Vivimos una época con tintes de tragedia. La violencia es la moneda de cambio que ha terminado por permear nuestra realidad. Los medios encargados de dar cuenta de los crímenes deben centrar su trabajo en elegir a la nueva víctima que aparecerá en sus primeras páginas y, aún así, siempre se quedarán cortos a la hora de exponer a la violencia. Sobre todo, porque ésta es tan abundante que resulta fácil olvidarla. Está lejos mientras no se aproxime demasiado. Algo que puede pasar de un momento a otro para incluirnos en la frialdad de sus estadísticas. Es un panorama poco consolador.
Sin embargo, ha habido épocas distintas. En las que una sola muerte basta para trastocar por completo el entorno. Algo que, sin duda, sigue pasando en los cotos íntimos, en lo cercano. No hay forma de justificar un homicidio, menos un asesinato. Pese a ello, los personajes encargados de perpetrarlos son por demás atractivos para la literatura. Sin ser psicópatas en forma, sin llegar a ser criminales seriales, han terminado con la vida de otras personas. En cierto sentido, también son una víctima más de las circunstancias.
Contestar a la pregunta de por qué una persona decide terminar con la vida de otra es un platillo suculento para un novelista. Adentrarse en el discurrir del pensamiento, seguir paso a paso los impulsos que llevaron a esgrimir el arma, contar esa breve locura que no justifica pero explica las razones de los actos, resultan un acicate difícil de ignorar para quien narra. Por eso existen personajes complejos e inolvidables que, con o sin remordimientos, han arrebatado vidas. Ya se verá si las culpas les permiten salir adelante o es el cinismo el que termine definiéndolos; si es un modo de vida o la excepción que terminará trastocándola por siempre.
El extranjero

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1Q84
Aomame es una asesina profesional. Está entrenada en una sofisticada técnica que le permite acabar con sus víctimas de una manera pulcra e indolora que, además, se esconde tras la apariencia de una muerte natural. Tampoco experimenta remordimientos: como asesina alcanza casi la perfección. Al parecer, una causa mayor guía sus actos. No por nada su infancia está oculta tras un extraño velo. El mismo que parece ocultar una parte del secreto respecto al funcionamiento del mundo. Como acostumbra, Murakami plantea un universo dual en el que convive el relato casi minimalista de la realidad con rupturas que hacen pensar en relatos fantásticos. Este balance permite a sus personajes ir más allá de una línea moral tradicional. Tal es el caso de Aomame, quien tendrá que descubrir en su infancia o en el amor la verdadera consistencia de sus actos.
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Crimen y castigo

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El túnel
El amor y el desamor suelen ser responsables de las más intensas pasiones. Los impulsos que puede desencadenar una obsesión amorosa son incontrolables. Tal es el caso de Juan Pablo Castel. Desde el principio sabemos, por su propia voz, que ha asesinado a María Iribarne. Él es un pintor que la descubre observando un pequeño detalle en uno de sus cuadros. A partir de ese momento, comienza a perseguirla porque está convencido de que ella sabe mirar como nadie más. Ella le abre la puerta de su vida, se deja conquistar y perseguir. Sin embargo, María esconde secretos que, conforme Castel los desvela, van llevándolo casi hasta la locura. Pese a que ha sido la tónica de toda su relación, no tolera el misterio que lo separa de María, sus ausencias y sus silencios. Sabato consigue, en esta breve novela, abordar el límite que vuelve enfermizas a las obsesiones.
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Diario de Golondrina

Sean cuales fueren los motivos que llevaron a estos personajes a convertirse en asesinos u homicidas, lo cierto es que no es el crimen mismo lo más importante de las novelas donde habitan. Al contrario, éstas se construyen en torno a estos asesinatos. Ya sea que narren los motivos que los propiciaron, ya que se ocupen de la transformación de los protagonistas tras haber ejecutado a sus víctimas. Tal vez por eso resulte tan atractivo el acercamiento a estos personajes. A fin de cuentas, nos hacen ver una faceta posible dentro de una normalidad relativa: lo que piensa el homicida, que no el psicópata. Algo a lo que no solemos tener acceso pese a toda la violencia que vivimos a diario.







