Óscar de la Borbolla

La valoración del instante

Óscar de la Borbolla

15/06/2015 - 12:02 am

Son muchos los factores que nos inducen a valorar algo: su utilidad, su belleza, su novedad... Pero si miramos detenidamente nuestro juicio, comprendemos que ninguna de esas características es al margen de nosotros: es útil porque nos hacia falta, es bello porque nos lo parece y nos resulta nuevo porque nosotros no lo conocíamos. El valor si de alguien habla es de quien valora; nos revela sus carencias, sus gustos, sus deseos, su cultura, su sensibilidad, su idea de lo que las cosas deben ser.

Las cosas en sí mismas son anodinas, inútiles... Son el ser en sí mismo: uno, continuó y homogéneo; completo, indiferente, atemporal; tan solo en su relación con nosotros es que se distingue. Cuando lo nombramos inventamos fronteras en él, hacemos que una parte destaque y se recorte contra un fondo amorfo, y cuando lo valoramos, unas partes del ser crecen, pues las colocamos en los distintos peldaños de nuestra estima, de nuestro interés, de nuestro amor. Una persona entre la humanidad, igual que un grano de arena en el desierto, se reviste de una importancia sin par gracias al amor, la amistad, la simpatía... Valorar es lo que provoca que algo brille y propiamente aparezca ante nosotros y surja del mazacote difuso del ser.

Encima del ser, como una máscara, está lo que llamamos nuestra realidad: esa serie de objetos distinguidos, estructurados jerárquicamente, que arman el escenario donde vivimos. Solo lo que nos interesa es, para los efectos prácticos, lo único que existe para nosotros. Es donde existimos nosotros, ese pueblito de entes donde nos alegramos y afligimos; donde nos afanamos y creemos que la vida tiene o no sentido, donde nos va bien o nos va mal. Una mascarada en la que, curiosamente, cada uno de nosotros tiene el papel principal, es el protagonista.

Hay un rasgo para asignar valor que siempre me ha desconcertado: la duración; que algo valga porque dura, perdura, parece permanente o promete eternidad. Y este criterio rige lo mismo para una obra literaria que para un aparato electrodoméstico. Los apreciamos porque resisten el tiempo; no creemos en las verdades que caducan al día siguiente, ni en los sentimientos que se esfuman en una semana o en seis meses. Creemos en las verdades inconmovibles, en los amores para toda la vida, en la acción solidaria que no cesa de sostenernos. Pero, ¿cómo calificaríamos a un reproductor de sonido que fuera tan absolutamente fiel como la ejecución en vivo y que, como ésta, durará solo una vez? ¿Nos parecería una basura? ¿En qué estima tendríamos un apoyo capaz de auxiliarnos durante una hora exacta y ni un minuto más? ¿También pensaríamos que no vale nada? ¿Por qué un verso si es capaz de incendiarnos el ánimo con su dentellada tiene que brillar mañana y pasado mañana y el resto de la eternidad? ¿O por qué un amor que nos hace arder como la gasolina hasta consumirse y consumirnos durante una noche en vez de llamarlo amor lo llamamos amorío?

No estoy a favor ni en contra (o no lo sé). Me pregunto por el vínculo entre la duración y el valor. Y me lo pregunto, porque siendo tan breves, tan efímeros, tan pluma de quetzal, como decía Nezahualcóyotl, apreciamos las cosas que no son como nosotros: mudadizas, inestables, mortales. ¿No nos convendría más reconciliarnos con lo efímero, apreciar las cosas por su utilidad inmediata, por su intensidad, por su capacidad de colmarnos esa vez, aunque no haya otra, aunque mañana, igual que nosotros, tampoco estén?

Y me lo pregunto, porque no vivimos en la perpetuidad del ser, sino en la realidad y, más estrictamente, cada quien en su realidad: en una representación momentánea del ser que existirá mientras nosotros estemos y ni un minuto más.

Tw @oscardelaborbol

Fb www.facebook.com/oscardelaborbolla

Óscar de la Borbolla

Óscar de la Borbolla

Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

Lo dice el reportero