Las coincidencias en literatura, sobre todo en narrativa, es dificultoso sostenerlas, demostrando credibilidad o verosimilitud, literariamente. Contada como anécdota, rodeado de gente, es creíble porque alguien lo testimonia, lo dice él y está presente. Pero en el texto literario, quien hace el testimonio se encuentra fuera del texto y, por lo tanto, del discurso; además, en literatura nos encontramos con otra realidad, la literaria, donde rigen leyes un poco distintas de las de la realidad real, por llamarla así.
Yo no puedo, literariamente, poner un personaje mexicano, de viaje por la ciudad de Barcelona, en el momento en que va a atravesar una avenida grande, en torno a otros muchos que van a cruzar; se pone el verde en el semáforo y él va dar el primer paso, siente que lo miran, voltea y ve que también atraviesa la avenida la mujer mexicana que más odia y a la que menos desearía encontrarse en el mundo. Sin embargo, a mí me sucedió y no he podido hacer un relato donde quepa este suceso.
Así que son pocas las obras que recurren a la coincidencia, sobre todo porque, los sucesos, tanto en un cuento como en una novela, van encadenados en una trama que el lector no ve; dentro de este tramado es difícil insertar una coincidencia. La novela Rayuela, de Julio Cortázar, utiliza mucho el recurso de la coincidencia, llamada azar en el texto. La Maga y Oliveira nunca se quedan de ver en ningún lugar y de cualquier manera se encuentran en ese París de los cincuenta en una galería, en un café, a las orillas del río Sena. Esta parte se me dificultaba comprenderla y aceptarla, hasta que tuve una experiencia similar en otra ciudad: Barcelona.
Seguramente la Barcelona de los setenta era similar en tamaño al París de los cincuenta, pero en especial porque la zona de bares y restaurantes se cargaba hacia un lado, la calle llamada Las Ramblas, cercana del Mar Mediterráneo y, en particular, en el Barrio Gótico. Una noche, con unos amigos colombianos y catalanes, nos fuimos de bares y llegamos a un centro nocturno donde se tocaba y se bailaba música tropical. De pronto, un colombiano se encuentra una amiga Boliviana que anda de, según ella, guía de turistas de un grupo de jóvenes italianos, a los cuales nos presentó.
Entre ellos, venía Giovanna, una joven de edad indefinible, entre adolescente y mujer un poco más madura; su belleza me recordaba a la de La Gioconda. En un momento dado, yo ya estaba bailando con ella; platicábamos parte en español, en italiano y parte en inglés, pero como mejor nos entendimos fue con los cuerpos. De súbito, se arma un pleito, empiezan los golpes, vuelan vasos y sillas; el grupo de seguridad trata de frenar la reyerta, pero se ven rebasados. Cuando llega la policía civil, nosotros —nuestro grupo y el de los italianos— ya estábamos fuera y vimos cómo los policías se llevan a varios latinos y a uno que otro español.
Un catalán propuso que ambos grupos fuéramos a otro centro nocturno, pero la boliviana, casi como dueña de los italianos, dijo que ellos se iban por otro lado. Así que nosotros anduvimos hasta las cuatro de la mañana de bar en bar y de hachís en hachís. Íbamos de regreso a casa por un callejón curvo, cuando percibimos que venía música de algún lado y hacia allá nos dirigimos. Al terminar de dar la vuelta al callejón, descubrimos un grupo que escuchaba música de un aparato de pilas y bebían en la calle: eran los italianos. Giovanna me descubrió desde el primer momento, caminó hacia mí, nos abrazamos y durante cinco días no se me despegó esta pequeña y maravillosa Mona Lisa. Cuando la vi venir hacia mí, recordé los encuentros de La Maga y Oliveira y, entonces, Rayuela cobró una gran dimensión en mi vida.
El sueño de los héroes, de Bioy Casares, es una novela de coincidencias; quizá cuando repite la escena de la peluquería en la segunda parte resulta poco verosímil. Bioy pudo haber modificado algunos detalles para que la coincidencia no fuera tal cual, pero la novela se sostiene y es una de las mejores del autor argentino. En La noche de epifanía, de Shakespeare. Viola es encontrada, en la isla en que naufragó, por su hermano Sebastián, quien ya la daba por perdida. Pero quizá lo mejor sea no confiarse en las coincidencias para escribir literatura, aunque la anécdota de Giovanna ya la conté en mi libro La Gioconda en bicicleta (México, Océano, 2001).




