Óscar de la Borbolla

Vientos tejocoteros

"No está mal, me digo, no está mal permitirme desertar de mis obligaciones, hojear un libro inútil, irme al cine, visitar un amigo, charlar con él toda la tarde aunque esta columna me quede corta".

Óscar de la Borbolla

17/12/2025 - 12:04 am

Cada que llega la segunda semana de diciembre se me viene a la mente la frase: "Vientos tejocoteros" con la que Raúl Béjar Navarro —quien fuera el primer director de la ahora FES Acatlán— se refería a esta flojera que nos invade a todos en estas fechas. Es como si el cuerpo lo supiera, como si la cabeza, las manos, las  piernas entendieran que ya vienen las vacaciones, y uno afloja el paso. Nosotros no hibernamos, no entramos en un periodo de vida latente, pero sí nos dan ganas de desertar de las obligaciones laborales o de las prisas por las citas perentorias e instalarnos en la inmanencia de la vida familiar; nos dan ganas de reconcentrarnos en nosotros mismos y mirar adentro.

Yo, lo confieso, me siento atravesado por esos vientos y, por eso, los invito a que cada quien mire dentro de sí mismo, y para asistirlos en este acceso les mostraré unas estampas de mi propio interior, cuya única virtud es que poseo un interior como el de cualquiera: me asomo dentro de mí y lo primero que descubro es que ando memorioso. La prueba está en el recuerdo con el que he iniciado esta columna: "vientos tejocoteros". No es una frase deslumbrante, a lo más es una imagen que, aunque precisa, resulta un tanto pueril, pues alude al hecho obvio de que las piñatas que andan reventando a fuerza de palos están retacadas de tejocotes cuyo perfume arrastra el viento. La recuerdo, no obstante, pues la escuché por primera vez hace casi cincuenta años, cuando yo era muy joven y me pareció deslumbrante. Cuantas cosas me lo parecieron entonces…

Cursaba el último año de la licenciatura en Filosofía en CU y, sin embargo, ya daba clases en Acatlán. Recién había leído las Meditaciones metafísicas de Descartes y tenía a mi cargo el curso de Ontología. Estaba obligado a parafrasear unos filosofemas que acababa de medio entender, y eso no era lo peor: lo más difícil era pararme frente al grupo de estudiantes, algunos mayores que yo, pues padecía de una timidez que me llevó muchos años superar. Así, que recuerdo, como si estuviera ahí, como tartamudee mi primer cogito ergo sum. Qué nuevo era todo entonces y qué arduo.

Y qué lejos quedaba Acatlán, cuatro camiones separaban mi casa de mi clase, cuatro camiones o, tal vez, cuatrocientos los que me separaban prácticamente de cualquier cosa… (aquí lo invito, lector, a que introduzca sus propios recuerdos: de seguro conserva los incidentes de cuando comenzó a trabajar).

Dirijo otra mirada a mi interior y encuentro que ahí algo está desacoplado, que faltan personas y sobran sentimientos, que tengo amores vivos por quienes ya no existen o simplemente se quitaron, se fueron. Hay un desajuste que me impide parear mis sentimientos: hay amores, pero también odios que ya no se dirigen a nadie que ande a mi alcance en este mundo.

En mi interior, sin embargo, no solo hay nostalgia y algunos sentimientos que carecen de referente, hay también un gusto por celebrar, por acercarme a los que siguen a mi lado, o están a la distancia de una llamada telefónica, o de un breve recorrido que me permita verlos, estucharles la mano, darles un abrazo, desearles lo mejor para el año que viene. Y junto a este gusto, en mi interior experimento una suerte de regocijo, de bienestar, porque el aguinaldo obra milagros, y uno muy importante es sentir que mis bolsillos están más abultados que de costumbre.

No está mal, me digo, no está mal permitirme desertar de mis obligaciones, hojear un libro inútil, irme al cine, visitar un amigo, charlar con él toda la tarde aunque esta columna me quede corta. Sé que en SinEmbargo me lo tolerarán, sé que quienes me siguen regularmente estarán de acuerdo conmigo en que le pare aquí. Y no porque "otras tierras del mundo reclamen el concurso de mis modestos esfuerzos", sino, sencillamente, porque entenderán que los vientos tejocoteros me quieren llevar a otra parte.

X @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla

Óscar de la Borbolla

Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

Lo dice el reportero