
Todos los proyectos de mejoramiento urbano provocan malestar a quienes están cerca, ya sean vecinos o personas que transitan por la zona de obras. Es evidente, la maquinaria y los bloqueos no pueden sino trastocar parte de las rutinas de vivienda y tránsito. La oferta, sin embargo, es clara: a cambio de esas semanas o meses de incomodidad, las obras implicarán una mejoría en las condiciones previas. Ésa es, al menos, la promesa.
Desde hace varias semanas, han trabajado en la creación de una ciclovía en Tlalpan que va desde el centro de la ciudad hasta el Estadio Azteca. Treinta y tantos kilómetros de un carril confinado sólo para bicicletas. Treinta y tantos kilómetros de un carril menos para transporte motorizado. Treinta y tantos kilómetros de un tráfico que ha crecido exponencialmente a lo largo de esa avenida que conecta el centro de la capital con la salida al sur de la misma.
Hay posturas encontradas. Es claro que los vecinos de las zonas afectadas y quienes transitamos por ahí nos quejamos por el incremento al tráfico. Existen recorridos de un par de kilómetros que implican hasta tres cuartos de hora. Sobre todo, cuando se combina la construcción de la ciclovía, con la convergencia de carriles de dos avenidas más la salida de una universidad. Los peseros y autobuses que solían detenerse en doble fila ahora lo hacen en la tercera y no hay más que un cuarto carril. Además, hay quien insiste en que los accidentes con los ciclistas se incrementarán debido a todas las vueltas a la derecha. Más, considerando que Tlalpan es una de las pocas avenidas en la ciudad donde se puede circular a 80 km/h (bueno, al menos teóricamente).
La contraparte habla de los beneficios para el tránsito. Mi amigo urbanista me explica que, cuando se creó la ciclovía en Insurgentes, todos se quejaron, pero que, hoy por hoy, sí implicó una reducción del tráfico. No sólo por la ciclovía, está claro, sino porque se reguló el transporte dentro de esa avenida. Si se hace eso en Tlalpan, si se quitan los peseros, si aumenta la frecuencia y el número de vagones del Tren ligero, si se evita que los automóviles se estacionen en doble y triple fila, entonces la ciclovía funcionará.
El problema, claro está, son todos los condicionales. Entre otras cosas, por la experiencia que tenemos viviendo en esta ciudad y la cotidianidad de lidiar con el transporte público. También (y, quizá, sobre todo), porque somos demasiados y a ese exceso de tránsito se le reduce un carril completo. Como los vecinos no fueron consultados, como no se mostró un proyecto claro ni lo que se espera de la ciclovía, no quedará más que esperar a que se inaugure la obra para conocer su verdadero impacto.
Eso sí, mi amigo el urbanista fue muy claro conmigo, que soy vecino de alguna de las zonas afectadas: “si toleran estacionamiento informal al lado de la ciclovía, yo iría pensando en cambiarme de casa”. Hoy, como pocas veces, mi tranquilidad en razón del tránsito, se basa en demasiados condicionales.





