En México, ser activista por los derechos de los animales es enfrentarse a un sistema diseñado para silenciar a quienes cuestionan el status quo. La lucha por la justicia animal no sólo implica desafiar las prácticas normalizadas de explotación, sino también resistir la presión de industrias multimillonarias, el desinterés de las autoridades y, en muchos casos, la violencia e intimidación.
Las defensoras de los animales en México enfrentamos amenazas constantes. Desde campañas de desprestigio en redes sociales hasta ataques físicos, muchas activistas han experimentado el costo de enfrentarse a sectores poderosos como la industria cárnica, los criaderos y los espectáculos con animales.

Las amenazas no siempre vienen de quienes lucran con la explotación animal. También provienen de un sector de la sociedad que se resiste a cuestionar sus hábitos de consumo y prefiere ver a las activistas como radicales en lugar de reconocer la violencia sistemática hacia los animales.
México es un país donde los derechos de los animales aún no son prioridad en la agenda política. Si bien existen leyes de protección animal, su aplicación es laxa y en muchas ocasiones ineficaz. Las defensoras de los animales nos encontramos con un sistema que protege los intereses económicos antes que la justicia. Las denuncias por maltrato rara vez prosperan y las personas que intentan rescatar animales de situaciones de abuso pueden terminar criminalizadas en lugar de recibir apoyo.
La ganadería industrial, el comercio de animales, los espectáculos con animales como los delfinarios, no son solo negocios lucrativos, sino que cuentan con el respaldo de grandes corporaciones y del propio gobierno. Las activistas que denuncian las condiciones en granjas industriales, el uso de animales para el entretenimiento o documentan el maltrato en rastros enfrentan represalias económicas y legales. Los intentos por frenar las investigaciones o censurar los hallazgos son frecuentes, lo que hace que muchas organizaciones deban operar con extrema cautela.

Uno de los frentes más complicados es la lucha contra la explotación de animales en el turismo. En lugares como Playa del Carmen, los delfinarios y las sesiones de fotos con felinos son un negocio rentable que se sostiene a costa del sufrimiento de los animales. Delfines encerrados en pequeñas piscinas y grandes felinos drogados para posar con turistas son parte de la cruel realidad que como activistas siempre buscamos visibilizar y erradicar, y muchas veces nos enfrentamos a amenazas.
Las defensoras de los animales en México no sólo enfrentamos un país hostil, sino que también buscamos un futuro donde la compasión no sea castigada. A pesar de la violencia hacia las mujeres, la indiferencia institucional y la maquinaria de intereses económicos, muchas mujeres activistas seguimos adelante porque sabemos que debemos cambiar la historia de los animales.




