
Esa esférica presencia;
la curvatura del amanecer: su ambrosía
en su cercanía tan lejana;
una y otra vez
al dar los primeros pasos,
al inicio de las tareas:
al abrir las puertas de los afectos
y las razones.
Las jaurías de lo siniestro
acechan
cuando la madrugada se aleja.
Aquellas flechas de obsidiana
de una infancia perdida,
retornan
y se encajan.
El veneno en la punta de la lengua;
las palabras extraviadas
en el vacío de los recuerdos
ya sin cuerpo.
En este país
cada vez se habla menos;
cada vez oímos
más ladridos.
Estamos desapareciendo
a veces tan lento que lo ignoramos,
otras como un relámpago.
Nos creemos inmunes
y olvidamos nuestro linaje común;
los números nos corrigen y confrontan.
Hemos sido multitud
aún en la soledad profunda
que nos abreva.
Solo en las primeras horas
cuando la noche
y su bálsamo se retiran,
podemos comprender un poco
lo que llevamos entre las manos
Esta herencia milenaria
que no podemos asir
al ignorar que toda vida
es una ofrenda.




