear en los medios que pronto llegue otro Gobierno. El convicto expresidente Álvaro Uribe, que cumple en su domicilio la pena de 12 años, mandó al funeral una carta insultante donde acusaba al Presidente Petro, siguiendo la senda de la Administración norteamericana, de instigar el asesinato, al tiempo que justificaba el asesinato de cinco mil 733 personas de la Unión Patriótica y llamaba a un golpe de Estado en Venezuela. Si fuera un expresidente de izquierda, le revocarían el beneficio de casa por cárcel.
Déjenme añadir, en esa búsqueda de un plan de la derecha, que en España, casi 150 mil hectáreas se han quemado en lo que va de año, 84 mil 703 en una semana. 150 mil hectáreas son 150 mil campos de futbol, lo que equivale a todo el área municipal de la Ciudad de México o 10 veces Guadalajara.
La derecha española seguirá diciendo en unos meses, en el invierno, cuando nos olvidemos de que media España está ardiendo, que limpiar los montes para evitar incendios o contratar bomberos públicos o ahorrar agua o comprar aviones contra incendios es un despilfarro y que el calentamiento global no existe, al tiempo que permitirá que se construyan complejos turísticos en zonas arrasadas por el fuego como en la costa de Tarifa, en el sur de España. Y también conseguirá, gracias a los medios de comunicación, que gente que haya perdido todo con el fuego por culpa de alcaldes y presidentes incompetentes o corruptos de la derecha, vuelva a votar a los causantes de su desgracia.
El artículo del Wall Street Journal que intenta justificar la política de Trump, y no olvidemos que se trata del diario económico del establishment norteamericano, terminaba diciendo: “Los esfuerzos estadounidenses se ven a menudo empantanados en medio de los controles y compromisos de la democracia pluralista”.
Es decir, otra vez el discurso del “exceso de democracia” de Huntington, cuando popularizó en 1975 la existencia no de una crisis de legitimidad de los gobiernos capitalistas, sino una crisis de “gobernabilidad” por culpa de una ciudadanía subversiva.
Quizá ese sea el plan de la derecha en México, en Colombia, en España, en Argentina, en EU…: reducir lo que entienden como un “exceso de democracia”, en la estela de lo que planteó Samuel Huntington. Que en el pensar de los tecnobros que apoyan a Trump, como Thiel, Karp, Musk, Zuckerberg o Bezos, significa que eso de que todo el mundo vote y que el voto de cada ciudadano valga lo mismo es un disparate. Si eso piensan en sus países ¿qué no pensaran de otros países a los que consideran inferiores?
¿Vamos entendiendo por qué apoya la derecha norteamericana, Europea o latinoamericana a Netanyahu, cuando siempre han sido antisemitas? ¿Vamos entendiendo que el plan de la derecha no es ya no adversar a la izquierda sino proscribirla? ¿Vamos entendiendo que una buena parte de la derecha ha renunciado ya, de facto, a las reglas de la democracia?





