Huir del dolor

10/03/2014 - 12:00 am

Vivimos tiempos de música boba y fascismos ligth. De amores líquidos y esclavitudes ingrávidas. Aunque haya estantes repletos de cremas para rejuvenecer, nos morimos frente a nuestros ojos, rodeados de gente y cosas que comprar, pero solos y sin propósito.

Algunas veces sufrimos la desesperación del paciente anestesiado que sabe que está muriendo, pero que no puede sentir nada. El dolor, que también arraiga a la vida, ha sido desterrado de nuestro paisaje. Sin embargo, siempre encuentra formas de volver y de vengarse.

Cuando muere un vecino, una vieja amiga o una mascota, el dolor toca a la puerta, pero decimos “no gracias”. Nos lamentamos y luego sonreímos, porque es lo que se espera de nosotros. Nadie quiere escuchar plañir a alguien por demasiado tiempo. Es de mal gusto y aleja a las personas.

Siendo así, es casi irreal que nos acongojemos genuinamente por eventos como el asesinato de una familia en Michoacán. Si en lo privado nos evadimos, en lo público somos escapistas profesionales. “La vida sigue” -nos decimos-. “No podemos detenernos por cosas así, porque entonces ¡nunca podríamos concentrarnos en nuestras propias vidas!”

Así, el dolor es barrido de golpe. Se instala en su lugar un horizonte impecable, donde nada perturba el recreo de nuestra tranquilidad. Y si de pronto asaltan las dudas, no hay que parar, sino ir más rápido. Se receta sobreestimular en vez de regresar sobre nuestros pasos. Olvidar, nunca arreglar.

Solemos pasar por alto que en el dolor habita una potencial metamorfosis. Si no nos duelen las cosas, no las vamos a cambiar. El politólogo español Juan Carlos Monedero subraya que la secuencia es: doler-saber-querer-poder.

Tenemos dolor. Luego, queremos saber porqué nos duele: esa sensación la debemos convertir en conocimiento. Pasamos así del mero dolor a su reflexión, que ya es un saber. Entonces, cuando encontramos las razones de nuestro dolor, queremos cambiarlo. En el caso de los problemas comunes -como de esta violencia de más de cien mil muertos y contando- viene el momento político: unirnos para transformar lo que deba permutarse.

Digamos que se incendia la ciudad. Much@s salen huyendo. “Ya levantaremos otra después”. Pero alguien se queda, tal vez porque asume que es su hogar el que arde. Puede morir de muchas formas, pero no podría vivir muriendo lento. No soportaría ir desapareciendo en un proceso confuso y dócil. No se sentiría en casa en ningún otro sitio. Apagará las llamas o se consumirá con ellas.

Hay pocas personas así, pero siempre existen. Aunque para ser francos, siempre han sido una tribu compuesta por minorías de minorías. En la dictadura, su reto fue sobrevivir, estar del lado correcto de la historia. En la democracia han tenido que luchar para ganarse al resto, convenciéndolos de que vale la pena jugarse por un plan o simplemente por una visión.

Como siempre ponen el dedo en la llaga, puede molestar escucharl@s. En un mundo en que el dolor es un invitado indeseable, son ellos mal recibidos. Mientras nos incitan a recordar, nosotros nos esforzamos por dejar pasar. Nos señalan con insistencia lo que está mal, pero a veces nos contentamos con la paz imperturbable de nuestro panorama, aunque más allá impere la locura de la guerra. Eso, hasta que un día las realidades se mezclan. Entonces viene el brusco despertar.

Intentamos crear burbujas psicológicas y volvemos la mirada hacia las nubes rosas cuando nos carcome la oscuridad. Creemos desembarazamos de nuestra circunstancia como si fuese un gato que al sentirse ignorado, opta por desaparecer de la vista.

Los que se quedan buscan soluciones.  Tal vez prefieren transformar usando lo que nos hace fuertes, como la responsabilidad, y no por medio de emociones como la culpa, que nos mantienen sumisos.

Hoy estamos en llamas. Ya se ha repetido, pero no se asume con el dolor de que nuestra casa esté destruida.

Por eso detengámonos. Sintamos. Recordemos. Tomemos fuerzas.

La tarea es dura. Estamos en medio de la tragedia porque no habíamos entendido que las luchas de nuestr@s abuel@s vuelven como amenazas que nunca se fueron: hoy se legislan leyes homofóbicas en varios países, hay graves brotes de fascismo en el discurso público en algunas partes de Europa, mientras recobra actualidad el intervencionismo norteamericano de este lado del mar.

La discriminación, el fascismo y el imperialismo no son accidentes, son procesos. Creímos en el fin de la historia, en la versión de los males concluidos. Pero la verdad es que están acechando a la vuelta de la esquina, en el mejor de los casos. Porque para muchos, ya son parte de su vida.

Me dueles, México. Pero no te dejo.

@CesarAlanRuiz

César Alan Ruiz Galicia
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