El pastor alemán

Guillermo Samperio

22/02/2013 - 12:00 am

A la memoria de Jaime

Aquella tarde estábamos jugando al trompo en la calle Oasis, de la colonia Clavería, cuando vimos pasar, solitario, a un perro pastor alemán, de unos cuatro meses. Estaríamos ahí Alfredo, Toño, Carlos, Jano, Jaime y yo. En cuanto pasó junto a nosotros, de inmediato como que nos vino la misma idea: agarrarlo y llevarlo a casa de alguien o venderlo.

También como si un ente colectivo nos lo sugiriera, pensamos que teníamos que ir a la cacería. En cuanto el perro notó nuestras intenciones, aceleró el paso, dio vuelta en Nubia y pasó varias cuadras. Nos quitamos los cinturones para poderlo atrapara mejor; llegó a la glorieta de Clavería y atacamos, pues el pastor se entretenía en unos arbustos orinando. Jano se lanzó sobre él, intentando lazarlo con el cinturón, pero el perro dio un salto súbito y corrió por uno de los senderos y se nos adelantó, cruzó la calle de la glorieta y siguió por Nubia pero ya muy cerca de San Álvaro.

Ahí nos reconcentramos, corrimos con mayor velocidad y nos volvimos a acercar a unos metros del alemán, el cual se abría paso entre la gente. Llegó a la calle Libertad, dio vuelta en Grecia y emprendió una nueva carrera ahora dirigiéndose hacia Tacuba. Nosotros pensábamos que en algún momento se iba a cansar y que al fin los cazaríamos, pero se metió al mercado, giró por aquí y por allá y salió por una puerta que lo encaminaba de nuevo hacia Clavería.

En el Parque de San Álvaro hizo una nueva parada y yo me le acerqué con lentitud, lo tomé de la cola, pero en un movimiento brusco, el pastor se me zafó y se encaminó de nuevo por Grecia. Nosotros éramos los que nos íbamos cansando; para entonces habríamos corrido más de veinte cuadras. No nos desalentamos, pues había regresado a nuestros territorios.

Pronto volvió a tomar Nubia, como si hubiera dado una gran vuelta en círculo, cruzó la Glorieta de Clavería y llegó hasta Oasis, girando hacia la derecha, no hacia nuestra cuadra; Jaime era el que estaba más cerca de él, así que también dio la vuelta, luego yo y, en eso, vi cómo el perro saltaba sobre Jaime, lo mordía en un brazo y se echaba a correr. En ese momento detuvimos la cacería. Caía la noche y cada quien se fue a su casa un poco asustado.

Jaime era hijo del doctor de la cuadra y mi mejor amigo, lo vi al día siguiente y me dijo que la mordida había sido pequeña y que se había curado con alcohol y merthiolate. Dos días después, me comentó que le dolía la cabeza, que se sentía cansado, sin apetito y malestar en el cuerpo como si fuera a darle gripa y que mejor se iba a ir a su casa.

De pronto, ya no salía de su casa y pensamos que le había agarrado duro la gripa. Un día, el doctor nos llamó a los que estábamos reunidos jugando al trompo. Nos preguntó que quiénes habíamos estado con Jaime en los último siete días. En total fuimos como ocho, entre ellos Jano, Alfredo, Toño y Carlos. Nos pidió que lo acompañáramos a su casa.

Ya ahí el doctor nos comentó que Jaime tenía rabia, que el muchacho no le había comentado nada del asunto de la mordida del perro y que de pronto le vinieron los síntomas más severos: calambres, contracciones musculares, agitación, alucinaciones y agresividad, entre otro síntomas.

Nos condujo a un cuarto del fondo de la casa, abrió la puerta y ahí estaba Jaime, atado de pies y brazos a la cama, echando espuma por la boca, con espasmos musculares incontrolados, sin podernos distinguir. El doctor nos sacó de inmediato. Nos puso a cada uno la primera de treinta inyecciones en el estómago para evitar que alguno de nosotros se desarrollara la rabia. Jaime murió a los pocos días y desde entonces no lo he podido olvidar. El día del velorio, el doctor comentó que él y su mujer había decidido encargar otro hijo. Con los años vinieron dos niñas.

PERROS (PRIMERA PARTE)

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PERROS BREVES (TERCERA PARTE)

LA ALEPHA (CUARTA PARTE)

Guillermo Samperio

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