Ser la otra es una opción

Gabriela / En el punto G

29/03/2014 - 12:00 am

Si, supuestamente, ahora somos libres para amar y reacomodar nuestras parejas, ¿por qué seguimos siendo y teniendo amantes?

Antes de ser “la otra” hay que llenarse de valor. Siempre he pensado que la gente insegura y cobarde no puede ser amante de nadie y sobrevivir. Yo, por ejemplo, nunca podría ser la amante.

Por “sobrevivir” me refiero a llevar una relación sana, siendo consciente de tu posición sin cuestionarte tu propia valía, entender a tu pareja sin dejar que te controlen sus intereses y no soportar lo que no quieras soportar.

Las mujeres que esperan sentadas a que dejen a la esposa, admitan otras amantes “porque ellas hicieron lo mismo y ahora se lo merecen” y se queden en la relación por costumbre, porque “pobrecito su mujer no lo entiende y no la puede dejar”, no pueden ser las amantes. Suelen serlo, pero no sobreviven y terminan con cuarenta años y una juventud desperdiciada, sueños de familia que no se cumplieron y una autoestima por los suelos.

Me encantó este blog de 6 razones para No ser la otra y coincido con todos los puntos y yo, cobarde e insegura, más vale que me los memorice en caso de que la ocasión lo requiera.

Sin embargo, también hay algo bueno de ser la otra y es que lo sabes. Mientras que la mujer oficial – llamémoslo así – no tiene idea de lo que está pasando, de que su pareja le es infiel. Puede también que tenga un componente erótico, el hombre, amante de lo prohibido, suele disfrutar de las relaciones ilícitas. ¿Ser la otra puede ser sexy?

Amantes Legendarias

¿Existe la amante perfecta? Si la respuesta es sí, la construyó Milan Kundera con su Sabina de La insoportable levedad del ser. La más amiga que novia, que tiene sólo y buen sexo, no se enamora, es consciente de su posición, mantiene su independencia y su vida aparte y cuando lo decide, da la vuelta y se va. El personaje más insoportablemente leve de la novela que acepta las necesidades sexuales y la naturaleza poligámica de un hombre que la mujer a la que él realmente ama no entiende. La amante que, cuando su siguiente novio casado deja a su mujer para huir con ella, desaparece sin dejar rastro y empieza una nueva vida en otra ciudad.

En general, tengo un problema con las relaciones destructivas, pero lo cierto es que hay historias con amantes implicados/as que son verdaderas historias de amor o, más bien, historias donde la realidad se impone a cualquier fantasía, cuento de hadas o convención social a la que nos queramos atar los seres humanos. En 1814 una joven Mary Shelley, futura autora del conocido monstruo del Dr. Frankenstein (“Frankenstein o el moderno Prometeo” es el título original) y una de las mujeres más notables por su obra literaria y política (sobre todo feminista) del s. XIX, comenzó una relación con el poeta Percy Shelley.

ELLA TENÍA 20 AÑOS Y ÉL ESTABA CASADO.

Tuvieron que huir de Inglaterra durante años para no soportar el desprecio social y sólo se pudieron casar tras el suicidio de la primera esposa de Shelley.

Katherin Hepburn, una de las mujeres más interesantes del siglo pasado y una de mis heroínas particulares, fue durante años la amante pública y reconocida de Spencer Tracy con el que haría algunas de sus mejores películas. A pesar de que Tracy estaba separado, nunca quiso el divorcio debido a sus creencias católicas y Hepburn lo aceptó. Nunca vivieron juntos en los 25 años de relación y, aunque era públicamente sabido, ella no lo reconocería hasta la muerte de la esposa de Tracy. ¿Cómo ser la amante y no faltar el respeto? Bueno, en pequeños detalles como éste, creo yo.

Claro, estoy poniendo ejemplos de tiempos pasados, cuando el divorcio o la ruptura eran socialmente inaceptables y tener o ser la amante a veces era la única opción posible. Sí me suele venir a la mente la pregunta: si, supuestamente, ahora somos libres para amar y reacomodar nuestras parejas, ¿por qué seguimos siendo y teniendo amantes? Será que el ser humano es un ser de costumbres y aún no nos hemos acostumbrado a romper las relaciones que no funcionan, será que nos sigue gustando lo prohibido o será que… ¿en realidad, aún no somos tan libres como creemos?

Gabriela / En el punto G

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