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Óscar de la Borbolla

04/09/2017 - 12:00 am

La falsedad de los sinónimos

A sabiendas de lo absurdo que resulta discutir los matices que cada sinónimo aporta a nuestras frases en un contexto donde el vocabulario anda en harapos voy, no obstante, a deslindar algunas palabras para que penetremos en su fondo y estemos en condiciones de usarlas más adecuadamente (nótese lo largo de las frases anteriores. Quiero […]

“El significado de las palabras que creemos iguales jamás concuerda plenamente”. Foto: Óscar de la Borbolla

A sabiendas de lo absurdo que resulta discutir los matices que cada sinónimo aporta a nuestras frases en un contexto donde el vocabulario anda en harapos voy, no obstante, a deslindar algunas palabras para que penetremos en su fondo y estemos en condiciones de usarlas más adecuadamente (nótese lo largo de las frases anteriores. Quiero obligar a los lectores a un esfuerzo de retentiva; ya me cansé de la condescendencia para con aquellos que solo captan látigos verbales, es decir, frases cortas). A veces en el lenguaje oral comenzamos un giro en masculino y la primera palabra que nos viene a la mente está en femenino. Si somos rápidos buscamos en el repertorio de términos equivalentes aquel que concuerda en género y lo decimos sin que apenas se nos note el tropiezo; y, a veces también, cuando escribimos alguna palabra que arma una espantosa cacofonía, si somos pulcros, nos damos a la tarea de sustituirla con una sinónima a fin de que el texto no vaya por ahí con su cantaleta de ía ía ía o de eo eo eo.

Cuando usamos una palabra u otra es porque creemos -pues así lo amparan los diccionarios de sinónimos- que decimos lo mismo que originariamente queríamos, pero no es así, pues la verdad es que los sinónimos no existen: el significado de las palabras que creemos iguales jamás concuerda plenamente. Representemonos los significados como círculos e imaginemos un diagrama de Venn: ése donde los círculos sólo parcialmente están imbricados y que, por lo tanto, comparten únicamente una porción del área que demarcan y el resto no.

Generalmente se cree que “admiración” es un término sinónimo de “asombro” y, en consecuencia, frente a algo que nos maravilla o que rompe bruscamente nuestro estado de indiferencia decimos que quedamos admirados o asombrados. Yo así de toscamente, de indistintamente empleaba estas palabras hasta que por casualidad (curiosidad) cayó en mis manos el diccionario etimológico de Corominas: leí las entradas y quedé fascinado, pues lo que me había parecido lo mismo se desgajó: la “admiración” tiene el prefijo “ad” que significa proximidad, cercanía y el verbo “mirar” y, en cambio, “asombro” viene de “sombra” y se refiere a la reacción de los caballos cuando algo, una sombra se les acerca por detrás, ese encabritarse, literalmente levantar las patas traseras para soltar la coz, es asombrarse. De ahí que no podamos “asombrarnos” ante el Sol, ni tampoco quedar “admirados”: se nos quemaría la retina; ante el Sol propiamente quedamos maravillados…

Otras palabras que se toman como sinónimas son “mentira” y “embuste” (y aunque igual que con las anteriores es usual darlas como idénticas implican un matiz que las distingue); “mentira”, de acuerdo con el libro Sinónimos castellanos de Barcia, viene del latín mendacium, por lo que resulta posible decir que la literatura son mentiras bellas y, en cambio, no es apropiado decir que son “embustes”, pues este término implica un matiz canallesco y tramposo, ya que se originó de unos timadores que en el siglo XVI vendían un ungüento milagroso: con alguna trampa cubrían sus brazos y luego derramaban sobre ellos plomo fundido sin que les ocurriera nada; esos timadores se llamaban “embustidores”, o sea, incombustibles: los que no se queman y, obviamente, cuando se descubrió el engaño “embustero” vino a significar tramposo. La mentira puede ser bien intencionada, el embuste siempre es malévolo; lo contrario de la mentira es la verdad, mientras que lo contrario del embuste es la rectitud.

La diversidad de palabras para referirnos a lo mismo, los sinónimos, no es producto de la ociosidad o de un sentido obeso de la lengua, sino resultado de una serie de pequeños o grandes matices con los que podemos aprehender mejor las sutilezas del mundo; aunque para los efectos prácticos de quienes viven de forma gruesa, rápida y descuidada -y me incluyo en esa masa- los “sinónimos” funcionan más que suficiente…

Twitter:

@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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