Como dice la poesía del norteño José María Jaurrieta --Chihuahua, Chih., 1815-83--, "siglos pasan y el instante que sueña te halla...". Gaston Bachelard, un siglo después, pensaría en el tiempo discontinuo en el cual el instante cae en un abismo intemporal. Su caída es ineludible y necesaria, para que nazca otro instante y se haga visible la realidad de verdad del transcurrir. La constancia, lo frecuente, la continuidad necesitan de esta discontinuidad para ser perpetuos. Mientras tanto, el instante que sueña no se hunde; se queda suspenso, levitando, en alguna hondonada sin movimiento, extraviado en la orografía del decurso bachelariano. El instante onírico, jaurrietano, no tiene actualidad; le da existencia su posibilidad: sueña para re-suceder en el futuro.
“Allí suspiran los vientos” hasta que no sean, diría Jaurrieta. El instante encuentra a cualquier individuo, a alguno de los tripulantes del Automóvil Gris, en los años veinte de este siglo; un vendedor de huevos de cahuama en el centro de la capital el fin del siglo pasado; al investigador Valente Quintero quien descubre sacrificios de adolescentes mujeres practicados, tras dobles antepuertas, en un convento de Puebla, en los años treinta del siglo XX. Un chinaco entra en una emboscadura cuando el río rumiaba cerca y el caballo ya olía la humedad, a mediados del siglo XIX.
El instante que sueña halla a cualquiera, al que dejó parte de sí en el trayecto, un vestigio vívido, sin derrumbarse en el abismo de la discontinuidad pensada por Bachelard. Mirando hacia la orilla de enfrente, en la duermevela temporal hacia el porvenir, aguardando un azar venturoso para despertar. Cuando el instante que sueña hace contacto, re-sucederá en el mismo individuo si lo encuentra en el azar cósmico, pero lo más seguro es que hará contacto con, cuando hayan pasado multitud de instantes, precipitándose hacia la desmemoria de la hondonada del olvido; será un individuo, también cualquiera, en un impulso vital semejante. En este cualquiera, la ventura aleatoria se define y reafirma: en automóvil, a pie, en patrulla secreta, en tranvía, ante un cablegrama, o sobre la cabalgadura.
La filósofa María Zambrano --quien redactó su Sueño creador en Guanajuato, publicándolo en Veracruz--, le podría llamar sueño vivido, debido a que se vuelve a vivir el instante suspenso, hay una vuelta. Onetti, el autor de El astillero y Juntacadáveres, lo llamaría un sueño realizado, como el nombre de uno de sus cuentos más célebres. O en palabras del mismo Jaurrieta: "se complace la memoria". El instante onírico, por decirlo así, rompe la inexorable discontinuidad del tiempo –su fallecer y renacer--; se trataría de un corte en el corte, para explorar y explotar incluso siglos adelante, decenios, o permanecer en el sueño perpetuo, en el limbo del instante.
Al lograr satisfacción, el instante que sueña te halla --a un cualquier tú-- y abandona su piel, su aspecto, su facha de huidizo, de silencio, su calidad de insospechable. Es un instante evadido porque tal vez el Carro Gris siguió de frente, dio vuelta en la esquina, rechinando las llantas, se perdió de vista y cualquiera de sus tripulantes no se dio cuenta, no lo notó, no supo que un instante se había fugado, huido, hacia la contención que lo hace soñar entre una orilla y otra del Abismo bachelariano.
El vendedor de huevos de cahuama dejó el ramo del comercio callejero, entra a trabajar en la telegrafía y, durante ese retruco de su existencia, no se dio cuenta, no se enteró, de un trozo de tiempo que sueña distante, a sus espaldas. Valente Quintero dio con las puertas corredizas, las abrió y descubrió el martirio, los instrumentos de tortura y apareció la escandalera en ocho columnas. En un giro de su cuerpo, entre una palabra y otra, cuando Valente saca el arma para transponer el pasadizo oculto, un instante huye, levita, suspenso y sueña.
El caballo se encabritó de pronto, equilibrándose un momento sobre las dos patas delanteras; la sensación del contra-relincho, "cubierto de verde manto", era de susto, de espanto repentino. Y de lamento por haberse embelesado con la humedad del río, el cual era distinto al que había cruzado en el amanecer, pero le olió el mismo olor. Luego cayó sobre sí, en escombros desmayados; el jinete, aún sujeto por las cuerdas necias, asimismo quebrantado, desfallecía en medio de la tronadera y el humo de los fusiles. ¿Antes de que el animal oliera el agua distinta? ¿Cuando el viento le removía al hombre las puntas del nudo del paliacate naranja que le cubría la cabeza? ¿Antes de que los fusileros se desemboscaran? En algún momento, antes de derrumbarse, sin darse cuenta, sin notarlo, el instante se evadió. "Cuando ni un sólo nublado había en la celeste esfera", señalaría el liberal José María Jaurrieta, responsable de la célebre crónica De Chihuahua a México en diligencia, donde el carruaje no alcanza nunca su destino, extraviado en el desierto.
Como si el viaje se hubiera quedado suspenso, sin presente, en la geografía árida del camino del norte al centro. Sin embargo, en el paisaje mismo fueron quedando mojones de tiempo, de historia, por donde anduvo el acontecer, entre florido y extraño. Es uno de los trasfondos de la extensa poesía "El Cerro Grande" --del poeta y también gobernador chihuahuense--, citada en este texto.
Quizás cuando los "siglos pasan y el instante que sueña te halla", como lo expresa Jaurrieta, tú no te das cuenta tampoco; despierta en ti, se hace parte de tu destino, juntándose en tu interioridad, ventura azarosa, con algo que lleva una dirección inevitable. Y cuando el instante despierto aparece ante los ojos de los demás, que alcanza la otra orilla, abandona la posibilidad de ser, se hace visible y re-cobra su impulso; el instante onírico despertado sorprende, sobresalta, debido a su semejanza con instantes históricos de siglos o decenios atrás. Se le pueden asignar entonces los epítetos típicos: inconcebible, imposible, increíble. Y las reacciones ante el instante que despierta también pueden resultar insospechadas. Pero pudiera ser cualquiercosita, ya que tiene la cualidad de hallar a todos o a ninguno. De ahí aquellos acontecimientos que nos parecen muy similares a otros de épocas presuntamente perdidas. Pongamos, como ilustración, dos ejemplos. No resulta extraña, pues, la similitud de los clubes antirreeleccionistas a fines del porfiriato con las organizaciones cívicas, ciudadanas, que proliferaron a durante el salinato y hoy siguen reproduciéndose. O que se persiga a los jesuitas, como ha sucedido en distintos instantes despertados de nuestra larga historia. Lo que tal vez suceda es que “siglos pasan y el instante que sueña te halla”.
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Nota. El poema de Jaurrieta viene en el bello libro La región romántica. Siete poetas del siglo xix en Chihuahua, de 102 páginas, una antología elaborada y comentada por Rubén Mejía; en ediciones del Azar, colección "Voz de las regiones"/Ayuntamiento de Chihuahua, marzo de 1996, impreso allá mismo. En otra colección de Azar, llamada "Infinita", número 3, de 80 páginas, apareció en 1994 el estupendo volumen de cuentos-novela de la poeta y narradora Micaela Solís, bajo el título Remolino, nombre de un cuento-capítulo y del caballo que en el libro aparece. Lo monta el revolucionario muerto-vivo Hermilo Valenzuela. Aunque aparece ya viejo, "El Remolino" me dio la sugerencia del animal que jinetea el chinaco, cuando "El Remolino" fue joven y palomino.




