Óscar de la Borbolla

La Nueva Revolución Copernicana

Óscar de la Borbolla

06/07/2015 - 12:02 am

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Hace muchos siglos que Copérnico quitó a la Tierra su puesto central en el cosmos y pasamos a entendernos ubicados en un suburbio -ni siquiera cosmopolita- de la Vía Láctea; sin embargo, ese ponernos en nuestro lugar: el lugar de cualquiera, no afectó gravemente la idea de superioridad del hombre respecto de las demás especies.

Desde Aristóteles, al menos, habíamos venido ocupando en el escalafón del ser un sitio hegemónico gracias a nuestra Alma Racional que estaba por encima de las almas sensitiva (de los animales) y vegetativa (de las plantas). Descartes, tan dubitativo en todo, no arrebató al hombre su posición especial, pues reconoció en nosotros dos facultades divinas que nos hacían semejantes al mismísimo creador: la voluntad y el entendimiento; la primera tan perfecta como la de Dios y la segunda un tanto menguada, pero divina no obstante.

Todavía Heidegger, en 1929 en ¿Qué es metafísica?, habla del acontecimiento que ocurre en la historia del Ser por la irrupción de un ente llamado hombre, pues esa irrupción permite al Ser recobrarse a sí mismo. Este "acontecimiento" no es poca cosa, equivale al hecho de que en el alambique evolutivo del ser una de sus partes cobra conciencia de la totalidad, el ser se vuelve capaz de representarse a sí mismo.

Quiero dejar constancia de que todavía a principios del siglo XX no habíamos dejado de ocupar el peldaño más alto en el escalafón ontológico y quiero que se entienda bien mi intención: a mi me importa un rábano si el ser humano se considera menos que una cucaracha o más que un querubín. Lo que pretendo no es juzgar mi tiempo sino pensar un contraste para dejar un testimonio de lo que podría llamarse la Nueva Revolución Copernicana, pues, a lo que estamos asistiendo en el siglo que corre es al derrumbe del modo como el ser humano se consideró a sí mismo: hoy, en cambio, pertenecer a la especie homo sapiens sapiens es motivo de vergüenza.

Y me interesa también entender el porqué. ¿Por qué se ha desplomado la imagen que el hombre tiene de sí mismo? No lo sé, supongo que se trata de un efecto multifactorial: el fracaso de las utopías, la puesta en duda de la libertad, la mecánica económica que parece cancelar el futuro, la manifiesta voluntad de exterminio ahora sí hecha posible por la tecnología... El asunto es muy complejo. Quisiera, no obstante, detenerme tan solo en dos factores que se complementan para contribuir a dicho desplome: por un lado, a la enorme exposición que los seres humanos están viviendo a causa de los medios, una difusión sobre todo de nuestras miserias, pues "lo malo vende más" y, por el otro lado, a la raquítica, si no nula, idea que las personas tienen hoy de su condición; a la paupérrima formación humanística que hace que la profundidad del ser humano actual sea más delgada que una capa de barniz.

Habría, no obstante, que aludir también a lo que cataliza los dos factores mencionados: la posibilidad que hoy tiene el hombre masa de hacer públicos, a través de un lenguaje potentísimo, el lenguaje multimedia, sus preocupaciones y ocurrencias. Este hombre masa del que hablaba Ortega y Gasset pero con un instrumento que le permite hacer viral su ñoñería. Un eco que se produce y reproduce al infinito diariamente en las redes sociales.

Sentimos vergüenza de ser seres humanos y nos concebimos como nos concebía Sileno, el rey de los faunos en la mitología griega: "la especie más miserable de cuantas respiran y se arrastran en la tierra"; la especie más peligrosa, la más ponzoñosa, la más cruel; esa especie a la que le convendría no haber nacido y si ya está: morir cuanto antes. Insisto, no me importa si es verdad o no; me interesa registrar esta nueva revolución copernicana y no solo para asentar un cambio importante, que lo es, sino porque quizá en este naufragio de la idea de hombre esté la clave de varias conductas que se han hecho más evidentes en nuestros días: la escasez de piedad hacia el semejante, la saña de la criminalidad contemporánea (que ya no se explica como resentimiento de clase, pues es indiscriminada) y la indiferencia de todos ante la miseria de dos tercios de la humanidad.

Tw @oscardelaborbol

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Óscar de la Borbolla

Óscar de la Borbolla

Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

Lo dice el reportero