
I
La grosería enceguece,
se alimenta de la crueldad
y erosiona las vetas amorosas del corazón.
II
El odio en la piel de las palabras
se convierte en insultos;
y el desprecio se empodera.
Son los infiernos cotidianos
que los egos propagan
sin ton ni son,
una vez y otra vez.
III
En esa atmósfera
se hiere la honestidad
del Ser mismo.
IV
Una cultura plagada de todo ello,
merodea la guerra intestina
de sus habitantes.
Tarde o temprano
la violencia emerge
y la autodestrucción
se detona en agresiones
sin reparo alguno.
V
Cómo recuperar la palabra ultrajada,
su don invencible
al bautizar el mundo nuestro
de cada día;
y tejer con su soplo
y entonación,
el gozo invaluable
de la amistad serena
que sabe acompañar,
en las buenas
y en las malas,
a los países
y sus gentes.
VI
Sí, el retorno de la gentileza
es hoy un deber ineludible;
un deber ciudadano,
de hermanos y hermanas,
de familias complejas y diversas;
al constatar que la singularidad
nos reúne y enriquece.
VII
Jugar todas las cartas
a una sola apuesta,
convierte al tiempo
en un embudo y nos asfixia.
Recordar los ritmos
del propio mar de la vida;
esas huellas
de las olas en las arenas,
permite respirar a plenitud,
y recuperar incluso
los pasos perdidos,
como las brazadas olvidadas,
al reencontrar la certeza extraviada
del camino sinuoso,
cuyos acertijos,
nos obligan a estar despiertos
aún en los sueños.
La semilla del tiempo,
este segundo que habitamos
es la encarnación.
VIII
Llueve en nosotros
envueltos en la neblina
junto al roble
que nos alienta.
Aquí,
en la montaña de la devoción
la dicha imperturbable
en espera del rocío.

Rendija
I
Estamos retornando a los 50 y 60, al vocabulario de la guerra fría.
En ese escenario no hay lugar para el país; incluso se extravía su antiquísimo nombre de México, vinculado a la Luna, a su fértil retorno. A la feminidad inspiradora y creadora, gentil y siempre materna; eslabón y símbolo protector y guía de un complejo mestizaje virtuoso y pródigo. La potestad política si se distancia de sus raíces territoriales y simbólicas, y se aliena en el esquizofrénico discurso ideológico, se convierte en una caja fuerte del poder y pierde su capacidad de concertación. Se equivocan quienes aconsejan de uno y otro lado dividir a un país temeroso por la siniestra epidemia de crueldad, que paraliza a su compleja sociedad creadora y hoy confundida; país que comienza a despertar sin aún saber bien por dónde caminar.
II
La usurpación de la imagen está en la raíz de las fuertes vicisitudes que pretenden cercenar la conciencia humana. El tráfico masivo y continuo de ese aturdimiento es el desafío cotidiano ignorado, la normalidad que estruja en silencio los resortes mismos del entendimiento primario del saber estar.
La adaptación en estas condiciones es una bomba de tiempo enmascarada. La simbiosis del tiempo espacio desaparece, el vacío se expande. Recuperar enseñanzas primarias y diversas que veneren el inmemorial silencio que nos habita y aún desconocemos, es una tarea impostergable.





