Desde bebé, mi madre me alimentó con leche condensada diluida y caldo de frijol colado, además de otras papillas altas en harinas y grasas. Así que, aunque pudiera ya caminar al primer año de vida, me resultaba imposible mantener el equilibrio. Caminé hasta el año y medio, y a los dos, era yo más que un niño robusto.
A esta edad, mi padre ya me llevaba a los partidos de futbol en los que él participaba, pues tendría aún unos 28 años. Así que disfruté de ese deporte desde tempranísima edad. En una ocasión, por 1950, allá en las canchas de Coapa del Club América, resultó que estaban todas ocupadas, excepto una que no tenía porterías. A mi padre y a sus amigos no les resultó difícil poner tres mochilas de marcos, pero faltaba uno; mi padre me vio, me tomó de la mano, me llevó y me sentó y yo fui el cuarto marco. Con mi sobrepeso era evidente que no me movería de allí, además de que deseaba ver el partido. Llevarían unos 15 minutos de juego, cuando mi padrino Arroniz lanzó un trallazo, tan veloz que no me di cuenta de que venía directo a mí; el balonazo me pegó en la frente, fui a dar unos cuatro metros más atrás, desmayado y privado.
Supongo, como dicen los médicos, que a esa edad los niños son muy flexibles y, luego de volver en mí, no tenía más que un ligero chipote en la frente. Mi madre opinó que gracias a Dios el balón no me había dado en plena cara pues me la hubiera desfigurado. Yo, por mi lado, opino que mi padre fue demasiado inconsciente como para ponerme de portería; por otro lado, tal vez ese golpe me causó alguna disfunción cerebral, pues mi memoria siempre ha sido desastrosa.
Como fue un golpe sorpresivo, no le tomé aversión al futbol, tanto que me encantaba que mi padre me llevara a los estadios, al del Club España así como al de los Deportes, hoy Azul, junto a la Plaza México de toros. En ellos vi jugar al "Pirata" Fuentes, al "Dumbo" López, "Palmareño" Solis, "Chololo" Díaz, al "Halcón" Peña, a Chava Reyes, a Zague padre, quien ya le tocó jugar en el Azteca.
Después de pasar por varios equipos de futbol, tanto en mi colonia Clavería como en las fuerzas básicas del América, entré a trabajar al Instituto Mexicano del Petróleo (IMP) al norte de la ciudad, donde se formó una liga interior; allí había una cancha de futbol. Insistí en seguir jugando, pero ya me daba por echarme mis chelas al final de los partidos. En una ocasión, al entrar a rematar un buen pase, el defensa me atrancó el pie y me fracturó el tobillo. Allí se acabó mi carrera futbolística. Habré jugado en unos siete equipos pero en ninguno fuimos campeones. Así que mi frustración no era menor.
Sería el año 1966 y se jugaría el mundial de futbol en Inglaterra. Mi padre enfermó de la vesícula, lo operaron y le encontraron un cáncer con ya una fuerte metástasis. De ahí, fue remitido al Hospital de Oncología, además de quererse curar y salir adelante, mi padre, William Samperio, miembro del Trío Tamaulipeco y director artístico de discos Orfeón, no se quería perder el mundial. Todavía lo recuerdo, entre dolores, muy desgastado, sin pelo y con alucinaciones ocasionales, ante la pequeña televisión que mi tío Pablo le llevó, viendo jugar a México. Terminado el mundial de Inglaterra, mi padre falleció.
Sin querer dejar los deportes, me metí a un equipo de voleibol en el mismo IMP. Me tocó jugar de centro; teníamos un clavador excelente. Así que, en 1968, durante el campeonato fuimos punteando hasta que llegó el partido decisivo; sería contra el equipo de los policías de la institución. La mayoría de los empleados estaba a nuestro favor debido a la matanza del 2 de octubre. El partido se decidió en el último set en un final de garra. Ganamos y por primera vez fui campeón en un deporte.




