La tradición siempre ha sido un escudo poderoso, el argumento principal detrás de la frase "siempre hemos hecho las cosas así". Las prácticas heredadas de generación en generación llevan consigo un peso grande, un sentido de orgullo cultural, identidad y familiaridad.
¿Qué ocurre cuando esas tradiciones chocan con el cuestionamiento de las nuevas generaciones? Las recientes prohibiciones de la tauromaquia en Colombia y el posible fin de las carreras de perros galgos en Escocia ponen este conflicto en evidencia.
Tradición no justifica sufrimiento
Durante siglos, la tauromaquia ha sido vista por algunas personas como un acto de valentía y arte, y por otras como actos sádicos llenos de crueldad. En Colombia, aunque muchas personas consideran que es parte del patrimonio cultural y de la identidad nacional, la Corte Constitucional confirmó su prohibición, lo que dejó claro que la conciencia moral de la sociedad afortunadamente estaba cambiando.
México enfrenta un dilema similar, pero la opinión pública ha evolucionado. En 2022 se suspendieron temporalmente las corridas de toros y, aunque la prohibición fue revertida, la controversia sigue latente y vigente. Para muchas personas, especialmente las generaciones jóvenes, la tradición ya no justifica el sufrimiento de los animales, y el país se encuentra debatiendo.
De manera similar, las carreras de perros galgos en Escocia están a punto de ser prohibidas. Los animales son expuestos a altas tasas de lesiones, abandono y también se han registrado casos en donde dieron positivo a cocaína, anabólicos, ketamina y esteroides. Lo que antes se veía como entretenimiento y negocio ahora se está percibiendo como lo que es: explotación.
Rechazo a la violencia
Los ejemplos actuales ponen sobre la mesa la pregunta central: ¿deben preservarse, reformarse o abandonarse por completo las “tradiciones” que causan daño? En una esquina del debate está la nostalgia cultural, la preservación, mientras que en la otra esquina está el rechazo a la violencia y el respeto hacia todas las especies. Las personas crecen normalizando estas prácticas, pero la identidad cultural no es estática, es cambiante y puede evolucionar.
Elegir el progreso ético no borra la cultura, sino que la transforma y nos da la oportunidad de imaginar diferentes formas de entretenimiento. Los espectáculos que involucran animales se están reconociendo por lo que realmente son: vestigios de una época pasada que están desfasados con los valores modernos.
Dejar atrás la crueldad disfrazada de cultura, nos permitirá crear nuevas tradiciones que las generaciones actuales y futuras recuerden con orgullo.




