Héctor Alejandro Quintanar

Ciro Gómez Leyva y Raymundo Riva Palacio: las voces de la necedad

"Lo que aquí se debe resaltar apunta a otro lado: ¿qué mueve a voces como la de Gómez Leyva o Riva Palacio a porfiarse en necedades a favor de figuras que han hecho tanto daño, o a especular calumnias a tal grado absurdas que ridiculizan no a quien van dirigidas sino a quien las emite?"

Héctor Alejandro Quintanar

27/06/2025 - 12:05 am

Una vieja consigna liberal declara que la prensa se combate con la prensa, en una aseveración que, en su mejor acepción, implica la posibilidad de que el debate civilizado sea la plataforma a través de la cual las ideas contrapuestas busquen persuadir con argumentos al gran público, capaz de discernir lo mejor entre las distintas razones.

En un mundo complejo como el contemporáneo, sin embargo, donde la prensa evolucionó a un espacio público menos centralizado y diversificado, el periodismo de opinión juega ya con otras reglas. En ese sentido, imaginemos por un momento que una columna periodística se dedicara a tratar de desmentir, corregir o debatir a otras voces en el ágora. Parecería una labor ociosa. Quizá lo sea, pero en ciertos momentos, cuando ciertas voces tocan fibras neurálgicas de la democracia, vale la pena hacerlo. En ese sentido, esta videocolumna se dedica en esta ocasión a dos personajes cuya conducta como opinadores es, por decirlo de algún modo, reveladora.

El 24 de junio pasado, el señor Ciro Gómez Leyva, en su noticiario matutino, dio una entrevista al señor Roberto Miranda, hermano de Isabel Miranda, para dar lectura a una presunta carta póstuma de esta montajista torturadora, documento en el cual se lamenta, también presuntamente de antemano, una posible liberación de Juana Hilda González por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

En un impecable grito de “al diablo con las instituciones”, el señor Roberto Miranda, leyendo presuntamente a su hermana, lamenta la decisión de la Corte, los señala de ser como operadores de cártel criminal, y persiste en acusar que González, César Freyre y Jacobo Tagle, entre otros, fueron responsables del secuestro y muerte de Hugo Alberto Wallace en 2005.

En estos años, ya toda la evidencia apunta a la falsedad de ese inexistente secuestro: desde la siembra de una gota de sangre en un baño donde habría sido imposible desmembrar un cuerpo (hecho fantasioso en el cual descansa mayormente la acusación de la oscura familia Wallace), hasta la acreditada tortura para obtener supuestas confesiones de diversas personas. Todo ello, en un entorno turbio donde las presuntas pruebas fueron “encontradas” en espacios administrados por personeros de la impresentable Isabel Miranda y con la complicidad de autoridades.

Ese segundo rubro cuenta también en sí mismo como una cauda de evidencia que desde hace lustros debió desacreditar a la señora Miranda: el grupúsculo político que le dio cobijo y que además, ilegal y peligrosamente, le dio instituciones policiales a su servicio, hoy está preso o confeso de operar una red criminal desde el Estado, como son los casos de Genaro García Luna -quien luego de dudar de la probidad de Hugo Alberto Wallace, por orden de Calderón, se volcó en favor de su madre Isabel Miranda-; o de Cárdenas Palomino, que dispusieron de una gavilla de policías federales y de un agente ministerial sin escrúpulos, como Braulio Robles Zúñiga, para que la política recién fallecida destrozara vidas en una ficticia búsqueda de los restos de su hijo.

Ya Ricardo Raphael, en entrevista con Alejandro Páez el mismo 24 de junio, expuso las dudas que genera la carta presuntamente escrita por Isabel Miranda: no sólo en sus detalles técnicos -como la grafía de la firma o su carencia de fecha- sino en su contenido, donde se expone que los Miranda desconocen cómo son los procesos judiciales en México, sugieren la liberación de Juana Hilda a una maniobra de Arturo Zaldívar (a pesar de que los ministros que llevaron el caso están distanciados de este exministro), y persisten en la cantaleta de la confesión demostrada ya como falsa y producto de tortura no sólo por la Corte, sino por comisiones diversas de Derechos Humanos y, más importante, por las evidencias físicas e indicios.

En ese sentido, resalta otra añagaza, y es el hecho de que Roberto Miranda se ostente como abogado de su hermana cuando ese papel lo desempeñaron Samuel González y un turbio personaje llamado Ricardo Martínez, vinculado a trata de personas, y asesinado en el norte del país en condiciones sospechosas. Personaje digno de la clienta que lo contrató, quien desde mucho tiempo antes de saltar a la fama en 2005, ya era una delincuente que extorsionaba autoridades desde su empresa y era capaz de amagar con asesinar trabajadores públicos para proteger la ilegalidad de sus anuncios espectaculares.

En este pandemónium, hay más de sesenta personas a quien los Miranda les arruinaron la vida con su ficticio montaje. Y están aquellos que, si usáramos el vulgar vocabulario calderonista, quedaron como daños colaterales. Siempre en el periodismo resulta chocante la primera persona del singular, pero a veces es necesaria. En una videocolumna publicada en este mismo espacio el 14 de marzo pasado, referí el caso que a mi familia y a mí nos tocó padecer respecto a la impresentable Isabel Miranda, quien, comandando ilegalmente una gavilla de policías federales y con el inescrupuloso Braulio Robles como perro faldero, allanó nuestro domicilio por error, ya que se dirigían originalmente a la casa contigua, y de no ser por un policía que reconoció el yerro en voz alta, ese día probablemente nos hubieran disparado a muerte, como de hecho ya se preparaban a hacerlo los miserables dizque policías. O, peor, quizá la sierpe Miranda Wallace hubiera envuelto su yerro en su telaraña de engaños y nos habría imputado la calumnia de ser partícipes del secuestro de su hijo, en la trama de su mojiganga fascistoide.

De estas cuestiones contamos con evidencia contundente, en audio y video, que entregamos puntual a la Comisión de Derechos Humanos, misma que la rechazó para deliberadamente dejar impune a la Policía Federal y a la familia Miranda. Pero aquí lo que hay que señalar es que a estas alturas de la vida, uno podría entregarle esta evidencia incontestable a un personaje como Gómez Leyva, y ni añadida a la montaña de evidencia que deslegitima el caso Wallace, le serviría para rectificar su error y seguiría hablando de la ex candidata panista en términos laudatorios. Persistir en este yerro que revictimiza a muchas personas ya no es una cuestión de lucha de ideas, sino que es una cuestión o de un sesgo brutal o una falta de ética que, en cualquier caso, demerita el de por sí precario trabajo de un presentador como Gómez Leyva.

En otro caso digno ya no de desmentido, sino de escarnio y mofa, el mismo 24 de junio, el señor Raymundo Riva Palacio -ex director de Notimex en un lapso del salinismo- publicó en el periódico El Financiero una pieza digna ya no digamos de elucubración febril, sino del macartismo tropical más risible.

Es este momento donde Benjamín Mileikowski – alias Netanyahu- y Donald Trump tienen al mundo en vilo y, con el preestablecido y miserable guion de una “defensiva a priori”, atacaron Irán bajo la premisa de que este país tiene armas nucleares, argumento absurdo que el fascistoide Ministro israelí preconiza desde hace diez años, y se asemeja a la fantasía de Bush en 2003 sobre las armas de destrucción masiva de Irak, coartada tan falsa como eficaz para la invasión de aquel año. Irán, dirigida por un grupúsculo religioso, respondió desde luego contra Tel Aviv en términos bélicos.

Con esta geopolítica del horror azorando al planeta tierra, Riva Palacio decidió que hacía falta una voz cuya estridencia chillara más fuerte que las diatribas trumpianas. Y si bien no logró su cometido, vale la pena mofarse de su aseveración, porque en su artículo, el salinista acusó que, de algún modo, el Gobierno fanático de Irán está vinculado no al Gobierno mexicano como supuesto aliado, sino directamente al expresidente López Obrador.

En una charada de humor involuntario, Riva Palacio dijo que el ayatola Ali Jamenei financió parte de la campaña del tabasqueño en México en 2006. Desde luego, no ofreció ya no digamos pruebas, sino siquiera indicios, y se limitó a señalar que sus dichos se basaban en supuestas investigaciones de inteligencia del entonces Gobierno mexicano.

Como al eje del mal nunca le basta un sólo demonio, de algún modo Riva Palacio metió en su madeja imaginativa al Gobierno venezolano. Vale aquí recordar que el 7 marzo de 2006, a raíz de otro chisme inventado por otro panfleto salinista, La Crónica de hoy (entonces dirigida por el sucesor de Riva Palacio en el Notimex de Salinas, Pablo Hiriart), un reportero de nombre Francisco Reséndiz acusó que la campaña presidencial de López Obrador de ese año estaba financiada por el Gobierno de Hugo Chávez, no sólo con recursos para promover el voto, sino también con insumos de todo tipo, quizá bélicos, para alzarse en rebeldía activa y resistencia armada en caso de no ganar las elecciones en julio.

¿Dónde quedaron las supuestas armas y financiamiento del eje del mal, venezolano o iraní, a favor de López Obrador en 2006? ¿Por qué el tibio de López no aprovechó tal cantidad de recursos para una revuelta bélica luego del fraude perpetrado por Fox en ese año? Por dos razones: porque, guste o no, López Obrador siempre se ciñó a las reglas de la democracia y porque el financiamiento del mal -venezolano o iraní- fue siempre una engañifa patética dirigida a espantar al sector más manipulable de la opinión pública mexicana.

Y ello está documentado: en marzo de 2008, luego de dos años de investigaciones, el entonces Instituto Federal Electoral oficializó que no hubo absolutamente ningún recurso proveniente de Venezuela o el “eje del mal” para la campaña de López Obrador, y la acusación oficial que hizo el PAN, entonces con Germán Martínez como punta de lanza en el IFE, quedó como un artilugio barato de propaganda sucia, como también quedó el otro engaño que perpetró Germán Martínez, el de acusar que López Obrador no se había titulado. Aunque, hay que decirlo, de esa calumnia Germán Martínez sí se hizo responsable y terminó ofreciendo disculpas por haberla perpetrado, perdón que emitió el mismo año de 2006 en el programa radial de López Dóriga.

Los pergeños de Riva Palacio terminarán donde terminó la acusación del financiamiento venezolano a López Obrador hace 19 años: en el oprobio, y su autor, en el aún mayor descrédito. Lo que aquí se debe resaltar apunta a otro lado: ¿qué mueve a voces como la de Gómez Leyva o Riva Palacio a porfiarse en necedades a favor de figuras que han hecho tanto daño, o a especular calumnias a tal grado absurdas que ridiculizan no a quien van dirigidas sino a quien las emite?

No existe una máquina que lea las mentes o las intenciones últimas y resortes psicológicos de quien hace este tipo de acciones. Y sólo podemos medirlas en función de su emisión y efectos. A otras voces públicas nos queda sólo una cosa: tratar de elevar el nivel de la discusión, no sólo ofreciendo mejores argumentos, sino también denunciando a personajes que, con necedades o exceso de imaginación, se burlan voluntaria o involuntariamente de su público, incluso si éste es cada vez más reducido.

Héctor Alejandro Quintanar

Héctor Alejandro Quintanar

Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona

Lo dice el reportero