Óscar de la Borbolla

Instructivo para vivir

"Los seres humanos, a diferencia de los animales que se mueven por instinto, actuamos apegándonos a una idea de las cosas. Elegimos hacer lo que hacemos porque creemos que es lo que nos convine y lo hacemos por nosotros mismos".

Óscar de la Borbolla

15/10/2025 - 12:04 am

De entre todas las preguntas que podemos hacernos, hay una que destaca si la pensamos bien. Es la misma que hace milenios formuló el legendario rey Midas al fauno Sileno: "¿Qué es lo mejor para mí?" Hoy no voy a referirme a la tremenda respuesta que Sileno dio, sino a la pregunta de Midas, pues, si algo deberíamos averiguar no es cómo volvernos ricos, exitosos o aceptados… que hoy parecen las preguntas que mayor preeminencia han cobrado, sino, simplemente, por lo que es mejor para nosotros. Esta inocente pregunta resulta en exceso grave, porque nadie conoce su futuro, y es posible que ni el dinero ni el poder ni la fama, que es tras lo que muchos corren, contengan lo mejor para cada quien.

La pregunta del rey Midas es importante, porque revela, por un lado, que nuestro bien no es necesariamente lo que imaginamos y, por el otro, que la vida es en sí misma un albur. Midas no poseía una bola de cristal y por ello interrogó a Sileno, el fauno favorito del dios Dionisio. Yo tampoco poseo, por más cálculos que haga, la revelación de cada una de las consecuencias que se siguen de mis decisiones y, en consecuencia, tampoco puedo saber, en sentido estricto, qué es lo mejor para mí. Sin embargo, lo que sí puedo es analizar por qué me inclino o me dirijo a lo que me dirijo, por qué elijo lo que elijo y hago lo que hago.

Saberlo no es tan complicado como parece y, de alguna manera, Sócrates nos lo dio al decir que nadie elige el mal a sabiendas de que es el mal; aunque se pueda elegir, uno lo escoge por confusión. Los seres humanos, a diferencia de los animales que se mueven por instinto, actuamos apegándonos a una idea de las cosas. Elegimos hacer lo que hacemos porque creemos que es lo que nos convine y lo hacemos por nosotros mismos. Podemos no acatar nuestra convicción; pero su incumplimiento nos hace experimentar culpa o remordimientos o, como se decía antes, "sentimos escrúpulos" o "tenemos escrúpulos": una inquietud moral que a veces nos impide hacer lo indebido o nos hace recelar y dudar ante ciertas elecciones.

Hoy, muchas personas no parecen tener escrúpulos, pues mienten, roban o matan sin experimentar, en apariencia, ningún resquemor. Estas personas pueden ser de dos tipos: sociópatas que por alguna anomalía física no tienen las llamadas "neuronas espejo" o, lo más probable, porque sus principios morales son distintos de los nuestros, piénsese en los piratas.

Cualesquiera que sean las ideas del bien o de lo correcto, siempre elegimos aquello que creemos que nos conviene a nosotros, que nos gusta a nosotros, que deseamos nosotros, que es lo que queremos nosotros. Insisto en el "nosotros" porque es la clave para entender este asunto como se verá en seguida:

Los seres humanos somos seres sociales e históricos. Esta cantinela se ha repetido hasta el cansancio y nos parece a todos un lugar común; sin embargo, pocas veces se piensan sus implicaciones: el que seamos seres sociales significa que no somos algo definido, sino más bien una tabula rasa a la que, desde que nacemos, se le va inculcando una idea de lo que son las cosas, así como nociones de lo correcto o incorrecto. Y el que seamos históricos significa que según sea la época y el contexto en el que cada quien nazca, así será lo que se le inculque, las ideas con las que comulgue. En otras palabras, no se pensará igual si se nace en la Esparta antigua, cuando la esclavitud era normal y las personas eran educadas en un sistema militar, que si se nace en Francia en la época de la monarquía y las personas viven convencidas de que el rey es rey por derecho divino; ni se pensará igual si se nace en un sistema democrático donde la idea de igualdad se tiene inscrita hasta los huesos y se acepta que hasta los animales tienen derechos.

En cada uno de estos diferentes contextos históricos y sociales los seres humanos defienden o han defendido con fervor los valores de su cultura y han estado igualmente convencidos de que su ideología es la buena. Esto lo que significa es que ese "nosotros mismos" que nos resulta tan importante y tan irrenunciable, porque lo creemos lo más autóctono de nosotros, nuestro ser mismo, no es sino un accidente que depende de la fecha de nuestro nacimiento y de las coordenadas geográficas que nos tocaron. Por eso actuamos como actuamos y elegimos lo que elegimos, no por nosotros mismos, sino por la situación en la que aparecimos en el mundo, la cual, por supuesto, no fue elegida por nosotros: somos un nosotros que no es necesariamente nosotros; tan sólo accidentalmente nosotros.

Miro a tanta gente agobiada, sufriendo por lo que tiene y por lo que no tiene, por lo que no ha conseguido; martirizándose por ideas de lo que deberían ser las cosas, ideas con las que no solo comulga, sino que, encima, cree que son suyas. Ante esto convendría efectuar una revisión crítica de esas ideas, pues un primer paso para ponerse a salvo es comprender que más que "nuestras", esas ideas nos las ha impuesto la época que nos tocó vivir.

Entiendo que es difícil apartarse de aquello que uno considera correcto, de la cosmovisión que se nos ha inculcado y, peor aún, cuando uno reconoce que en esa cosmovisión se encarnan los propios principios, los propios gustos, los propios deseos; sin embargo, el primer paso para lograrlo es comprender que esos principios, gustos y deseos son un mero accidente, un reflejo de la época, pues habrían sido distintos si hubiéramos nacido en otro tiempo o en otro lugar, o sea, que son meramente accidentales. Como seres humanos no podemos sino regirnos por ideas, ideas de lo que las cosas son y deben ser, pero mucho nos convendría que esas ideas que nos rigen y con las que evaluamos nuestra vida fueran siquiera nuestras, propias, realmente propias, producto, al menos, de una construcción personal.

X @oascardelaborbol

Óscar de la Borbolla

Óscar de la Borbolla

Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

Lo dice el reportero