
I
Las mariposas, en el camino a Sierra Gorda,
la ardilla en el parque del Puerto de Tampico,
la palmera solitaria en el horizonte,
las noches buenas, serena elegancia por doquier
en la cinta de asfalto de Huichihuayán;
estampas del diario de viaje,
siluetas que apuntan su presencia
sin pretensión alguna.
El tesoro vivo por doquier;
diques de la naturaleza que resiste
y desprende la costra de las preocupaciones.
II
Los ríos son el alma de la tierra,
en su concreción el infinito es plenitud.
La danza de la madrugada lo sabe;
la percepción que horada el tiempo
y respira así:
comprensión y compasión: la bisagra vital.
III
El océano de su presencia,
la intuición que anhela,
y reconoce
esa luz que nos acompaña.
La Paz, huella del espíritu,
con su ritmo de marea.
Así, sin más,
la mirada no miente.
Rendija.
Asistimos a una masacre virtual psíquica todos los días, avasalla el conflicto como espectáculo; el morbo, la adición que se propaga entre la enemistad de la posesión que hiere la convivencia. Adheridos a la pantalla somos sirvientes del entuerto sin reparo; la política tendría que empezar por ahí y no ser su principal promotora.
La política se ha vaciado, incluso de sí misma, y aparenta un papalote roto, en el remolino del viento de los conflictos de la vida. Darle consistencia, retornar sin temor, reconocerse en el adversario incluso. Entender los tiempos. No se necesita la Biblia para sustituir la Constitución, pero si se requiere recordar las primeras palabras de fuego, que advirtieron de los tiempos de caos y mostraron la sabiduría innata del ser humano, en no olvidar los caminos del corazón.
La clase política tiene el deber de salvaguardar la dignidad de la República y sus habitantes, cuando esta se colapsa, tarde o temprano el pueblo asumirá su destino.





